Dos amigos que se van

(León Tolstoi)

Casi al mismo tiempo llegaron al fin de sus vidas Bolita y Milton. El cosaco no entendió que Milton era un perro de caza, rastreador, especial para la caza de aves y especies pequeñas, y lo llevó a cazar jabalíes. Un jabalí lo atacó y le dio muerte.

Por su lado, Bolita vivió muy poco más después de librarse de la matanza de perros en Piatigorsk. Después de ese angustioso episodio se puso muy triste y principió a lamer cuanto se hallaba a su paso. A mí me lamía las manos, pero en una forma distinta a la de siempre; no precisamente como una caricia. Hacía presión con la lengua, y me mordía, aunque se notaba que no quería atacarme. Yo retiraba mi mano y entonces él lamía mis botas, o la pata de una silla o de una mesa, y también las mordisqueaba. Esta extraña conducta duró dos días; después Bolita desapareció, se hizo humo.

Era imposible pensar que a un perro como éste lo robaran, y más difícil aún resultaba imaginar que me había abandonado. Entonces caí en la cuenta de que hacía exactamente seis semanas que lo había mordido el lobo y comprendí que Bolita estaba contagiado por la rabia.

Los animales que contraen esta enfermedad sufren contracciones convulsivas y dolorosas en la garganta, y tienen sed, pero no pueden tomar agua porque las contracciones aumentan. Agobiados por los dolores y la sed, enloquecen y muerden.

Recorrí los alrededores buscando a Bolita, pero no logré hallarlo ni obtener noticia alguna sobre su paradero. Si hubiera andado por distintos lados mordiendo a la gente, como es usual en los perros rabiosos, se habría sabido.

"Lo más probable es que haya muerto en el bosque", pensé. Entre los cazadores se dice que cuando un perro inteligente es atacado por la rabia, huye al campo o se interna en los bosques, para revolcarse en las hierbas bañadas por el rocío y hallar las plantas que puedan sanarlo. Bolita no logró sanar porque jamás regresó a la finca.

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