Aspiradora |
En los albores del siglo XX se vio una súbita escasez de mucamas para el servicio doméstico. Las propias dueñas de casa debieron luchar para mantener la casa limpia, y uno de sus enemigos más enconados era el polvo que desde el exterior cubría todos los muebles y artefactos del interior.
El polvo se convirtió en un auténtico drama dentro del hogar, no sólo por las gripes y anginas, sino porque producía una peligrosísima alergia denominada científicamente como alergia al polvo. O sea, quienes la sufrían, estornudaban.
La idea de la aspiradora nació de las preocupaciones del propietario de una tienda de objetos de porcelana norteamericano, alérgico al polvo, M.R. Bissell y su barredora o cepillo giratorio, que patentó en 1876 con el nombre de Grand Rapids.
Pero la primera máquina extractora de polvo, como la denominó su inventor, en 1898, se presentó en el Empire Music Hall, de Londres. Se trataba de un artefacto que hoy no merecería el nombre de aspiradora, ya que consistía en una máquina provista de una caja metálica en cuyo interior se alojaba una bolsa de aire comprimido. El aire se proyectaba sobre la alfombra, con la pretensión de que el polvo y las partículas de suciedad se depositaran en la caja..., cosa que lógicamente no ocurría. Ocurría todo lo contrario.
A aquella extravagante demostración asistió un joven inglés, Herbert Cecil Booth, quien concibió la idea de que en vez de expirar el aire, lo que la máquina debería hacer era aspirarlo.
Booth pasó algún tiempo dándole vueltas en la cabeza a aquella idea, hasta que dio con la solución.
Escribió en cuaderno de notas: "Hoy hice el experimento de aspirar con mi propia boca el respaldo de una silla tapizada en un restaurante de Victoria Street; el polvo me hizo toser estruendosamente, pero conseguí aspirarlo".
De hecho, la primera aspiradora fue la boca de su inventor, quien había comprendido que el secreto residía en encontrar un tejido de urdiembre espesa para utilizarlo como filtro, cosa que encontró en 1901. Aquel año patentó su invento.
Sin embargo, existían antecedentes de un invento parecido. En 1869, otro inglés, G. Mc. Gaffey había registrado un aparato con aquellas pretensiones. Y meses antes que Booth, el fontanero norteamericano D.E. Kenney patentó por primera vez un modelo de aspiradora, aunque se le concedió la patente ya en 1907.
El invento de H. Cecil Booth era muy rudimentario. Un armatoste pesado y de enormes proporciones. Constaba de bomba, cámara de polvo, motor eléctrico y un móvil para llevarlo de un sitio a otro.
La historia cuenta que el propio Booth recorría la ciudad ofreciendo sus servicios para aspirar el polvo de las casas. En algunos lugares lo despedían con un portazo o con palabras soeces, pero algunas señoras aceptaban pues sufrían el problema. Entonces, Booth introducía por la ventana una larga manguera flexible mientras se ponía el aspirador en marcha; eran necesarias dos personas para manipularlo.
Los primeros clientes de H. C. Booth fueron los dueños de grandes locales públicos, como teatros, hoteles. Su primer encargo le vino de la Abadía de Westminster, para aspirar el polvo de la enorme alfombra que cubría su suelo, y que pisaría el rey Eduardo VII en 1901, en la ceremonia de su coronación.
En aquellos tiempos heroicos de este genial electrodoméstico, la aspiradora tuvo otros usos. Durante la Primera Guerra Mundial se ordenó llevar numerosas aspiradoras al Crystal Palace, de Londres, en cuyos suelos yacían los enfermos de tifus exantemático cuyo rápido contagio atribuían los médicos al polvillo en suspensión.
Quince aspiradoras trabajaron día y noche aspirando suelos, escaleras y paredes, e incluso las vigas del edificio. Se extrajeron treinta y seis camiones de polvo, y, tal vez por una feliz casualidad, terminó la epidemia. Este hecho contribuyó poderosamente al triunfo y reconocimiento público del nuevo invento.
La aspiradora conoció, a partir de entonces, numerosos cambios e innovaciones. La primera aspiradora en ser realmente eficaz fue la inventada por Murray Spengler, quien en 1908, asociado con W.B. Hoover, comercializó un aparato que haría historia: el Modelo 0. Todas las aspiradoras posteriores son hijas de este artilugio económico y eficaz.
Sacudir el polvo, limpiar alfombras, tareas que eran una pesadilla y que provocaban sonoros conciertos de estornudos, quedaron en el pasado. La aspiradora derrotó al polvo, confinándolo al oscuro encierro de una bolsa u obligándolo a cambiar su rumbo, diluido en agua a través del alcantarillado.
Hoy en día la aspiradora tiene muchos usos, tanto domésticos como industriales. También las callles saben de ella, ya que para disminuir la contaminación por polvo en suspensión las callles son barridas y aspiradas con enormes máquinas rodantes.
Fuente: "Historia de las cosas", Pancracio Celdrán