La “cuestión social” y la Iglesia católica hacia 1891

En Chile la problemática de la “cuestión social” constituyó el tema principal de  preocupación en la discusión pública desde fines del siglo XIX hasta las primeras dos décadas del XX. Tanto así, que los escritos sobre el tema aparecidos desde entonces muestran una variada gama de posiciones y enfoques , y se puede afirmar que todas las grandes corrientes ideológicas presentes en la historia de Chile del siglo XX encuentran su punto de partida en ese período.

Tal como ocurre en el caso europeo, producto de la Revolución industrial , procesos como la expansión urbana, las dificultades para la constitución de una “sociedad salarial” y, más lentamente, el desarrollo de la actividad industrial inciden directamente en la aparición de una serie de fenómenos que se dan precisamente en las grandes ciudades y también en las concentraciones de trabajadores de la zona salitrera chilena.

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En general, a nivel de las principales ciudades, puertos y oficinas salitreras, se constatan precarias condiciones de vida de la clase obrera y, en especial, de la propia relación laboral, al carecer de protección y seguridad.

Además, en Chile, las precarias condiciones de vida en las ciudades se ven agravadas por los problemas de vivienda que acarrean los flujos migratorios desde las haciendas del valle central y, posteriormente, de los centros mineros ubicados en la zona del salitre.

Ver: Crisis del salitre

Las ciudades asisten a un notable crecimiento demográfico que deviene en una fuerte demandas por habitaciones y viviendas. Del mismo modo, este déficit habitacional, unido al vertiginoso crecimiento de las ciudades provoca diversos problemas de hacinamiento, violencia y la propagación de enfermedades contagiosas.

Este cuadro es el reflejo de una realidad objetiva que se convierte en el germen de una verdadera “lucha de clases” según los postulados de corte socialista o comunista que reivindican los derechos de las clases desposeídas.

Como la “cuestión social” es un fenómeno con características mundiales, como dijimos producto de la Revolución industrial , no extraña la postura de la Iglesia católica y del papa León  XIII , quien publica su célebre encíclica Rerum Novarum con la cual espera zanjar la “cuestión social” explicando sus causas y entregado su fórmula para superarla.

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Hacinamiento de obreros en las ciudades.

Para referirse a la “cuestión social”, en su encíclica León XIII utiliza la expresión “situación de los obreros” y apunta que:

“El asunto (la “cuestión social” o “situación de los obreros”) es difícil de tratar y no exento de peligros. Es difícil realmente determinar los derechos y deberes dentro de los cuales hayan de mantenerse los ricos y los proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo. Es discusión peligrosa, porque de ella se sirven con frecuencia hombres turbulentos y astutos para torcer el juicio de la verdad y para incitar sediciosamente a las turbas.”

En seguida pone el énfasis en  la condición “miserable y calamitosa” de los pobres y dice que:

“...es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa, ya que, disueltos en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío, desentendiéndose las instituciones públicas y las leyes de la religión de nuestros antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores. Hizo aumentar el mal la voraz usura, que, reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, no obstante, por hombres condiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios.”

Al referirse a los postulados socialistas que pretenden solucionar “la cuestión social”, dice:

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La crisis del salitre puso en el tapete la "cuestión social" en toda su magnitud.

“Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación. Creen que con este traslado de los bienes de los particulares a la comunidad, distribuyendo por igual las riquezas y el bienestar entre todos los ciudadanos, se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita fundamentalmente a las naciones.”

En defensa de la propiedad privada, y en contra de las posturas socialistas, dice:

“Pero, lo que todavía es más grave, proponen (los socialistas) un remedio en pugna abierta contra la justicia, en cuanto que el poseer algo en privado como propio es un derecho dado al hombre por la naturaleza.”

Y agrega:

“El que Dios haya dado la tierra para usufructuarla y disfrutarla a la totalidad del género humano no puede oponerse en modo alguno a la propiedad privada.”

Respecto al trabajo, dice:

“Igual que los efectos siguen a la causa que los produce, es justo que el fruto del trabajo sea de aquellos que pusieron el trabajo. Con razón, por consiguiente, la totalidad del género humano, sin preocuparse en absoluto de las opiniones de unos pocos en desacuerdo, con la mirada firme en la naturaleza, encontró en la ley de la misma naturaleza el fundamento de la división de los bienes y consagró, con la práctica de los siglos, la propiedad privada como la más conforme con la naturaleza del hombre y con la pacífica y tranquila convivencia.”

Al defender la institución familiar, dice:

“...siendo la familia lógica y realmente anterior a la sociedad civil, se sigue que sus derechos y deberes son también anteriores y más naturales. Pues si los ciudadanos, si las familias, hechos partícipes de la convivencia y sociedad humanas, encontraran en los poderes públicos perjuicio en vez de ayuda, un cercenamiento de sus derechos más bien que una tutela de los mismos, la sociedad sería, más que deseable, digna de repulsa.”

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"Sociedad que no ayuda al desposeçido, es una sociedad repulsiva."

Y agrega:

“Querer, por consiguiente, que la potestad civil penetre a su arbitrio hasta la intimidad de los hogares es un error grave y pernicioso. Cierto es que, si una familia se encontrara eventualmente en una situación de extrema angustia y carente en absoluto de medios para salir de por sí de tal agobio, es justo que los poderes públicos la socorran con medios extraordinarios, porque cada familia es una parte de la sociedad.”

Desvirtuando los postulados socialistas, agrega:

“De todo lo cual se sigue claramente que debe rechazarse de plano esa fantasía del socialismo de reducir a común la propiedad privada, pues que daña a esos mismos a quienes se pretende socorrer, repugna a los derechos naturales de los individuos y perturba las funciones del Estado y la tranquilidad común. Por lo tanto, cuando se plantea el problema de mejorar la condición de las clases inferiores, se ha de tener como fundamental el principio de que la propiedad privada ha de conservarse inviolable. Sentado lo cual, explicaremos dónde debe buscarse el remedio que conviene.”

Previo a reseñar las soluciones, o el remedio, a la “cuestión social”, la encíclica defiende el orden natural (y por tanto divino, de Dios) que diferencia a los seres humanos entre sí, y postula que:

“Establézcase, por tanto, en primer lugar, que debe ser respetada la condición humana, que no se puede igualar en la sociedad civil lo alto con lo bajo. Los socialistas lo pretenden, es verdad, pero todo es vana tentativa contra la naturaleza de las cosas. Y hay por naturaleza entre los hombres muchas y grandes diferencias; no son iguales los talentos de todos, no la habilidad, ni la salud, ni lo son las fuerzas; y de la inevitable diferencia de estas cosas brota espontáneamente la diferencia de fortuna. Todo esto en correlación perfecta con los usos y necesidades tanto de los particulares cuanto de la comunidad, pues que la vida en común precisa de aptitudes varias, de oficios diversos, al desempeño de los cuales se sienten impelidos los hombres, más que nada, por la diferente posición social de cada uno.”

Ver: PSU: Historia y Ciencias Sociales; Pregunta 38

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La opulencia de unos pocos: palacio en Santiago.

Frente al intento de oponer entre sí las diferencias naturales señaladas, convirtiendolas en “lucha de clases” (ricos contra pobres), dice:

“Es mal capital, en la cuestión que estamos tratando (la “cuestion social” o “situación de los obreros”), suponer que una clase social sea espontáneamemte enemiga de la otra, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente en un perpetuo duelo. Es esto tan ajeno a la razón y a la verdad, que, por el contrario, es lo más cierto que como en el cuerpo se ensamblan entre sí miembros diversos, de donde surge aquella proporcionada disposición que justamente podríase llamar armonía, así ha dispuesto la naturaleza que, en la sociedad humana, dichas clases gemelas concuerden armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio. Ambas se necesitan en absoluto: ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. El acuerdo engendra la belleza y el orden de las cosas; por el contrario, de la persistencia de la lucha tiene que derivarse necesariamente la confusión juntamente con un bárbaro salvajismo.”

Y entrega el remedio para superar las diferencias (solucionar la “cuestión social”):

“Ahora bien: para acabar con la lucha y cortar hasta sus mismas raíces, es admirable y varia la fuerza de las doctrinas cristianas. En primer lugar, toda la doctrina de la religión cristiana, de la cual es intérprete y custodio la Iglesia, puede grandemente arreglar entre sí y unir a los ricos con los proletarios, es decir, llamando a ambas clases al cumplimiento de sus deberes respectivos y, ante todo, a los deberes de justicia.

“De esos deberes, los que corresponden a los proletarios y obreros son: cumplir íntegra y fielmente lo que por propia libertad y con arreglo a justicia se haya estipulado sobre el trabajo; no dañar en modo alguno al capital; no ofender a la persona de los patronos; abstenerse de toda violencia al defender sus derechos y no promover sediciones; no mezclarse con hombres depravados, que alientan pretensiones inmoderadas y se prometen artificiosamente grandes cosas, lo que lleva consigo arrepentimientos estériles y las consiguientes pérdidas de fortuna.

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Fábrica metalúrgica en España, principios del siglo XX.

“Y éstos (son) los deberes de los ricos y patronos: no considerar a los obreros como esclavos; respetar en ellos, como es justo, la dignidad de la persona, sobre todo ennoblecida por lo que se llama el carácter cristiano. Que los trabajos remunerados, si se atiende a la naturaleza y a la filosofa cristiana, no son vergonzosos para el hombre, sino de mucha honra, en cuanto dan honesta posibilidad de ganarse la vida. Que lo realmente vergonzoso e inhumano es abusar de los hombres como de cosas de lucro y no estimarlos en más que cuanto sus nervios y músculos pueden dar de sí. E igualmente se manda que se tengan en cuenta las exigencias de la religión y los bienes de las almas de los proletarios. Por lo cual es obligación de los patronos disponer que el obrero tenga un espacio de tiempo idóneo para atender a la piedad, no exponer al hombre a los halagos de la corrupción y a las ocasiones de pecar y no apartarlo en modo alguno de sus atenciones domésticas y de la afición al ahorro. Tampoco debe imponérseles más trabajo del que puedan soportar sus fuerzas, ni de una clase que no esté conforme con su edad y su sexo. Pero entre los primordiales deberes de los patronos se destaca el de dar a cada uno lo que sea justo.

“Cierto es que para establecer la medida del salario con justicia hay que considerar muchas razones; pero, generalmente, tengan presente los ricos y los patronos que oprimir para su lucro a los necesitados y a los desvalidos y buscar su ganancia en la pobreza ajena no lo permiten ni las leyes divinas ni las humanas. Y defraudar a alguien en el salario debido es un gran crimen, que llama a voces las iras vengadoras del cielo.”

“Por último, han de evitar cuidadosamente los ricos perjudicar en lo más mínimo los intereses de los proletarios ni con violencias, ni con engaños, ni con artilugios usurarios; tanto más cuanto que no están suficientemente preparados contra la injusticia y el atropello, y, por eso mismo, mientras más débil sea su economía, tanto más debe considerarse sagrada.”

La “cuestión social” para la Iglesia en Chile

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Para los pobres, su único don: el trabajo.

La primera reacción oficial de la Iglesia chilena respecto de la “cuestión social” fue la Pastoral de monseñor Mariano Casanova , con motivo de la publicación de la Rerum Novarum (1891). En ella recomendó seguir las instrucciones papales insistiendo especialmente en la necesidad de reaccionar ante el mal que acechaba.

Ver: Pastoral de Mariano Casanova: La condición social de los obreros

En 1893, el arzobispo Casanova volvió a la carga difundiendo desde el púlpito su Pastoral sobre la propaganda de doctrinas irreligiosas y anti-sociales .

Reiterando conceptos vertidos en el documento anterior, el príncipe de la Iglesia denuncia la difusión de doctrinas contrarias a la religión y al orden social.

El socialismo recibe una atención especial, por tratarse de un ideario:

“...antisocial, porque tiende a trastornar las bases en que Dios, autor de la sociedad, la ha establecido. Y no está en manos del hombre —agrega el arzobispo— corregir lo que Dios ha hecho. Dios, como dueño soberano de todo lo que existe, ha repartido la fortuna según su beneplácito, y prohíbe atentar contra ella en el séptimo de sus mandamientos. Pero no por eso ha dejado sin compensación la suerte de los pobres. Si no les ha dado bienes de fortuna, les ha dado los medios de adquirir la subsistencia con un trabajo que, si abruma el cuerpo, regocija el alma”.

El triunfo de las doctrinas socialistas haría la desgracia de todos, de ricos y  pobres, porque la repartición de los bienes de la tierra dejaría en la pobreza a todo el mundo.

No hay otra alternativa que la caridad de las clases acomodadas hacia las desheredadas. Para ello es necesario poner término a los ataques en contra de la religión.

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Disturbios sociales, camino errado, bajo la óptica de la Iglesia.

Mariano Casanova busca concitar el apoyo de los sectores dirigentes, tratando de hacerles entender que en ello está en juego su interés terrenal:

“Es la religión —les dice— la mayor garantía del respeto y obediencia debidos a los
depositarios del poder público”.

Y enfatizando, agrega:

“...si los gobiernos quieren asegurar la estabilidad de las instituciones políticas y de las leyes, su primer deber y su primer interés es honrar y hacer honrar la religión”.

Los artículos extractados de La Revista Católica entre 1893 y 1902 expresan
invariablemente, aunque desde distintos ángulos, la misma postura. Si los pobres han perdido su resignación y empiezan a envidiar y a odiar a los ricos es porque la fe cristiana, único consuelo de los desheredados, ha ido perdiendo terreno. El socialismo y la impiedad se han desarrollado por causas meramente artificiales, o sea, por la manipulación política del pueblo y la propaganda de doctrinas antisociales efectuada por “la prensa afecta al régimen dictatorial” (balmacedista), antes y después del término de la guerra civil.

Ver: La “cuestión social” y la corriente conservadora en Chile

Fuentes Internet:

http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/grezs/grezs0017.pdf