Batalla de Yerbas Buenas |
La batalla de Yerbas Buenas se comienza a gestar desde el instante en que Pareja se sitúa en Chiloé. El 17 de marzo de 1813, zarpó la expedición para Valdivia en cinco buques, transportando 1.370 hombres. En esta última plaza el ejército realista subió a 2.070 hombres y desde allí tomó rumbo a Concepción, desembarcando en San Vicente el día 26; tres días más tarde la ciudad capituló, permitiéndole a Pareja designar intendente al obispo realista Villadres y marchar seguidamente a Chillán que cayó fácilmente en sus manos.
Como consecuencia de ello, el 1 de abril, el Senado chileno otorgó a José Miguel Carrera el grado de brigadier. También se resolvió darle el mando de todas las tropas del reino con el título de General del Ejército de la Frontera, y con el encargo de partir inmediatamente al sur a rechazar la invasión de Pareja.
Ese mismo día, Carrera salió en dirección al sur, estableciendo su cuartel general en Talca, donde llegó a reunir un contingente de 4.000 hombres. Igual cantidad había reunido Pareja que desde Chillán había comenzado a moverse en dirección del Maule. Pareja dejó en la retaguardia a un grupo de unos trescientos hombres a la espera del parlamentario enviado a Carrera con la idea de hacerlo rendirse.
Como respuesta, un destacamento patriota salió en persecución de esa retaguardia de Pareja, pero al no encontrarla donde creían que debía estar continuaron tras ella.
Era el 26 de abril de 1813 y el grueso de las tropas realistas de Pareja, incluyendo los trescientos hombres de su retaguardia, se encontraban reunidos al norte de Linares, en la localidad de Yerbas Buenas.
A las tres de la madrugada del día 27, en medio de una bruma que hacía muy difícil la visión, la avanzada patriota a cargo de Juan de Dios Puga llegaba a la aldea de Yerbas Buenas. Algunas fogatas que alumbraban débilmente hicieron creer a Puga que había sorprendido a los rezagados de Pareja.
Las tropas realistas confiaban, a su vez, en que los patriotas estaban muy lejos de ellos y no habían tomado precauciones para acampar.
Los sucesos adquirieron un aspecto tragicómico. Los soldados patriotas embistieron sin orden ni concierto y a los pocos minutos los oficiales habían perdido todo el control sobre ellos. Los patriotas cayeron sobre la artillería realista que estaba reunida en un ángulo del campamento. Los artilleros españoles huyeron y cuando el oficial a cargo de ellos apareció en el lugar comenzó a impartir órdenes a los patriotas, a quienes confundió con sus hombres. Hecho prisionero, se lo llevaron junto con algunos cañones.
Los demás batallones realistas, en vez de desbandarse, tomaron sus armas y permanecieron a la expectativa escuchando el bullicio de la escaramuza a su alrededor. Algunos de ellos, cubiertos por lo negro de la noche y de la neblina, intentaron atacar pero sólo lograron enfrentarse con grupos de sus propios compañeros y con algunos patriotas. La batahola fue creciendo y nadie veía contra quien combatía. Los gritos de ¡Viva el rey! y ¡Viva la patria! sonaban en todas direcciones, en tanto grupos de cien o doscientos realistas se disparan mutuamente.
Cuando, pese a la oscuridad, los patriotas se dieron cuenta de que estaban luchando contra el grueso del ejército español, emprendieron la retirada no sin tener un alto número de bajas.
El desenlace de la sorpresa tuvo repercusiones negativas en ambos bandos, más que por el resultado material, por lo que significó en la moral de la tropa, tanto realistas como patriotas.
Compilación: Profesor en Línea