La tortuga |
(León Tolstoi)
En una ocasión en que fuimos de caza con Milton, al llegar al bosque él irguió las orejas y la cola y principió a olfatear. Me imaginé que había encontrado el rastro de una liebre o un faisán y alisté mi escopeta. Pero lo raro fue que Milton no entró en el bosque y continuó por el campo abierto. Lo seguí con bastante curiosidad. De repente vi que una tortuga avanzaba todo lo rápido que se lo permitían sus patas cortas. Alargaba el cuello, y la pequeña cabeza se asemejaba al badajo de una campanilla.
Apenas percibió la presencia del perro, se hundió en la hierba, recogiendo la cabeza y las patas dentro del caparazón. Milton la encontró de inmediato y comenzó a mordisquearla, irritándose al descubrir que sus dientes no lograban traspasarla. En efecto, era imposible que lo hiciera, ya que las tortugas están provistas de una coraza como las armaduras de los caballeros medievales, que también les protege el pecho. Esta coraza tiene orificios por los que sacan la cabeza y las extremidades.
Arrebaté la tortuga del hocico de Milton y admiré los dibujos de su caparazón. También observé por una de las ranuras, y la vi latiendo en el interior de su coraza. Después la deposité sobre la hierba y continué mi caminata. Sin embargo, Milton se negó a abandonarla allí y me siguió llevándola bien sujeta entre sus mandíbulas.
Así avanzamos un trecho. De repente Milton soltó su presa, aullando. Lo examiné y comprendí que la tortuga había sacado una de sus patas, dentro del hocico de mi perro, arañándole la lengua. Milton ladraba furioso, pero volvió a agarrar a la tortuga y, aunque le ordené soltarla e intenté quitársela a la fuerza, fue inútil. Poco más adelante, mi perro cavó un hoyo y sólo entonces soltó la tortuga, tirándola dentro del agujero que cubrió rápidamente con tierra.
Hay tortugas que habitan en la tierra y otras en el agua. Ellas procrean poniendo huevos que no incuban; los huevos se abren solos, como en el caso de los peces. Su tamaño es muy variable, ya que hay tortuguitas muy pequeñas, como miniaturas; otras, las más corrientes, del tamaño de un plato, y también algunas extremadamente grandes, que viven en los mares y pesan sobre doscientos kilos.
El caparazón de la tortuga equivale a sus costillas. En consecuencia, mientras el resto de los animales tiene las costillas debajo de la carne, ella las tienen encima, formando su coraza protectora. En la primavera, las tortugas ponen sus huevos y cada una produce centenares.