Un libro de final conocido, que se escribe en el aire, con gracia
y picardía, para contar la misma y a la vez nueva historia...
Un apremio, viejo como el mundo, por hallar el elíxir que calme
los tormentos del cuerpo y el espíritu en el sentimiento compartido...
Un juego hecho de amor y fuego, de galanura y respeto...
Una filigrana de plata que quiere ocultar en sus finos requiebros
un mensaje que se calla a gritos...
Eso es la Marinera:
Un estallido de Amor
La música arranca y ellos se miran uno al otro a los ojos, a
través de la distancia que mide el reto asumido. Ella, la hembra
siempre segura, siempre garbosa, siempre primero, levanta su pañuelo
y lo ondea con gracia sin par sonriéndole al amor y a la vida
y luciendo, en su paseo breve y pausado, todo el encanto, que
sabe, el varón desea conquistar. Desde lejos él la saluda sombrero
en mano y le anuncia, con su paso elegante y decidido, que no
sabe de huidas ni negativas, y que, gran conocedor del juego,
se muere de impaciencia por ganar...
Recién se inicia el juego y ya los jugadores se impacientan.
Y es que luego de haberse mirado a los ojos, acercándose casi
con miedo, saludándose en el corto encuentro, la retirada no hace
otra cosa que encender más el deseo.
Ahora ambos buscan el nuevo contacto, pero ahora más próximo,
más íntimo, para poder disfrutar un poco más del dulce placer
de la mutua cercanía. Por eso el retiro es breve, efímero, pues
la música anuncia cómplice que está cercano el momento esperado,
deseado, casi implorando con la sonrisa en los labios y el pañuelo
en los dedos como una paloma que vuela graciosa al encuentro de
su amado...
Ahora sí. La pareja se acerca feliz, airosa, entre el reto y
la tregua, entre el deseo y el miedo. Un giro en torno a un sentimiento,
una vuelta para volverse a juntar. Los pies ágiles los llevan
muy cerca el uno del otro pero cautelando que exista siempre una
distancia entre los dos, pues no es prudente entregarlo todo sin
haber esperado lo suficiente.
Y mientras se miran a los ojos él la rodea cubriéndola con su
brazo y su sombrero, como invitándola a ser suya, sólo suya y
ella con sus movimientos salerosos se deja, ofreciéndole a su
varón una prenda por alcanzar.
Satisfacción y alegría. Los que en un inicio eran distantes bailarines
movidos por un natural deseo atizado con un poco de curiosidad
y otro de picardía, es ahora un dúo feliz, una pareja de amantes
intrépidos que gozan de la licencia que la música les otorga para
seducir y cautivar al otro, con la sonrisa, con la mirada, con
los brazos que juegan a enredarse, ella sujetando la femenina
falda, él luciendo su porte varonil, de conquistador conquistado.
El movimiento de las piernas se hace más fuerte, más enérgico,
porque la sangre corre presurosa, por sus venas, y su ritmo acelerado
ya nadie lo puede detener.
¡A zapatear se ha dicho! Euforia, júbilo, el inconmensurable
placer del gozo compartido, de la dicha de dos al unísono sentida.
El pecho reboza de entusiasmo y sus rostros plenos de felicidad
y emoción, cara a cara, sonriendo dichosos, se lo dicen sin palabras.
Ella, la falda recogida, parece dejar libres los ágiles pies
que "cepillan" el suelo con la furia y el ardor de su
alegría. Él, deseo contenido expresado con la fuerza del taconeo
y el ardor de la entrega. Ya es un hecho, ya no hay más treguas,
y la música, con su sonoro final, acompaña a la pareja en su más
profunda unión. El brazo llevando en alto el pañuelo, las miradas
enlazadas, la rendición total...
El amor ha vencido...
El tiempo es juez infalible de la evolución humana, y su veredicto
nos dice que hay cambios que perduran porque nacen del corazón
de los pueblos, mientras que los usos de pequeños grupos o basados
en modas pasajeras tienen poca permanencia en la memoria colectiva.
La Marinera es pues un legado antiguo que nace de nuestras raíces
irrenunciables, hispana, india y negra, raíces culturales que
le han dado cada una un poco de su sangre transformada en ritmo
y sabor.
Así la vida de nuestro pueblo con sus siempre impredecibles vaivenes,
y la mano del hombre con su participación enérgica aunque limitada
en el tiempo y el espacio, siguen forjando al son de un sentimiento
una danza que, como nuestra historia, es una síntesis comenzada,
pero no concluida.
Tomado del libro: "El Triunfo de Dos"
Luz María Pérez Cisneros, Trujillo, Perú-
1996