Sobre la prosa de Gabriela Mistral

Gabriela era la voz de América, la cantadora de sus mares y de sus montañas, la que sabía dialogar con cada uno de los pliegues de la Cordillera de los Andes, que había probado sus frutas y congeniado con ellas desde Puerto Rico hasta la Tierra del Fuego.

Los dichosos como yo que la visitábamos cada fin de semana, y que casi convivimos con ella, no podemos olvidarnos nunca del encanto de sus conversaciones que se volvían monólogos y hacía que todo alrededor suyo se transformara en algo especial, algo divinizado. La mesa se volvía árbol; el árbol, Padre o Amado; el pan, hostia; todo cobraba un valor íntimo, maravillosamente personal. Oírla hablar era como hacer un viaje a Monte Grande, el pequeño pueblo del Valle de Elqui, encaramado en la Cordillera de los Andes, donde hoy reposa y al que estaba tan apegada durante su vida, como si fuera un paraíso terrenal.

Su prosa, no cabe duda, es lo que más se acerca a su manera de hablar y su modo de ser. Refleja sus preocupaciones sociales y educacionales, sus gustos literarios y artísticos y, por encima de todo, su concepto de la belleza, con raíces profundamente bíblicas. A lo largo de su vida demuestra una hermandad con escritores que, como ella, sienten esa misma inquietud y preocupación por la humanidad. Es preciso poner de relieve la afinidad con Chocano, Dante, Darío, Maritain, Martí, Nervo, Rodó, Romain Rolland, Tagore y Tolstoi. Mujer del siglo veinte, encuentra en la Edad Media y en los Evangelios las cualidades espirituales que necesita para encaminarse hacia la obra.

Poco se ha escrito sobre la prosa de Gabriela Mistral y, sin embargo, aquella obra que durante tanto tiempo anduvo diseminada por el mundo en periódicos y revistas es tan valiosa como su poesía. Recuerdo que Luis Alberto Sánchez, el antiguo Vicepresidente de la República del Perú, solía decirme, cuando era mi profesor en Columbia University, que para él aquella obra menos conocida de la poetisa chilena era una verdadera joya.

Se puede dividir la prosa de Gabriela Mistral en tres etapas, con la excepción de la prosa epistolar que abarca todas las épocas y representa una fuente inagotable de riqueza. La primera corresponde a los años 1904-1921; la segunda, a los años 1922-1934; y la tercera va de 1935 a 1957, año de su muerte.

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Entre los muchos recados que escribe, resaltan aquellos en que se detiene ante la belleza del mundo americano, como por ejemplo: "Recado a Monte Grande", "Recado sobre la alameda chilena", "Recado sobre la chinchilla andina", "Recado sobre el copihue chileno", "Recado sobre la Cordillera", "Recado sobre las islas", "Recado sobre Michoacán", "Recado sobre un mito americano: El 'Caleuche' de Chile" y "Recado sobre Quetzalcóatl".

En una prosa, tan personal como su poesía, evoca la fuerza que a veces ejerce el mar o la montaña sobre ella, como si estuviera hablando del amor que un hijo siente por un padre o una madre y que fluctúa según los sentimientos de cada momento.  Dice en "Marineros chilenos": "Los contadores de pueblos suelen darnos a la Centaura de piedra como nuestra pedagoga única.  Yo soy de los que creen que es el Gran Tritón quién más puede y obra sobre nosotros..."' . Pero en otra parte, escribe: "Las bellezas de la montaña resultan muchísimo más variadas que las del mar.  Corre por el planeta el lugar común de la ‘monotonía de la montaña' y no hay tal: ella cuenta, como la iglesia sus fiestas jerárquicas, medianas, grandes y menudas solemnidades, algunas realmente sobrenaturales". A veces el mar es el que sale ganando, a veces es la montaña, con cada una de sus piedras, pero también puede ser el valle, con sus flores y árboles o la llanura con su trigo, al que califica de "cereal Santo".  En todo instante personifica a la naturaleza, suaviza sus facciones y le da una presencia divina.

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A partir de 1953, Gabriela Mistral representa a Chile en el séptimo y octavo períodos de sesiones de la Comisión de la Condición jurídica y Social de la Mujer de las Naciones Unidas.  Uno de sus últimos discursos fue el que se leyó el 10 de diciembre de 1955 con motivo del séptimo aniversario de la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.  Así se expresa ella: "...En ninguna página sagrada hay algo que se parezca al privilegio y aún menos a la discriminación: dos cosas que rebajan y ofenden al hijo del hombre". Entre sus amistades contaba con la del entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld, otro gran defensor de la paz.

En los últimos años de su vida, Gabriela escribe pocas páginas en prosa.  Se entretiene elaborando un largo poema narrativo, su Poema de Chile , en el que canta en un diálogo íntimo la geografía de su tierra.  Pero también se recrea escribiendo cartas y encuentra solaz en ese modo de comunicación.  Su prosa epistolar es uno de los testimonios más auténticos de su personalidad y tal vez el que más se acerca al mundo mágico de sus conversaciones.  Abarca las tres etapas de su producción literaria, desde su primera carta a Rubén Darío en 1912, firmada Lucila Godoy, en la que insiste en la autenticidad de su obra ("a saber, un cuento original, mui mío, i unos versos, propios en absoluto"), hasta tal vez la última que firmó poco antes de su muerte. Recuerdo que una tarde, cuando la visitaba en el Hempstead General Hospital, presencié una conversación entre Gabriela y Germán Arciniegas, el escritor colombiano, amigo suyo y mío, en que él le pedía que pusiera su firma a un manifiesto en defensa de la revolución húngara.  Y ella inmediatamente asintió porque quería que con su nombre se hiciera más fuerte la lucha por la paz.

La correspondencia que lleva a lo largo de la vida es abundante y variada.  Consiste en cartas dirigidas a amigos, y publicadas por ellos o por estudiosos de su obra; cartas a colegas durante sus años como educadora y diplomática; y unas cartas abiertas escritas especialmente para la publicación en periódicos y revistas.  Muchas de ellas forman un borrador donde se traza su obra, un lienzo donde teje poco a poco trozos de prosa poética, críticas literarias, entrevistas e informes; piedra de la cual brota aspereza y ternura, humor y lecciones.

De toda su prosa epistolar se destaca un gran sentido de humildad y una sensibilidad religiosa y maternal en su visión poética del mundo.  Así escribe Gabriela en 1929 a Benjamín Carrión: "Muchos juicios he escrito y algunos me los han celebrado, pero yo sé bien que aquello no era crítica ni cosa parecida, sino pura sensación, una sensación casi física que me da a mí la lectura; eso, y no una arquitectura intelectual de la obra leída.  Yo tengo poca mente; tengo sentidos e imaginación, que sobran al crítico" 6 . También escribe en una carta abierta a Norberto Pinilla, en 1941, en que hace referencias a su libro sobre ella: "Permítame servirle de alguna cosa en asuntos que no sean mi propia persona, que usted ha abultado, seguramente por la mala cosa que se llama nacionalismo". Y en una carta a Augusto Arias, en 1937, acerca de su libro sobre Espejo, le da el siguiente consejo con toda confianza y cariño: "Yo le miro por encima de mi cabeza, en cuanto ha bien vivido y ha bien trabajado y bien arribado. ...Me temo una cosa: el que Ud. se nos vaya hacia la erudición. Qué así no sea: se nos empalaría o volvería inhumano....... . Otra recomendación que le hace a Teresa María Llona y, que en muchas oportunidades me repite a mí, es el enfocar el estudio de los clásicos: "Yo quiero que leas muchos clásicos y que estos a ti como a mí te amengüen de cuajo el romanticismo. ¿Oyes? Comienza por Sófocles. Sigue con Esquilo. Hay pasión tremenda en ellos, pero dentro de la brasa un eterno sosiego. Yo necesito saberte anclada o clavada en las esencias del mundo y de la vida. Las esencia, -las resinas- arden y están quietas.  Así hay que rezar, que ver al prójimo, escribir y vivir. ..."

Ese tono íntimo conversacional que destaca en su correspondencia nos hace partícipes de su vida; es como si Gabriela estuviera charlando con nosotros de viva voz, contándonos con quién ha estado hablando, qué libro acaba de leer, y qué poema o artículo la está cautivando. Aquellas cartas escritas a mano, con una letra generosa, la mayoría sin fecha, son como diálogos interrumpidos que había estado sosteniendo con amigos o, monólogos consigo misma, y que sigue de una manera espontánea con la persona con quien se cartea.

Vendría al caso, como colofón a este breve estudio, volver a repetir que la prosa y la poesía que cultivó Gabriela Mistral son dos formas paralelas de su arte. Al releer su obra tanto en prosa como en verso me doy cuenta de que son ramas de un mismo árbol, dos manos extendidas hacia el mismo ideal y que me llaman para que evoque su recuerdo. Reflejan con la misma intensidad la personalidad noble y tierna y a la vez brusca y sincera de aquella gran mujer chilena que sin ser madre supo ser la de su continente. Una voz tallada en la piedra de la Cordillera, bañada de su luz andina y purificada en las aguas de las mares y de los ríos.

Víctor Andrés Belaúnde, el antiguo colega de Gabriela Mistral en la Sociedad de las Naciones y luego Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, honró su memoria interrumpiendo la sesión de la Asamblea, con las siguientes palabras: "Tan bella fue su prosa como su forma poética. Quizás pudo decirse de ella lo que se afirmó de Valéry: que si su poesía era de oro, su prosa fue de diamante. Sentimiento del misterio, amor cristiano, actitud maternal de la mujer, culto de las formas puras y castizas del idioma, amor de una América solidaria, unida a sus raíces hispanas y latinas.

En Revista de Literatura Chilena, Nº 36, noviembre 1990. Departamento de Literatura, Universidad de Chile.

Tomado de:

http://www.gabrielamistral.uchile.cl/estudios/marielise.html

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