El polvo de la madre |
(Texto en prosa de Gabriela Mistral)
¿Por qué me buscabas mirando hacia la noche estrellada? Aquí estoy, recógeme
con tu mano... Guárdame, llévame. No quiero que me huellen los rebaños ni que
corran los lagartos sobre mis rodillas. Recógeme en tu mano y llévame contigo.
Yo te llevé así. ¿Por qué tú no me llevarías?
Con una mano cortas las flores y ciñes a las mujeres, y con la otra oprimes
contra tu pecho a tu madre.
Recógeme y amasa conmigo una ancha copa, para las rosas de esta primavera. Ya
he sido copa, y guardé un ramo de rosas: te llevé a ti. Yo conozco la noble
curva de una copa porque fui el vientre de tu madre.
Volé en polvo fino de la sepultura y fui espesando sobre tu campo, todo para
mirarte, ¡oh, hijo labrador! ¿Por qué pasas
rompiéndome? En este amanecer, cuando atravesaste el campo, la alondra que voló
cantando subió del ímpetu desesperado de mi corazón.
Tengo ojos, tengo mirada: los ojos, de los tuyos que quebró la muerte, y te
miro con todas ellas. No soy ciego como me llamas.
El polvo sagrado
Y amo; tampoco soy muerto. Tengo los amores y las pasiones de tus gentes
derramadas en mí como rescoldo tremendo. El anhelo de sus labios me hace gemir.
Tierra de amantes
Alfarero, ¿sentiste el barro cantar entre tus dedos? Cuando le acabaste de verter
el agua, gritó entre ellos. ¡Es su tierra y la tierra de mis huesos que por fin
se juntaron!
Con cada átomo de mi cuerpo lo he besado, con cada átomo lo he ceñido. ¡Mil
nupcias para nuestros dos cuerpos! ¡Para mezclarnos bien nos deshicieron! ¡Como
las abejas en el enjambre es el ruido de nuestro fermento de amor!
Y ahora, si haces una Tangará con nosotros, ponnos todo en la frente o todo en
el seno. No nos vayas a separar distribuyéndonos en las sienes o en los brazos.
Ponnos, mejor, en la curva sagrada de la cintura, donde jugaremos a
perseguirnos, sin encontrarnos fin.
¡Ah, alfarero! Tú que nos mueles distraído, cantando, no sabes que en la palma
de tu mano se juntaron, por fin, las tierras de dos amantes que jamás se
reunieron sobre el mundo.
A los niños
Después de muchos años, cuando yo sea un montoncito de polvo callado, jugad
conmigo, con la tierra de mis huesos. Si me recoge un albañil, me pondrá en un
ladrillo, y quedaré clavada para siempre en un muro, y yo odio los nichos
quietos. Si me hacen ladrillo de cárcel, enrojeceré de vergüenza oyendo
sollozar a un hombre; y si soy ladrillo de una escuela, padeceré también por no
poder cantar con vosotros, en los amaneceres.
Mejor quiero ser el polvo con que jugáis en los caminos del campo. Oprimidme:
he sido vuestra; deshacedme, porque os hice, pisadme, porque no os di toda la
verdad y toda la belleza. O, simplemente, cantad y corred sobre mí, para
besaros los pies amados.
Decid cuando me tengáis en las manos, un verso hermoso y crepitaré de placer
entre vuestros dedos. Me empinaré para miraros, buscando entre vosotros los
ojos, los cabellos de los que enseñé.
Y cuando hagáis conmigo cualquier imagen, rompedla a cada instante, que a cada
instante me rompieron los niños de amor y de dolor.
Tomado de "Antología de poesía y prosa de Gabriela Mistral". Jaime Quezada, sel. y prólogo. Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica, 1997. Selección de Marta Leonor González.