Biblioteca Nacional |
Ubicada en la Avenida Libertador Bernardo O'Higgins N° 651, en la comuna de Santiago, en la Región Metropolitana, la Biblioteca Nacional de Chile es una de las más antiguas de Sudamérica.
Fuentes históricas señalan que, en Chile, las primeras colecciones de libros que no fueron de altos funcionarios, abogados y curas las establecieron los jesuitas, a partir de 1751, en las misiones que establecieron tanto en el norte como en el sur del país, llegando a reunir en ellas más de veinte mil volúmenes. Cuando en 1767 el Rey Carlos III ordenó la expulsión de los jesuitas de sus dominios, no menos de cinco mil de ellos pasaron a constituir la biblioteca de la Universidad de San Felipe.
En efecto, durante el período colonial había en Chile numerosas bibliotecas particulares, tanto en los colegios y conventos como en casas de ciudadanos amantes de las letras. A fines del siglo XVIII contaban con bibliotecas privadas Vicente de la Cruz y Bahamonde, Manuel de Salas, Juan Egaña, Teodoro Sánchez —argentino de nacimiento, pero radicado en Chile desde su niñez—, José Antonio de Rojas, y otros. Esas bibliotecas contaban con volúmenes valiosísimos, obras de los mejores autores, antiguos y modernos.
Edificio en 2002
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La iniciativa de formar en Chile una Biblioteca Nacional nació casi con los albores de la Patria. Sus impulsores fueron los miembros de la junta que gobernaba en 1813, Francisco Antonio Pérez, Agustín Eyzaguirre y Juan Egaña.
Esta junta dio a conocer su propósito en una "proclama" que publicó en la edición del 19 de agosto de 1813 en "El Monitor Araucano", diario oficial de la época. Tal "proclama", y la fecha de su aparición, son consideradas como el Acta de Fundación de la Biblioteca Nacional.
Los fundadores propusieron que el nuevo ente de servicio público funcionara en el ex Palacio Real de Aduana y para llevar su propósito al terreno de las realidades la "proclama" encargaba al Director General de la Renta de Tabacos, Agustín Olavarrieta, la tarea de organizar la biblioteca y recoger los donativos de libros en una especie de suscripción o colecta a que se invitaba a la ciudadanía.
Pero antes de que esos libros alcanzaran a ser convertidos en biblioteca organizada y con su local propio, la tarea se vio brutalmente interrumpida por la derrota de las armas chilenas en la batalla de Rancagua (2 de octubre de 1814). La incipiente biblioteca nacional fue clausurada y se mantuvo así durante toda la Reconquista.
O'Higgins, Director Supremo de la Nación, fue quien volvió a la interrumpida empresa de dar vida a una Biblioteca Nacional, para lo cual, por decreto de 5 de agosto de 1818, designó como su "bibliotecario" organizador a Manuel de Salas, quien creó el primer Reglamento de la Biblioteca. Los libros acumulados en la colecta de 1813 se hallaban arrumbados en una de las salas de la antigua Universidad de San Felipe —donde hoy está el Teatro Municipal—. Agregados esos libros a los de la propia Universidad, que a su vez se habían incrementado con los expropiados por el gobierno colonial a los jesuitas a la fecha de su expulsión, constituyeron el repertorio inicial de nuestra Biblioteca Nacional.
Secundado, al parecer, por fray Camilo Henríquez —designado "bibliotecario primero" por decreto gubernativo de 22 de julio de 1823— don Manuel de Salas dio por terminado por esta fecha su trabajo de organización.
Edificio de la ex-Aduana, hoy alberga
al Museo de Arte Precolombino
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Por decreto de 19 de julio de ese año, que lleva las firmas del Director Supremo de la Nación, Ramón Freire, y del ministro de Gobierno, Mariano Egaña, se ordenó el traslado de la Biblioteca (los montones de libros, que ya superaban los 12.000 volúmenes) a un local apropiado dentro del edificio de la ex Aduana (esquina suroriente de las calles Bandera y Compañía), según el proyecto original. Aquí se abrió finalmente al público por primera vez, como Sociedad de Lectura de Santiago, nuestra Biblioteca Nacional, el 19 de agosto de 1823, décimo aniversario del decreto que ordenó fundarla (en 1831, la Aduana fue trasladada a Valparaíso).
Francisco García Huidobro, administrador en esa fecha y por más de un cuarto de siglo en el cargo, obtuvo importantes logros que afianzaron la labor de la biblioteca.
En primer lugar, obtuvo la dictación de un Decreto Supremo (25 de octubre de 1825) que estableció en Chile lo que se ha llamado el "depósito legal"; es decir, la entrega al Estado de cierto número de ejemplares de cada impreso que sale de los talleres, y que grava a los dueños de éstos.
En segundo lugar, consiguió que se dictara la ley que creó el "derecho de autor", o propiedad literaria (24 de julio de 1834).
En tercer término, redactó un Reglamento que rigiera la organización y funcionamiento del servicio, el que fue promulgado el 2 de octubre de 1834.
Finalmente, obtuvo que se destinara a la Biblioteca Nacional un local más apropiado, que fue el inmueble que en el siglo anterior perteneció a la Compañía de Jesús, situado en la esquina surponiente de las calles Bandera y Catedral, donde hoy están los jardines del Congreso Nacional. En este sitio abrió sus puertas la Biblioteca Nacional el 25 de noviembre de 1834. Otras alas del mismo edificio fueron ocupadas por el Instituto Nacional y por el Museo de Historia Natural.
También debe recordarse, como un acto significativo de este período, la compra por el Estado de la gran biblioteca que, al morir en 1846, dejó el eminente ciudadano Mariano Egaña, cuyo repertorio, unos diez mil volúmenes, vino casi a duplicar el que hasta esa fecha había logrado reunir la Biblioteca Nacional. Hacia 1864 la Biblioteca llegará a reunir más de 38.000 volúmenes gracias a las compras de las bibliotecas de Benjamín Vicuña Mackenna, José Miguel de la Barra, y otras.
Al enfermar gravemente García Huidobro, el Gobierno dispuso que lo subrogara en su cargo el Decano de la Facultad de Humanidades, el cual, en lo sucesivo, debería ejercer la dirección de la Biblioteca Nacional, como una atribución anexa al decanato (decreto de mayo de 1852). Esta disposición se mantuvo durante 34 años, período en el cual los dos funcionarios que ejercieron la tuición inmediata de la Biblioteca Nacional, Vicente Arlegui y Ramón Briseño, lo hicieron con el título de "bibliotecario" y de "conservador", respectivamente.
En 1885, la Biblioteca contaba con unos sesenta mil volúmenes apretados en salas demasiado estrechas.
Al dejar el cargo Briseño, en 1886, cesó la función bibliotecaria de los decanos de Humanidades, y fue Luis Montt quien pudo recibir el título de "director" de la Biblioteca Nacional, para ejercer durante veintitrés años. Bajo su mandato la colección subió desde 60.000 a 150.000 volúmenes. Junto con asumir, el flamante director obtiene el traslado al Palacio del Consulado, acondicionado para este efecto en Compañía con Bandera, donde iba a permanecer hasta 1925.
El edificio recién terminado,
1925
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A la muerte de Luis Montt, y tras breve jefatura interina de Ramón A. Laval, fue designado director de la Biblioteca Nacional Carlos Silva Cruz, quien ejerció el cargo desde 1910 hasta 1927. Bajo su mandato, al cumplirse el primer centenario del acta de fundación de la Biblioteca Nacional, el 24 de agosto de 1913, se colocó la primera piedra del palacio que hoy ocupa la Biblioteca Nacional, ubicado en la manzana limitada por las calles Alameda Bernardo O'Higgins, Moneda, Mac Iver y Miraflores. Aquí abrió sus salas al público en 1925.
En 1927 asume la dirección Eduardo Barrios. El 18 de noviembre de 1929 se creó la Dirección General de Bibliotecas, Archivos y Museos.
Tras un período de un año en que ejerció la jefatura de la Biblioteca Tomás Thayer Ojeda (julio de 1931 a julio de 1932), sus directores siguientes fueron Gabriel Amunátegui, Ernesto Galliano Mendiburu (interino, 1947-1948-1953), Eduardo Barrios Hudtwalker (1953-1960), Guillermo Feliú Cruz, destacado historiador, catedrático e investigador, ex Decano de la Facultad de Filosofia y Educación de la Universidad de Chile, miembro de la Academia de la Historia.
Para 1950 ya la Biblioteca había llegado a 1.500.000 volúmenes, y el 28 de junio de 1952 se estableció el Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina,
Feliú Cruz es el creador de la Sala Medina de la Biblioteca Nacional. El gran historiador y bibliógrafo dispuso que Feliú Cruz fuera el conservador de su valiosa producción, formada por diversas colecciones de impresos nacionales —libros, revistas, periódicos y documentos— que constituyen hoy la Biblioteca Americana de José Toribio Medina, donada por él mismo a la Biblioteca Nacional. Al formar su biblioteca, Medina se propuso recopilar los primeros impresos americanos y las más importantes obras acerca de América, editadas a partir del Descubrimiento.
Entre ellos se encuentran raros y apreciados libros náuticos, geográficos y demográficos contemporáneos de la época de los descubrimientos, repertorios de lenguas indígenas, además de importantes textos historiográficos, literarios y científicos de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX. Destacan, asimismo, las antiguas ediciones de los primeros cronistas de América y Chile y el archivo de manuscritos que comprende 11.992 manuscritos reunidos en 378 volúmenes.
Aparte de esta notable colección, y las de Vicuña Mackemma y Barros Arana, la Biblioteca Nacional ha acrecentado su patrimonio gracias al aporte de destacados intelectuales como Andrés Bello, Enrique Matta Vial, Raúl Silva Castro, el propio Guillermo Feliú Cruz y Antonio Doddis, cuyas bibliotecas personales han pasado a formar parte del patrimonio de todos los chilenos, de la misma manera como, en sus orígenes, la institución recibió valiosas colecciones particulares, comenzando por la biblioteca de los jesuitas.
En enero 1967 se hizo cargo de la dirección de la Biblioteca Nacional, el catedrático y escritor Roque Esteban Scarpa. Este realizó una fructífera labor y creó el Archivo de la Palabra, el Archivo del Escritor, el Museo del Escritor Chileno, el Archivo del Compositor Chileno, la Oficina de Referencias Críticas, el Centro Bibliográfico Raúl Silva Castro, un Taller Literario, y la Colección de Mapas. Además, patrocinó la indización de varias revistas literarias del siglo XX y la compilación de bibliografías sobre Educación y Literatura.
Luego, entre 1971 y 1973 ocupó la Dirección el bibliotecario y poeta Juvencio Valle. En 1973 reasumió Scarpa como Director, quien se mantuvo hasta 1977, cuando lo reemplazó Enrique Campos Menéndez.
La extensión cultural
En esta labor de irradiar cultura y despertar la inquietud en los espíritus destaca el Departamento de Extensión Cultural que dirigió con gran acierto, en 1968 y durante varios años, el escritor y catedrático Armando González Rodríguez.
Adaptándose a la tendencia actual de sus congéneres, la Biblioteca Nacional ya no limita el campo de sus actividades al de coleccionar, catalogar y prestar libros, sino que abarca todo aquello que suele denominarse hoy "extensión cultural": conferencias, foros, conciertos, exposiciones.
En el Pabellón Moneda, existe un amplio, cómodo y elegante auditorio para este tipo de actividades intelectuales, como asimismo, una sala de exposiciones.
La labor realizada por Extensión Cultural ha merecido los mejores elogios nacionales y extranjeros.
El edificio de la Biblioteca Nacional
Al tesón de Carlos Silva Cruz, sucesor de Luis Montt, se debe la construcción del actual edificio de la Biblioteca Nacional, tras la demolición del antiguo Monasterio de las monjas Claras, situado en la manzana comprendida por Alameda, calle Claras (hoy Mac-Iver), Moneda y Miraflores.
La construcción fue realizada por la Inspección General de Arquitectura de la Dirección de Obras Públicas, de acuerdo al proyecto del arquitecto Gustavo García Postigo. El programa incluía la Biblioteca Nacional, Museo Histórico y Archivo Nacional.
Estilo clásico, al interior
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En etapas sucesivas y durante varios años, se inicia en 1914 la construcción del edificio de la Biblioteca con frente a la Alameda hasta 1927, año de su terminación. El Museo Histórico con frente a calle Miraflores se inicia en 1919 para terminarse en 1939. El pabellón Moneda, que se había iniciado en 1930, es inaugurado en 1963. El cuerpo que enfrentaría la calle Mac-Iver, para albergar el Archivo Nacional no se construyó quedando hasta hoy un espacio con jardines. Su planta original, concebida en forma de cruz de malta, tiene dos niveles, más piso zócalo y un sector de manzarda, esquema que fue alterado al abandonar la construcción de la proyectada ala poniente.
Estilo
Se inscribe dentro de la arquitectura académica de principios de siglo, inspirada en los postulados de la Escuela de Bellas Artes de París. Sus elementos clásicos, tratados con cierta libertad, ordenan la composición de las fachadas y de la arquitectura interior. En la fachada principal, columnas de doble altura separan los ventanales que iluminan las salas de este cuerpo.
La cúpula que se levanta en el eje central destaca su ingreso magnificado por tres vanos altos de arcos de medio punto y seis columnas exentas que acentúan se verticalidad. En un juego armonioso con la fachada principal, las columnas de doble altura exentas en la fachada oriente y adosadas en la fachada norte, constituyen también el elemento principal de composición.
En su interior, las terminaciones, que posiblemente son las más finas que hasta la fecha se realizan en un edificio público, fueron encargadas a artistas y artesanos nacionales. Se destaca el trabajo de pinturas murales, obras de los pintores Gordon, Helsby, Courtois y Mori. Los trabajos de composición, ornamentación y tallado artístico en madera o yeso para diferentes elementos constructivos del edificio, fueron ejecutados por Hipólito Eyraud. Enea Ravanello ejecuta las tres puertas de fierro de la entrada principal, Alberto Mattmann ejecuta las balaustradas de fierro y bronce de las escaleras y Santiago Ceppi ejecuta los pisos de mármol y granito artificial.
Entorno
Un mutuo enriquecimiento emerge entre el volumen y la calidad arquitectónica de la Biblioteca Nacional y la gran arteria santiaguina de la Avenida Bernardo O'Higgins. Destaca también al edificio la colindancia de la Plaza Vicuña Mackenna y el cerro Santa Lucía hitos urbanos creadores de gratos espacios arbolados.
Antecedentes
La manzana comprendida entre las calles Alameda, Claras, Miraflores y Moneda perteneció al antiguo monasterio de las monjas Claras, levantado a comienzos del siglo XVII y demolido en 1913, para construir en ella la Biblioteca Nacional, Museo Histórico y Archivo de Gobierno. Fue adquirida por el Fisco según Ley N° 2.754 de 28 de enero de 1913. En la actualidad el edificio es sede de la Dirección General de Bibliotecas, Archivos y Museos, dependiente del Ministerio de Educación. En él funcionan la Biblioteca Nacional y el Archivo Nacional, este último ubicado en el ala oriente del edificio, desde agosto de 1982. Antes de ese año era sede del Museo Histórico, el que fue trasladado al Palacio de la Real Audiencia, en la Plaza de Armas.
Fuentes Internet:
cervantesvirtual.com/portal/BNC/presentacion.shtml