Francisco Javier Mandiola Campos |
Se considera a este pintor como el más importante discípulo y seguidor de Monvoisin . Sin embargo, tal afirmación debe acogerse con ciertas reservas, puesto que entre ambos artistas hay diferencias esenciales. Monvoisin se mantiene con frecuencia en lo que entonces se llamaba el "tema noble" o el retrato aristocrático. Mandiola desciende a lo popular y pinta mendigos o ingenuos retratos de gente sencilla y humilde. En cierto modo es el iniciador de la pintura de género.
Nace en Copiapó en 1820. Más tarde es enviado a Santiago y estudia dibujo con José Lastra.
En 1844 entra a trabajar en el taller de Monvoisin. Su formación no es, desde luego, muy rigurosa. Son los impulsos vocacionales — como tantas veces — los que deciden el destino vital. Muere en 1900.La falta de una disciplina seria y de maestros adecuados se advierte en la torpeza expresiva de las obras de Mandiola, especialmente en aquellas que aspiran a salir del marco escueto del retrato. Dibujo incorrecto, colorido opaco, pesado, decidida adhesión a un naturalismo en exceso literal y directo. Mandiola buscaba ante todo el carácter, y a la captación del rasgo fisonómico posponía el estilo y la norma de esencia plástica.
¿Qué le ha interesado, por ejemplo, al pintar El píllete Patricio o El mendigo? La sensibilidad del artista no ha sentido el choque estimulante de unas masas coloreadas, de una armonía cromática, por sí solas. Su atención ha ido hacia lo pintoresco del modelo, hacia los harapos, hacia lo que estos personajes del arroyo representan como matiz característico de un determinado ambiente urbano.
Rugendas ha tomado lo vernacular como pretexto para ir a una trasposición plástica de los factores inmediatos. Mandiola se ha quedado en lo pintoresco, o, a lo más, ha perseguido un "trozo de ejecución". Sin embargo, la apasionada rebusca del carácter da a estas obras una gran robustez, una fuerza vital indudable. En El mendigo hay, junto a la escrutación de lo anímico, un imperceptible deseo de llegar al esquema composicional. La línea vertical de la figura del centro está equilibrada por otras dos manchas simétricas.
Las obras más valiosas de Francisco Mandiola pertenecen al género del retrato. Precisamente aquellas a las cuales — por tratarse de obras de encargo — el pintor daba menos importancia. En estas telas el influjo de Monvoisin es más evidente y benéfico. Se hace presente la lección magistral en el suave modelado de las carnaciones y en la unidad sorda, pero atmosférica y delicada, casi evanescente, de las gamas. Fue el primer pintor chileno que pintó el retrato femenino en sus obras.
De Retrato de niña (1857) y Cabeza de estudio, ambas en el Museo de Bellas Artes, la primera exhibe, en su acusada frontalidad, una gracia hecha de sencillez, de síntesis, de insinuación y sugerencia. Mandiola ha conseguido la plenitud estilística mediante un delicado claroscuro. Las formas no nos presentan su escueta y dura densidad material. Por el contrario, pierden los contornos en el temblor indeciso y atmosférico del sfumatto.
Todo está sugerido, como dicho en voz baja. La figura surge con su mirada inquietante de la misteriosa adumbración del fondo.
Los adornos del busto, con su suelta factura, revelan que, en 1857, Francisco J. Mandiola había alcanzado la madurez y la forma adecuada a su intencionalidad artística.
Cabeza de estudio es, quizá, uno de los más bellos retratos de la pintura chilena. Es comparable al anterior por sus virtudes plásticas, pero lo supera en lirismo y en fluidez de ejecución. En aquél, el hieratismo de la expresión y cierta abstracción de lo morfológico arrebátanle contenido espiritual. Cabeza de estudio es el perfecto equilibrio entre el contenido anímico y los elementos plásticos.
Por el contrario, en el retrato Dos niños (1845) — obra de extrema juventud— se ve inclinación a la sensiblería más acusada en la actitud de los modelos, en los adornos, en el colorido, en los ojos en éxtasis. El cromatismo esfumado cae en lo sentimentaloide, acromado y melifluo.
El gran mérito de Francisco J. Mandiola está no tanto en sus obras como en el hecho de que realiza la misión histórica de introducir en la pintura chilena el retrato como forma artística; fue también el fundador de la Academia de Pintura de la Universidad de Chile.
Fuente:
"Historia de la pintura chilena"; Romera, Antonio