Isabel de Castilla

Isabel (conocida como La Católica), nacida en 1451 en Madrigal de Altas Torres (Ávila), había pasado a los tres años de edad al castillo de Arévalo con su madre y su hermano Alfonso.

Obligada por las turbulencias políticas y la batalla de Olmedo a buscar refugio en Ávila, en 1468, el arzobispo Carrillo y los nobles sublevados contra Enrique IV le habían ofrecido allí sin éxito la corona de Castilla y León.

Aunque escindida en tres reinos principales, la península Ibérica buscaba la unidad, y fue Isabel quien se hizo intérprete de aquel anhelo. Pero Isabel era sólo hermana de Enrique IV, un rey de discutida sucesión.

Escudo que usaban los descendientes del Rey Pedro 1° de Castilla y de doña Isabel de Sandoval.

Enrique IV pretendía casarla con el rey de Portugal, Alfonso V; pero Isabel, que entonces contaba dieciocho años, estaba dispuesta a decidir por sí misma. Otros príncipes solicitaban su mano: los duques de Clarence y de Gloucester, ingleses, y el duque de Berry, hermano del rey francés Luis XI. Este duque no parecía partido muy ventajoso, por su salud precaria; el príncipe aragonés Fernando, en cambio, era apuesto y bien formado, con cierto renombre en los campos de batalla.

Los acontecimientos se precipitaron. Isabel rompió manifiestamente con su hermano y huyó a Valladolid. Se percataba de su juego peligroso, pero depositaba todas sus esperanzas en Fernando, quien no la defraudó en aquellos momentos cruciales.

Con un grupo de servidores fieles, Isabel se disfrazó y emprendió el viaje; en su primera jornada pernoctó cerca de Burgo de Osma. El 14 de octubre de 1469 se veían por vez primera los futuros Reyes Católicos. Una vez conocido su futuro marido, Isabel quedó satisfecha de su elección. En verdad, no tenía motivo alguno de queja.

Escudo de armas de la casa real de Castilla

Con la mayor celeridad se dispusieron las ceremonias: el 18 de octubre se celebraron los desposorios, veláronse al siguiente en el salón de la casa vallisoletana donde residía Isabel, y una semana más tarde solemnizaron el matrimonio en la iglesia de Santa María, todo muy pobremente, porque el novio llegó sin dinero y la novia carecía de él también.

La boda se celebró sin que los contrayentes obtuvieran la correspondiente dispensa de su parentesco de consanguinidad -eran primos, como biznietos de Juan I de Castilla-. Se hizo correr el rumor de que tenían ya dispensa pontificia, pero en realidad ésta no llegó hasta agosto de 1472, y le fue entregada a Fernando de su propia mano por el legado Rodrigo de Borgia: el mismo que luego sería Papa con el nombre de Alejandro VI.

Una pareja pero dos personalidades

Muy distintos ambos personajes, por no decir opuestos. Ella era activa y apasionada, con ribetes de histerismo en el aspecto erótico; cabe recordar que su madre, Isabel de Portugal, murió demente y que la propia hija de Isabel, la Católica, Juana, la Loca, acabó del mismo modo y por idénticos motivos.

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Fernando e Isabel.

Sus celos hacia el esposo no impidieron que Fernando, acaso como reacción natural y humana, tuviera no pocos devaneos con otras mujeres y más de un ilustre bastardo, como Alonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza. Pero talvez fue el de la lujuria el único grave defecto de Fernando, por ser totalmente falsas las imputaciones de envidioso y avaro que le endilgan algunos cronistas interesados y parciales.

Isabel era aparatosa y espectacular; Fernando, sencillo y observador, prefería las obras a las palabras; ella era impulsiva y un tanto visionaria; él era hombre de su tiempo y de las realidades cotidianas, práctico y poco escrupuloso en guardar las formas cuando éstas no se acomodaban a la vida y a las necesidades.

Fuentes:

“Historia Universal”, Carl Grimberg

Páginas Internet:

http://www.red2000.com/spain/primer/1hist.html

http://www.buscabiografias.com

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