Hombrecitos |
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Capítulo 8 ENTRETENCIONES INFANTILES Los hermanos gemelos llevaban en Plumfield una vida de ensueño, tanto así, que no podían distinguir lo real de lo fantástico. Demi y su hermano adoraban al ratón Kitty, personaje surgido de las lecciones que el profesor daba sobre los dioses de la antigüedad y cuya voluntad expresaba por intermedio de Demi. Como es natural, nadie lo había visto u oído, pero Demi se consideraba el sacerdote de aquel dios, por lo que los muchachos no osaban oponerse a los designios del ratón Kitty. El dios era tirano y a veces cruel, pues exigía verdaderos sacrificios. Un día, Demi le anunció a su hermana en voz baja: —El ratón Kitty quiere vernos hoy sin falta. —¿Para qué será? —preguntó Daisy con ansiedad. —Quiere un sacrificio. Debemos sacrificar lo que nos sea más querido —añadió seriamente. —¡Oh! —exclamó la pequeña—; tendré que quemar mis lindas queridas muñecas de papel —y luego agregó: —¿Tendré que quemarlas todas? —Todas —respondió Demi—. Yo también quemaré mi libro de figuras y mi barco..., y hasta mis soldaditos de plomo. A la hora convenida, los niños se encaminaron al lugar del sacrificio. Hasta el pequeño Teddy quiso participar de la ceremonia llevando su lindo corderito. —Esta piedra —empezó diciendo Demi— sobre la que se encenderá la hoguera, es el altar. Lo rodearemos sentados y callados. Empezaré ofreciendo lo mío. Pronto vieron cómo se iban consumiendo las cosas que Demi arrojaba al fuego. Terminado su sacrificio, invitó a Daisy a que hiciera el suyo. Los niños callaban; estaban emocionados. —¡Oh! ¡No podré! —exclamó la niña apretando las muñecas contra su corazón. —Es necesario —dijo Demi, y en medio del silencio del patio se escuchó una voz que decía: —¡Más!... ¡Más!... ¡Más! —¿Oyeron? ¡Es el ratón Kitty! Vamos, Daisy..., o nos castigará. ¡Tiene garras terribles! Inmediatamente, las muñecas se vieron envueltas en el fuego, como también los demás objetos destinados al sacrificio. Cuando el fuego alcanzaba un juguete, se oía una exclamación. De pronto Terry, asustado, corrió donde su mamá. Jo, temiendo una catástrofe, se dirigió apresuradamente hacia el improvisado altar. Allí se tranquilizó al ver que nada grave había ocurrido y su buen humor se impuso al anterior susto. —Jamás imaginé que los divertiría algo tan absurdo —comentó Jo después de que Demi le explicará el porqué de lo sucedido—. Se han quedado sin juguetes por una tonta creencia —agregó. Los presentes, arrepentidos, prometieron no volver a caer en semejante falta. La magnitud del sacrificio acalló definitivamente al ratón Kitty, y la generosidad de Jo, que dio varias muñecas a Daisy, borró su tristeza. Con el objetivo de entretenerse en los días de lluvia, las alegres jovencitas de Plumfield pasaban el tiempo con juegos propicios para su edad. El que más les gustaba era el que Jo denominaba "la señora S.S.". Daisy la representaba y el papel de Nan variaba; a veces era "su hija", otras, simplemente "su amiga". En una sola tarde, a las protagonistas les sucedía toda clase de cosas: bodas, nacimientos, bautismos, defunciones. Así también les ocurrían las peores calamidades: incendios, terremotos e inundaciones. El pequeño Teddy era el acompañante permanente. Incluso las niñas le imponían los más diversos papeles. Por su parte, los muchachitos, para entretenerse, también habían fundado su club. Los más pequeños sólo tenían acceso a él si su comportamiento los hacía merecedores de tal honor. Se reunían donde se les ocurriera. Jugaban al ajedrez y a la pajuela. También cultivaban las artes: música, poesía, teatro, y hasta organizaban tribuna libre para discutir algún tema. El presidente del club era Franz, quien mantenía el orden en la "institución". Nan quiso ingresar en ella, lo cual ocasionó la división de los socios. La oposición triunfó y, desde ese momento, Nan los perseguía con gritos insultantes. Pero nada hizo cambiar la determinación de los socios: no aceptaban mujeres. Las chicas se quejaron ante Jo, quien les aconsejó que fundaran su propio club. Organizaron entonces el Cosy Club, en el que también participaban, por gentil invitación, aquellos niños que por su edad no podían ingresar al otro. Novedosos juegos inventados por Nan y los más diversos actos se sucedieron en el Cosy Club. Los mayores se sintieron interesados en participar en ellos, y tras muchas deliberaciones y consultas, les propusieron a las chicas que las invitaciones fueran recíprocas. Las socias aceptaron y terminaron siendo las primeras convidadas al club de los mayores. Su comportamiento fue ejemplar, y supieron corresponder a la galantería de los "señores", invitándolos a su club. Estas "instituciones" se mantuvieron por mucho tiempo, formando parte de la armoniosa vida de Plumfield. Ir a Capítulo 9 |