Hombrecitos

Capítulo 5

EL REGALO PARA DAISY

—¡Tía Jo, estoy muy aburrida! ¡No tengo con quién jugar! —se quejaba la pequeña Daisy.

—A mi vuelta nos divertiremos, querida. Ahora estoy apurada para ir a ver a mi madre. Ven tu también, y, si lo deseas, pasarás con ella algunos días.

—Me encantaría, pero temo que Demi me extrañe de­masiado y yo a él. ¿Qué puedo hacer, tía?

—Ve a divertirte con los chicos, mi amor.

—Es que no aceptan jugar conmigo.

—¿Sí? ¿Por qué? ¿A qué juegan?

—Al fútbol.

—¡Ah! —exclamó Jo, sonriendo.

—Dicen que es de hombres.

—Hacen bien en decirlo, puedes lastimarte. Es un juego muy duro. ¿Sabes qué puedes hacer? —añadió tía Jo—. Anda a preguntarle a Asia, la cocinera, si puedes hacer pastelitos de jengibre.

Mientras la pequeña se encaminaba a la cocina, la señora Bhaer se quedó pensando en qué nuevo pasatiempo ofrecerle. Pero pronto resolvió el problema.

Durante el viaje a la ciudad, Daisy asedió a la tía con preguntas, pero ésta permanecía callada.

La intranquilidad de Daisy aumentó cuando Jo salió de compras, dejándola con la pequeña Josy y su madre. Cuando regresó y al fin se despidieron, su madre, para asombro suyo, le recomendó:

—Sé muy buena, querida. Espero que te entretengas mucho con lo que tía lleva. Y cuando juegues, no dejes de ga­narle, ¡porque ella no juega bien!

Era evidente que su madre también escondía algo. "¿Cómo lo habrá adivinado?", se preguntaba Daisy.

Al emprender la marcha el carruaje, se escuchó un raro tintineo. La pequeña, imaginando que se trataba de la sorpre­sa preparada por su tía, le preguntó si llevaba el juguete que había comprado.

—Sí, querida.

—¿Por qué suena tanto? ¿De qué esta hecho?

—Pues de madera, bronce..., azúcar..., carbón...

—¡Por favor, tiíta! ¿Qué es? ¿Es pequeño?

—Sí... y no —le contestó pacientemente la señora—. Mañana, cuando hayas terminado tus tareas, lo sabrás. ¡Ten paciencia! —añadió cariñosamente.

—No resistiré la curiosidad —suspiró la niñita.

—Es que he dicho a tío Teddy que te lo mostráramos juntos, y debo cumplir. Además, él me ayudó a elegirlo. Él nos ha regalado la co... —la señora Bhaer, asustada ante su imprudencia, se tapo la boca.

Daisy, aguardando impaciente el momento para conocer su regalo, se quedó pensativa. Jo iba de un lado para otro llevando ciertos objetos escondidos bajo su delantal, ayudada por Asia.

A mediodía llamaron a Daisy. La niña salió corriendo hacia donde estaba la tía Jo.

—Llegas a tiempo; todo está listo —le dijo ésta, mientras la tomaba del brazo, tendiéndole la otra mano a Teddy—. Vamos —les dijo, y treparon la escalera hacia el "cuarto se­creto".

—¡Oh! —exclamó Daisy ante el espectáculo. Ante su vista aparecieron ollas, sartenes, parrillas, cucharones de distintos tamaños, todos acomodados en un estante. Al otro lado de la habitación y en un estante similar, había un servicio completo para té y café. En el centro, una cocinilla de fierro donde hervía una tetera; el humo salía por una chimenea. Tampoco faltaban el canasto para guardar la leña, ni la escoba, así como tampoco el delantal blanco y un gorro de cocinero, ambos arrumbados sobre una silla.

Daisy observaba todo feliz, mientras la tía Jo la contemplaba en silencio. Entonces la niña se arrojó a sus brazos diciendo.

—¡Gracias, tía! ¡Es todo tan bello! —Y luego añadió—: ¿Podré cocinar de verdad?

—¡Ya lo creo! Ahora mismo empezaremos. Te llamarás Sally; ponte el delantal y el gorro.

La nueva ayudante de cocina pronto tuvo todo tan limpio, que daba gusto verlo. Entonces la tía dijo:

—Ahora irás al mercado a comprar lo necesario —y le pasó una lista con los encargos.

—¿Dónde queda?  —preguntó extrañada.

—Pues... ¡en la despensa de Asia!

Apenas volvió con su cargamento, Daisy empezó a preparar una torta de manzanas, siguiendo paso a paso las ins­trucciones que le había dado tía Jo. Le costó, pero finalmente lo logró.

Paso siguiente, Sally sacó las papas de la cazuela en que hervían y preparó un puré a su gusto. Pero cuando iba a ponerlo al horno para que se dorara, tuvo la triste sorpresa de descubrir que la torta se había quemado.

—¡Tía, la torta! —exclamaba angustiada.

—No llores, querida —le decía Jo,  calmándola—. En la tarde haremos otra mejor. Ahora vigila el asado, que luego comeremos —añadió.

Sally se consoló pronto. En la mesa tenía reservado un puesto especial por ser la nueva cocinerita. En realidad, el menú dejaba bastante que desear; sin embargo, nadie lo notó, el hambre era más fuerte. Además, que todos le demostraron su confianza cuando ella comunicó orgullosa que el almuerzo había sido preparado por ella y que se disponía a cocinar unos pastelitos.

Feliz, se dirigió luego a su nueva tarea. Demi acompañó a su hermana a la cocina y le rogó ser su ayudante, lo cual Sally terminó aceptando.

Largo y complicado resultó preparar los dulces, pero el entusiasmo de ambos chicos, más la ayuda de tía Jo, permitió que la dulce empresa resultara bien.

Cuando hubieron terminado, ambos niños se abrazaron exclamando:

—¡Espléndido, maravilloso!

Y se dispusieron rápidamente a lavar los útiles que habían usado.

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