Bernardo O'Higgins

El Libertador

La resolución del padre de educar al hijo en Inglaterra, fue decisiva para sus destinos. En el contacto directo, su cerebro, impermeable a la ideología, se empapó en las características políticas del pueblo inglés, y el trato de uno de los precursores encendió en él el sentimiento de la emancipación americana.

Según Vicuña Mackenna, que conoció los papeles de O'Higgins antes de sufrir las mutilaciones con que han llegado hasta nosotros, éste habría tomado a Francisco de Miranda como profesor de matemáticas. El Precursor se dio cuenta del temple de alma de su joven discípulo y del valioso concurso que podía aportar a la causa de la independencia, y le comunicó sus planes.

Hacia esta misma época, la rica vida interior, de corte netamente inglés, de O'Higgins, hacía una irrupción tumultuosa. El padre, a la sazón virrey de Lima, había tendido entre él y su hijo un muro infranqueable. No sólo le negó el apellido, sino que rehuyó la comunicación directa. Pero el hijo, atropellando las vallas que el padre había interpuesto, le escribió varias cartas. Como no recibiera respuesta, volvió a hacerlo el 28 de febrero de 1799, pero en vano. Más tarde decidió escribir le a su madre, y el primero de febrero de 1800, le envió una carta desde Cádiz.

Ya en estas crisis afectivas se destaca con fuerza el rasgo que constituye la línea maestra de su personalidad moral. En vez de revolverse contra la sequedad de alma del padre, que sacrificó todos los afectos de la naturaleza a las exigencias de su prodigiosa carrera, la comprende y la perdona (en aquella carta) en un supremo renunciamiento de sí mismo, preludio del que años más tarde hará en aras de su patria.

En 1834, cuando Carlos Rodríguez Erdoiza cometió la villanía de enrostrarle su nacimiento ilegítimo por la prensa de Lima, le contestó con estas nobles palabras: "Yo puedo asegurar que desde que tuve uso de razón, mi alma reconoció una filosofía más alta, que me hacía contemplar mi nacimiento no como un acto relativo a mi propio ser, sino perteneciente a mi soberano creador, a la gran familia del género humano y a la libertad de Chile, mi tierra natal.

A fines de 1799 volvió de Londres a Cádiz, donde se hospedó en la casa de Cruz. Se produjo en su vida, hacia esta época, un corto período de de­sorientación, que era la resultante de la incongruencia de su sangre criolla y de su educación inglesa. Tenía una cultura superior a la corriente de su época, hablaba inglés, francés y español, y había revelado disposiciones para la música, el dibujo y la escultura, pero carecía de vocación definida y de aptitudes en armonía con ella. No era militar, comerciante ni artista.

Abdicación de O’Higgins.

En abril de 1800 se embarcó en un buque que se dirigía a Buenos Aires. Los ingleses aprisionaron la nave y lo desembarcaron en Gibraltar, después de despojarlo de todos sus efectos. Regresó a Cádiz con un duro que le dio su primo Tomás, que también habla sido apresado, a reanudar su vida de pobreza y privaciones. Un ataque de fiebre amarilla, durante la epidemia que asoló a esa ciudad en el verano de 1800, lo tuvo a las puertas de la muerte. Informó a su padre del percance que le había ocurrido con fecha 18 de abril, y el 19 de julio de 1800 le volvía a escribir.

O'Higgins había llevado a España instrucciones de Miranda para los afiliados a la especie de logia que trabajaba por la independencia de América ante las cortes europeas y proyectaba levantamientos en las colonias, sin encontrar en ellas eco. Con este motivo, entró en relaciones con dos canónigos, el argentino Juan Pablo Fretes, que iba a actuar en la revolución de Chile, y el chileno José Cortés Madariaga, prócer de la de Venezuela. Allí trabó también amistad con Juan Florencio Terrada y Fretes, sobrino del canónigo.

Se embarcó el 14 de abril en la fragata "Aurora" y llegó a Valparaíso el 6 de septiembre del mismo año. Su padre había muerto, y aunque no lo reconoció legalmente como hijo, le había legado sus bienes de Chile: una casa en Santiago y la extensa hacienda de Las Canteras con 3.000 vacas.

Hizo un viaje a Lima relacionado con la sucesión de don Ambrosio, y en seguida se consagró a la mejora y explotación de su hacienda, que en 1810 llegó a contar con 20 cuadras de viña, cierros, bodegas, vasijas, una excelente casa de habitación, 8.928 animales vacunos, 1.660 caballares y 5.000 ovejas y cabríos. Residiendo alternativamente en Concepción, en Los Ángeles y en Chillán, donde vivía su madre, ya viuda de Rodríguez, por su cultura europea y por el enorme prestigio de que su padre había gozado en el sur, a pesar de ser casi un extraño en su propia patria, adquirió numerosas relaciones. Sin embargo, su temperamento y su carácter irlandés, su falta de destreza para halagar y atraerse a los hombres y sus ideas demasiado avanzadas para el ambiente, limitaron su influencia a un cor­to número de amigos.

El entusiasmo por la emancipación de su patria no se debilitó con el aislamiento de los focos revolucionarios europeos, con la madurez de juicio ni con la consideración de los cuantiosos intereses que arriesgaba en la partida.

Desde la deposición de García Carrasco, había figurado como uno de los más ardientes revolucionarios. Acompañó a Rozas y a los Ochocientos contra la primera junta de gobierno. Cuando estalló la lucha entre Carrera y Rozas, intentó apaciguarla, y no habiéndolo logrado, se puso del lado del último. Pero, desde su caída, procuró mantenerse por encima de las rivalidades de bandos y de familias.

Espada del Libertador

Mientras estudiaba en Inglaterra, pensó por un momento ser marino. Más tarde, en Cádiz, se entusiasmó con el desfile de las tropas que iban a Portugal, pero esos entusiasmos no reflejaban una verdadera vocación militar. Pocos hombres han tenido una conciencia más clara de su falta de aptitudes en este terreno que O'Higgins. Pidiendo a Mackenna indicaciones para instruirse y poder comandar medianamente su regimiento de milicias montadas de La Laja, le decía en 1811: "Estoy convencido de que los talentos que constituyen a los grandes generales como a los grandes poetas, deben nacer con nosotros, y conozco, además, cuán raros son esos talentos, y estoy penetrado bastante de que carezco de ellos para abrigar la esperanza quimérica de ser un día un gran general, razón por la que, a medida que conozco mi deficiencia, debo hacer mayores esfuerzos para remediarla en lo posible. La carrera a que me siento inclinado por naturaleza y carácter, es la de labrador.. Si me hubiera tocado en suerte nacer en Gran Bretaña o en Irlanda, hubiera vivido y muerto en el campo. Pero he respirado por primera vez en Chile y no puedo olvidar lo que debo a mi patria.

El nuevo general en jefe, O’Higgins, como su antecesor, Carrera, carecía, pues, de las dotes naturales, de los conocimientos y de la experiencia de la guerra que exige el comando de un ejército. Pero había entre ellos dos grandes diferencias. Al paso que Carrera simulaba con admirable destreza aptitudes que no poseía, O'Higgins era enteramente incapaz de aparentar dotes militares. En cambio, su coraje fisiológico y su gran combatividad le permitían arrastrar a los oficiales y soldados sobre los cuales le era posible influir personalmente.