Augusto D'Halmar (Prensa) |
A medio siglo de la muerte de Augusto d’Halmar
Habrá que partir, para no llegar
Por Ricardo Loebell
(Publicado en Revista de Libros, de El Mercurio de Santiago, 29 enero del 2000)
Augusto D’Halmar (1880-1950) comienza a escribir en un imaginario desplazamiento: emprende sus primeros viajes a través de las lecturas de Andersen, Tolstoi, Gorki, Visen, Dickens , Poe, Bret, Harte, Zola, Daudet, Maupassant, Loti, Wilde , Kipling, Conrad. Como precursor de la generación literaria del 1900, su obra se extiende desde comienzos del siglo veinte, en diferentes revistas y periódicos nacionales (“Instantáneas de luz y sombra”, “El Mercurio” de Santiago, “Zig Zag”).
Es la época en que aparece su primera novela, “Juana Lucero” (1902). Diametralmente opuesta a la reacción positiva que había provocado en Chile la novela social “Naná” (1880), de Emile Zola, la obra de D’Halmar, partiendo de este modelo, genera serios debates en la sociedad. El joven autor crea ya en aquel momento una explícita relación intertextual cuando en medio de la novela la protagonista adopta el sobrenombre de Naná y ahí se le explica que “es una novela en que sale una tipa que hace mil locuras". Más adelante el narrador describe la sociedad como una patología: “es la mosca Zolaniana, abandonando su podredumbre, subiendo a posarse en los palacios, sobre las damas, los señores y los niños para envenenarlos con la muerte que de abajo recogiera". El autor capta con esta novela naturalistacostumbrista imágenes de una sociedad en transición, en la cual el poder se desprende de la aristocracia a un mundo de nuevos ricos sin intereses éticos.
“Juana Lucero” debía iniciar una trilogía titulada “Los vicios de Chile”, que quedó inconclusa.
Influido por el pensamiento de Tolstoi, funda, junto a Fernando Santiván y Julio Ortiz de Zárate, la Colonia Tolstoyana en San Bernardo. Como comunidad agrícola, debían autosustentarse con la explotación de la tierra, a la vez que organizar su entorno, vivienda y ropaje, con los medios que estaban a su alcance. Aunque fue por algunos meses un importante foco de creación estética, fracasó desde el punto de vista agrario.
Recién a partir de 1907, año en que se desplaza al extranjero con un cargo diplomático, comienzan a surgir apuntes de sus travesías (por el Oriente, India, Perú, Francia, España), que más adelante transforma en crónicas y novelas de una realidad gradualmente transfigurada:
“Gatita” (1917), “Nirvana” (1918), “Mi otro yo (De la doble vida en la India)”, “La sombra del humo en el espejo”, “Pasión y muerte del cura Deusto” (1924), “La Mancha de Don Quijote” (1934).
Pese a su continua colaboración desde el extranjero en la prensa nacional (“Los Diez”, “Letras”, etc.), es elogiado discretamente por la crítica, y sin ser descartado del medio cultural, su obra es someramente tratada en descripciones que lindan en perfiles biográfico-anecdóticos.
Aunque parezca contradictorio, Editorial Ercilla proyecta la publicación de su obra en veinticinco tomos y en 1942 recibe el primer Premio Nacional de Literatura. La crítica cumple en la medida que lo mantiene distante; de D'Halmar se habla como de alguien que no fuera de aquí ni del otro lado. De esta manera se prolonga su vida de un desplazamiento a otro. Su extrema sensibilidad lo lleva a salas y al Ateneo de Santiago, y estos espacios no sólo se llenan de intelectuales, sino que también de escolares que arriesgan más que una cimarra para escucharlo en vivo,
En nuestros días, la obra de D'Halmar zigzaguea entre la lectura escolar y la antología de lo desconocido. Una amplia gama de sus crónicas, cuentos y novelas se remiten a situaciones y épocas arquetípicas de la cultura nacional. Sus lectores están habituados a la prolijidad y riqueza de un lenguaje que deja entrever la lectura de autores extranjeros. Poco a poco su estilo se encauza en la singularidad que lo distingue dentro de un marco estético literario.
De su obra dispersa (e inédita) se pueden destacar series de artículos, crónicas, ensayos, memorias y críticas semanales en un voluminoso material que descansa en diarios craquelados, que han sido rescatados, en parte, desde los archivos de la Biblioteca Nacional por Alfonso Calderón (“Recuerdos olvidados”, 1975) y por él mismo en un palimpsesto titulado “La cadena de los días”.
Una biografía literaria
En D'halmar, vida y obra forman parte de la misma búsqueda de identidad. Su madre, Manuela Thomson Cross, es chilena descendiente de suecos y escoceses. Antes de nacer Augusto Goemine Thomson (el verdadero nombre del autor), su padre, el ex marino y comerciante bretón Augusto George Goemine, había desaparecido y diez años tenía el joven Augusto cuando fallece su madre. De un bisabuelo de origen sueco adopta su seudónimo: D'Halmar. Esta alteración onomástica anticipa viajes e indagaciones en búsqueda de legendarios antepasados.
En el grupo artístico “Los Diez” recibió el apodo del Hermano Errante, aunque este fraseónimo era compartido por todos los miembros que estaban ausentes o aquellos que deseaban escribir de anónimos en la revista.
Su labor literaria tematiza una nostalgia en que se configura una estética que tiene la emigración y el destierro como representación. O, como dice su poema “La danza inmóvil”: "Todo lo errante que soy, siéntome retenido por mil raíces, no a la tierra, sino a diversas tierras de la Tierra, donde alentaron y yacen otros antepasados".
Algunas obras se basan en el “cuaderno de bitácora”. Por la lógica de su naturaleza, que proviene del desplazamiento, distinto al “diario”, la escritura del cuaderno de navegación se efectúa en movimiento, más allá de un punto geográfico, o sea, en un doble destierro.
Atraído por lejanas culturas y diversas corrientes religiosas, D'Halmar traslada al lector a un lugar distante, transformándolo en un viajero, mostrándole lo exótico en boga según la Europa de su época. En su obra el protagonista se desplaza desde América latina al Extremo Oriente y este viaje literario no se realiza desde el Océano Pacífico, sino que por un camino indirecto, vía Europa, donde aquél hace un trasbordo conceptual en que recoge ideas y sensaciones de la moda literaria europea. No obstante, se desembarca de conceptos nacionalistas, a la vez que rechaza el pensamiento hegemónico eurocentrista:
"El Nuevo Mundo de Colón tiene ya todos los vicios y, sobre todo, los escepticismos del mundo antiguo. Porque acaso el verdadero Mundo Antiguo haya sido la Atlántida y la verdadera Atlántida sea la América, y, además, porque en los injertos (...), la más fresca da su savia y la más sabia da su flor. Así, Hispanoamérica, tan joven, piensa como la viejísima Europa" (“Capitanes sin barco”).
Con esta deconstrucción, a través de un diálogo que transcurre en París, escrito el año 1932 en Madrid, D'Halmar invierte los antiguos conceptos referentes a las culturas de los centros en relación a las de la periferia. Aquí surge el tema muy discutido en la Europa de preguerra, cuando se inician las persecuciones étnicas masivas. Prefigurando a Octavio Paz, D'Halmar argumenta sobre la diferencia del latinoamericano, reconociendo aquello que lo distingue, la heterogeneidad y pluralidad étnica y cultural de nuestros pueblos: el "Otro" en la aparente occidentalidad; la excentricidad de la herencia; el carácter particular de nuestra historia, y se sirve de la cultura del Oriente para aprehenderla.
En “La sombra del humo en el espejo”, Chandria Gosh, el viejo curandero en la India, le sugiere al protagonista chileno: "¿Tu América, desde los dominios aztecas hasta los dominios incásicos, no fue tal vez según algunos arqueólogos la cuna de Egipto?”.
Distinto a sus inspiradores exotistas (Pierre Loti, Rudyard Kipling y otros) el extrañamiento en la obra de D’Halmar es la experiencia del latinoamericano que comienza a extrañarse de sus propias huellas empezando a vivir para un futuro imprevisible desde su morada en la urbe metropolitana. Este fenómeno es el efecto de la modernización: sinónimo de movilidad y tráfago, de sucesivas construcciones y demoliciones que le imprimen a la ciudad su ritmo acelerado, así como de las mutaciones que introducen las nuevas costumbres. Y, sobre todo, la crisis de valores espirituales.
Augusto D'Halmar se aproxima hacia el continente europeo, del cual se ha de sentir espiritualmente cerca y distante a la vez, al compartir modelos de la literatura exótica, procediendo simultáneamente de un lugar de una geografía incorporada ya al canon de dicha literatura, en que se puede apreciar la relegación de lo "autóctono" a lo exótico, como posibilidad de integración de América en el mundo, al seguir la corriente del progreso.
El escritor chileno vendría a ser entonces un autor "euroexcentrista" que en Europa sentía la nostalgia de aquella época inicial en Chile cuando había sentido la nostalgia de Europa.
El destierro en sus cuentos y esbozos literarios se desarrolla en la búsqueda de un lugar de origen. Ahí la exploración geográfica se torna en un proceso de transformación interior. Casi en el mismo tono de Cioran, argumenta en “La sombra del humo en el espejo”, a propósito del viaje: "es el destierro descorazonador de esa cosa inútil y cautivadora que se llama recorrer la tierra".
D'Halmar dirige a sus protagonistas a través de cuitas existenciales, desde el dolor del desarraigo humano, pasando por la enfermedad fisiológica, hasta sufrir la angustia de la muerte. Un cáncer fue su último destierro, el de su cuerpo; lo debió haber presentido en “La sombra del humo en el espejo”: "habrá que partir para no llegar".