Antoine de Saint-Exupéry |
“Sentado en el Cielo”
Por Fernando Emmerich
(Artículo publicado el 27 de marzo del 2000, en el centenario del natalicio del autor de “El principito”)
“Una tras otra, el piloto verificó las cifras y se sintió seguro. Se encontraba solidamente sentado en el cielo". Esta gráfica expresión, con la cual Saint-Exupéry describe a un aviador en una de sus novelas, puede servir para ubicarlo a él mismo en la literatura universal, a cien años de su nacimiento y 56 de su muerte.
La aviación influyó decisivamente en la vida del hombre durante el siglo veinte. Acortó las distancias a extremos que nadie hubiera soñado antes. Hoy se salta de un continente a otro en horas, en viajes que anteriormente duraban meses. Sin embargo, la influencia de la aviación en la vida del ser humano no se ha reflejado con igual amplitud en la literatura. No abundan las (buenas) novelas ambientadas en el mundo de los aeropuertos y de los viajes aéreos. Confirman la regla excepciones como Pylon, de William Faulkmer, que tiene como principal escenario un aeródromo donde se están realizando carreras de aeroplanos paralelamente con la celebración del Carnaval en Nueva Orleans.
Tal vez el autor que más y mejor se ocupó de la aviación en su obra narrativa sea el francés Antoine de Saint-Exupéry. Este Ícaro moderno tuvo dos grandes pasiones en su vida, ambas igualmente peligrosas: volar y escribir.
Antoine de Saint-Exupéry nació en Lyon en 1900. Tuvo una infancia feliz.. A los doce años descubrió su destino. Jugando en el campo llegó hasta un aeródromo. Allí, Védrines, el piloto que había realizado el primer vuelo de París a Madrid, lo invitó a volar. Desde aquel momento, Antoine tuvo un sueño absorbente: ser aviador.
La aviación estaba dando enormes saltos por aquellos años. A principios del siglo los hermanos norteamericanos Wilbur y Orville Wright habían exhibido en Europa su gran invento: el primer aeroplano a motor. En 1909 Blériot sobrevoló el Canal de la Mancha, uniendo por el aire a Francia con Inglaterra. Un año después Chávez sobrevoló los Alpes y dos años más tarde Garros atravesó el Mediterráneo.
Al término de la Primera Guerra Mundial se inició la aviación comercial. Después de unir ciudades dentro de un mismo país, se internacionalizó con la inauguración de la línea París-Londres, en 1919. Los franceses crearon luego la Aeropostal, que uniría a Francia con África.
En 1927 Charles Lindbergh realizó su célebre travesía del Atlántico, volando sin escalas desde Nueva York a París. Mientras tanto, en Sudamérica se había venido creando una red comercial que unía a Chile con Argentina, Uruguay, Paraguay y el Brasil. Jean Mermoz conectó en 1930 ambas redes, la francesa y la sudamericana, cruzando el Atlántico desde Dakar, en África, a Natal, en Brasil.
El primer vuelo nocturno se realizó en 1928. La operación estuvo a cargo de Didier Daurat, por entonces jefe de Saint-Exupéry y a quien éste le dedicó su libro titulado precisamente Vuelo nocturno .
En 1921, Antoine de Saint-Exupéry había hecho su servicio militar, en Estrasburgo. Enrolado en el cuerpo de mecánicos de un regimiento de aviación, se pagó cursos de vuelo. Obtuvo su diploma de piloto civil y se las arregló para ser destinado, como subteniente, a otro regimiento de aviación. En un accidente se fracturó el cráneo. Licenciado del servicio militar, no pudo enrolarse en el Ejército por oposición de la familia de su novia de entonces. Comenzó a escribir. Posteriormente ingresó en la Aeropostal. Volaba entre Francia y África. De esas experiencias surgió su primer libro, Correo del Sur , publicado en 1928. En 1931 apareció un nuevo libro extraído de sus experiencias de piloto: Vuelo nocturno.
En 1935, cuando intentaba batir el récord de velocidad entre París y Saigón, en la Cochinchina francesa (hoy Vietnam), capotó cayendo en el desierto de Libia. Él y su mecánico fueron encontrados cinco días después, casi muertos de sed. No escarmentó: posteriormente trató de batir otro récord de velocidad, ahora entre Nueva York y la Tierra del Fuego, pero sufrió un accidente en Guatemala, fracturándose de nuevo el cráneo. Aprovechó su convalecencia para escribir Tierra de hombres , que fue best seller en los Estados Unidos.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Saint-Exupéry fue movilizado como capitán de la reserva. Cuando Francia firmó el armisticio, en 1940, Saint-Exupéry se trasladó a NuevaYork, donde publicó Piloto de guerra, en 1942, y en 1943 El Principito, el alegórico y delicado relato que lo ha hecho universalmente famoso y que han leído y siguen leyendo generaciones de niños en todo el mundo.
Antoine de Saint-Exupéry desapareció en 1944, abatido mientras desempeñaba una misión de reconocimiento en el Mediterráneo. Su último libro, Ciudadela, se publicó póstumamente.
Hundiéndose en la radiante oscuridad
El Diccionario Sopena de Literatura seleccionó la novela Vuelo nocturno (Vol de nuit) como la más representativa de Antoine de Saint-Exupéry. La novela transcurre en el término de una noche, y esta ambientada en dos espacios relacionados entre sí y muy distintos a la vez: en Buenos Aires, la enorme urbe que empequeñece al hombre, y en la estrecha carlinga de un avión que le permite al hombre contemplar ―cuando la ve― la inmensidad. El núcleo es Buenos Aires, a donde deben llegar, en vuelos nocturnos, los aviones de una línea aeropostal que proceden de Santiago, de Asunción y de la Patagonia, para entregar el correo que otro avión, sobrevolando el Atlántico, llevará a Europa.
Si conviene que el novelista escriba sobre lo que conoce perfecta y profundamente, he aquí un excelente ejemplo. En 1929 Saint-Exupéry llegó a Buenos Aires, designado director de la Compañía Aeropostal Argentina. Allí se reencontró con sus amigos, los célebres pilotos Jean Mermoz y Henri Guillaumet. Viajó para establecer los aeródromos que servirían de escalas para la línea que uniría Buenos Aires con Río Gallegos, y se casó con una viuda argentina, Consuelo Suncin. Vuelo nocturno se publicó en 1931, lo que indica que fue escrita casi simultáneamente con las experiencias que la motivaron.
El caso de Saint-Exupéry nos puede ilustrar sobre el papel que le corresponde desempeñar al novelista. Por aquella época empezó a funcionar el correo aéreo. Esto significó para la gente un medio más rápido para recibir la correspondencia y el uso de nuevos sellos de correo, la mayoría de los cuales mostraban en sus diseños coloridos aeroplanos, y una nueva sección en los álbumes filatélicos. De vez en cuando ocurría algún accidente que afectaba y enlutaba al servicio y que ocupaba por un par de días un espacio en la prensa para cedérselo luego a nuevas noticias. Pero SaintExupéry, como novelista, nos lleva a la intimidad de este mundo de las aeropostales y la fija en una novela; nos da a conocer las sensaciones de los pilotos desafiando los peligros que opone la naturaleza y las angustias de las mujeres que los esperan, la tensión que oprime en tierra a quienes manipulan las radios y los telégrafos... En fin, nos hace vivir intensas experiencias a través de las páginas de un libro.
En 1931, en el prólogo a la primera edición de Vuelo nocturno, André Gide escribió: “De todo lo que Saint-Exupéry habla, lo hace 'con conocimiento de causa'. Él que haya afrontado personalmente los peligros que narra da a su libro un sabor de autenticidad inimitable. Hemos tenido muchos relatos de guerra o de aventuras imaginarias cuyos autores mostraban a veces un fácil talento, pero que hacen sonreír a los verdaderos aventureros o combatientes que los leen. Este relato, del que mucho admiro su valor literario, posee además el valor de un documento, y ambas cualidades, tan inesperadamente unidas, dan a Vuelo nocturno su importancia excepcional”.
Desde arriba, desde el aire, la vida se divisa pequeñita abajo, en la oscuridad de la noche son las luces que se pierden a lo lejos, de la ciudad que se va dejando atrás, de “la ciudad ya conquistada”. El piloto, de cuya pericia -y suerte- depende su vida y la del radiooperador que lo acompaña, va en busca ahora de la siguiente ciudad, aquella donde debe entregar la correspondencia y lo espera la mujer, la mujer que se va imaginando cómo se le acerca su marido desde la Patagonia: “Despega de Trelew (...) Debe estar cerca de San Antonio; ya debe ver sus luces (...).Ya no debe estar lejos, debe ver Buenos Aires"... Pero puede ser que el avión no llegue. Que, desorientado por una tempestad, volando casi a ciegas, se haya hundido, para siempre, en la oscuridad. "Demasiado bello, pensaba Fabien. Erraba entre estrellas acumuladas con la densidad de un tesoro, en un mundo donde no vivía nadie, absolutamente nadie, salvo él, Fabien, y su compañero. Igual que ladrones de ciudades fabulosas, emparedados en la cámara de los tesoros, de la que ya no sabrían salir. Vagan entre heladas pedrerías, infinitamente ricos, pero condenados”.
Comodoro Rivadavia ya no oye nada. Bahía Blanca capta un último mensaje: “Descendemos. Penetramos en las nubes...”. Después, los telegrafistas de turno ya no reciben más noticias del avión perdido.
¿No contesta?
No contesta.
El estilo es el hombre
La lectura de Saint-Exupéry me deja la sensación de que, más aun que un escritor que volaba, era un aviador que escribía. Que pertenecía a esa estirpe que William Faulkner -quien en la Primera Guerra Mundial se alistó en la fuerza aérea canadiense y uno de cuyos hermanos murió en un accidente de aviación- en su novela Pylon describe hiperbólicamente así: “No son seres humanos (...) No es posible imaginárselos amando, como tampoco es posible imaginarse a los aeroplanos unidos en un rincón oscuro del hangar. Si se hacen un corte, sale de él aceite de engrasar. Y si se les disecase, podría comprobarse que en vez de huesos tienen bielas y cojinetes”.
Los aviadores, así como los retrata Faulkner, son seres distantes. Desde luego, no tienen los pies en la tierra. Son austeros. Concisos. Utilizan pocas palabras. Por lo demás, no necesitan muchas, solitarios, allá arriba. Parecen temerle a todo sentimentalismo. Son lacónicos. ¡Qué excelentes aviadores habrían sido los espartanos de las Termópilas!
Así también, escueto, conciso, preciso, casi seco, es el estilo de Saint-Exupéry, el escritor aviador, o el aviador escritor. Enemigo de toda ampulosidad. Conciso y preciso es también el estilo de Camus, y así lo es también el de Borges. Sin embargo, estilísticamente, Saint-Exupéry no resiste la comparación con Camus o con Borges. ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué separa a un Camus y a un Borges de Saint-Exupéry? Preguntándome eso tropiezo -exacto; tropiezo- con esta desafortunadamente exagerada descripción de Saint-Exupéry: “Lentamente, se abría paso a codazos por entre la multitud estancada en la puerta de los cines”. Una descripción que ni Camus ni Borges se habrían permitido por motivo alguno. Habrían sometido al rigor de su lógica estos lugares comunes, este “abrirse paso a codazos”, esa “multitud estancada en la puerta de los cines”. Es la dejación, el descuido, el lugar común, el recurso fácil, adocenado, barato, irreflexivo, que le impiden a Saint-Exupéry alcanzar la categoría literaria, estética, intelectual, de un Camus o de un Borges.
En cambio, cuando no anda repartiendo codazos entre la gente agolpada ―y golpeada― ante los cines de Buenos Aires, la concisión de Saint-Exupéry adquiere gran eficacia, en los episodios dramáticos sobre todo. Éstos jamás se desbordan emocionalmente. Nada más perjudicial para expresar sentimientos que el sentimentalismo. La expresividad de Saint-Exupéry se contiene, y todo se le convierte en contenido. El dolor se exterioriza poco; la procesión va por dentro. Una especie de pudor varonil oculta la intensidad de los sentimientos. Para consignar la fatalidad, la desgracia, bastan pocas palabras:
La una cuarenta. Último límite de la gasolina; es imposible que continúen volando.
Punto final del capítulo. Estas lapidarias palabras sellan, en Vuelo nocturno , la suerte de Fabien y de su radiooperador
Palabras tan lapidarias como las del parte expedido el 31 de julio de 1944, en plena Segunda Guerra Mundial , que registra la desaparición del comandante Saint-Exupéry, que había despegado de Cerdeña para cumplir una misión de reconocimiento que había insistido le fuera encomendada: “Piloto no ha regresado y se le presume perdido”.
Según las investigaciones de los franceses Daniel Descot y Jean Laserre, Saint-Exupéry fue atacado por dos aviones alemanes. Uno de ellos, el pilotado por Robert Heichele, lo derribó. 56 años después, hace algunos meses, fueron encontrados restos del avión de Saint-Exupéry en el mar Mediterráneo.