Humberstone |
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(Artículo publicado en la Revista del Sábado, de El Mercurio, 9 de septiembre del 2000) A 47 kilómetros de Iquique, por una carretera de última generación que bordea el mar, está el campamento. Aparece envuelto por el viento, un viento suave, remoto, de arena liviana. Hay un sol alto y ningún letrero que diga Humberstone. Por el ligero y descascarado portón de madera asoma un lujoso gato negro con cinta roja. En el quiosco está la señora Gladys Chávez viuda de Andía. Es una pampina de combate.
Ella, su hija Karin y su nieta son los únicos seres humanos de Humberstone hasta que aparecen los turistas, los gringos de bermudas grises y los buses de las giras de estudio. —Soy hermanastra y concuñada de Isidoro Andía –dice–, el que compró Humberstone en un remate. Él murió el año pasado. Me dejó aquí... En ese tiempo todas las salitreras se vendían para el desarme. Don Isidoro se compró cuatro salitreras y un campamento en una subasta pública. Él es el que oferto más y le adjudicaron... Todos dicen que Humberstone se vendió con muebles, con cosas: no es cierto. La compañía salitrera de Tarapacá y Antofagasta vendió todos los muebles, todo lo que había dentro de las casas. Ahora, que la gente robe... Aquí hubo personas hasta 1976, más o menos. Y después se fueron todos, cortaron el agua y la gente se tuvo que ir...
Gladys Chávez recibe agua de la Municipalidad de Pozo Almonte, pero no tiene luz. Vive a oscuras en una casa cerca de los restos de la maestranza, una casa pintada de añil y rodeada de su propio desierto florido, en el centro de un paisaje cósmico, metálico, de toneladas de escombros. "He cuidado Humberstone toda la vida –se enoja–: llegamos el 18 de agosto de 1962, después del mundial de fútbol. Veníamos de Arica. Mi marido vino como administrador de las salitreras. Mire, yo no vendo nada, aquí no se puede vender nada, porque esto está en intervención. Vendo caramelos y me ayudo con las donaciones que me dan". A su marido lo mataron hace cuatro años: "Salió en La Estrella, de Iquique, se llamaba Óscar Andía, era primo en primer grado de don Isidoro". —¿Los herederos de Andía han perdido esta propiedad? —No, no se ha perdido, no. Esto es de la familia Andía, según la Corte Suprema de Santiago. —¿Usted es heredera también? ¿Una parte de Humberstone le pertenece? —Sí, yo tengo cosas aquí. Cosas que mi marido le había comprado a don Isidoro. —Cosas que usted puede vender después. —Ah, claro, cuando se arregle la situación. La situación es que Humberstone y, a dos kilómetros de allí por la pampa, Santa Laura, han sido declaradas Monumentos Nacionales, y se acaban de postular ante la Unesco –con veinte mil firmas de expampinos– como Patrimonio Histórico de la Humanidad. Por mientras, se sigue un largo proceso en el Síndico de Quiebras, porque Isidoro Andía incumplió sus compromisos económicos al comprar las salitreras. Los buques de la reina Isabel El silencio es envolvente. Los vidrios están rotos, las casas vacías. En Humberstone, todas las puertas están abiertas: es como si el desierto (el más feroz de los laberintos, según Borges) avanzara, lento, inevitable, para terminar de borrarlo del planeta. Es la última ciudad fantasma que dejaron las décadas del veinte y cuarenta, los años del oro blanco. Para las salitreras –un centenar de campamentos en la pampa entre Tarapacá y Antofagasta–, la crisis terminal fueron los años cincuenta. En esos días, había una clave, un mensaje final: "Nos van a dar pita y saco". Porque cuando eran despedidos, los pampinos recibían sacos y pita para envolver sus cosas y partir a buscar trabajo a otra salitrera. Y algunos volvían a Iquique.
Bajo los techos de calamina, el rocío de la madrugada dibuja una línea impecable de arena. En la noche, la temperatura puede alcanzar los dos grados bajo cero, y en el día subir de treinta. El viento y los cambios climáticos hacen crujir la calamina con un susurro de metal. Humberstone contiene también el recuerdo de los famosos "buques", que era la zona de las prestaciones sexuales donde "la reina Isabel cantaba rancheras", según Rivera Letelier.
El día de pago llegaban, taconeando por la Calle de los Solteros, docenas de divas con nombres de actrices de Hollywood. La Marlene, la Marilyn, la Rita. Ahora esas calles son hileras idénticas y vacías de pequeñas casas con pisos de tierra que no se alcanzan a distinguir del resto. Un letrero dice: "Se prohíbe a los obreros alojar en sus habitaciones a personas extrañas que no sean las señaladas al firmar el contrato". Otro letrero: "Se prohíbe orinar". Al fondo de la plaza aparece el mítico teatro de Humberstone, de 1882, donde no estuvieron Caruso ni la Sara Bernhard. Pero en los años de esplendor de las flappers, esas niñitas vestidas de vampiresas, la Bernhard bailó en Iquique, sin zapatos, y su comentario muy belle époque fue que un puerto tan lindo merecía tener un teatro de verdad, como el de Iquitos, como el de Manaos. Acomplejó un poquito a los magnates del salitre esto del puerto tan lindo y emprendieron la construcción del Teatro Municipal. Pero Santiago Humberstone era el destino dorado de las mejores compañías de zarzuela, de los westerns y del cine mexicano, y también de la actriz que hizo el primer y único strip-tease artístico del campamento. En ese debut se produjo, según cuenta Jerónimo Caballero López, pampino de 85 años, un silencio mortal. Todo sucedía en 1942 en ese alto teatro de pino oregón y butacas de madera, ahora todo cubierto de una pintura de piscina: "La compañía cubana Babalú traía una nudista española. Y quién se iba a imaginar cuando la dama se desvistió, ¡todos mudos! ¡Nadie hablaba! Se impactó la gente, yo también: no se acostumbraba todavía. Ella salió con una bata y de repente llega y... ¡bota la bata! Nos quedamos totalmente paralizados". Patas de oso En noviembre, en el día del Pampino, se reúnen aquí más de mil personas. En el fondo, nunca han aceptado el cierre de las salitreras: "El pampino tira para la pampa". Durante una semana se oyen rancheras, se encienden las chimeneas de la fábrica y el proyector del cine echa a andar alguna vieja película de Jorge Negrete. Es una ciudad congelada en el tiempo, una máquina del tiempo rebobinándose. En el hotel sólo quedan dos hileras de preciosas butacas color humo. Parecen sacadas de Fitzcarraldo, la película de Herzog; una leve evocación de Manaos en el desierto. Al fondo de la calle viene caminando, danzando, una adolescente bailarina del Panamá. Su vestido de vuelos flota, resplandece. Por un instante, es la imagen total de esos fantasmas luminosos, esos ectoplasmas de lujo que la gente viene a buscar. Y de un minuto a otro, se puebla el campamento. Aparece desde un perro a un par de gringos con cara de sueño y auténtico American Handbook en la mano, carabineros en moto, estudiantes, camarógrafos. En el teatro de Humberstone, las autoridades de la zona se reúnen con el ministro Claudio Orrego. El tema es Humberstone, Patrimonio Histórico de la Humanidad. Francisco Rivera nació en la oficina salitrera y ahora es seremi de Bienes Nacionales. Es un pampino clásico de la Corporación de Hijos del Salitre, la que ya tiene veinte años. Un pampino indestructible. Con sus padres y cinco hermanos vivió en Cala Cala, San José, San Guillermo y Humberstone. —Mi padre era administrativo —cuenta—. En esta plaza jugábamos a los cow-boys. Estuvimos aquí casi hasta el final; nos fuimos en 1960, 1961... Un final bastante dramático.
Jerónimo Caballero López, historiador ya jubilado, anda por la vida con un impecable gorrito azul y un look parecido a los artistas de Buena Vista Social Club. —El primero de noviembre de 1933 llegué a esta oficina. Se llamaba La Palma, y le cambiaron el nombre en 1934. Le pusieron Santiago Humberstone. Esto paralizó a fines de 1959, y ahí me retiré, me fui a Iquique. Yo era del departamento técnico de la maestranza. Mi trabajo era ver todas las máquinas, de aquí, de Santa Laura, de Peña Chica. Llegué soltero, me casé aquí, nacieron mis tres hijos acá, que ahora son profesionales. Me pagaban bien. Mi casa tenía de todo, todos los adelantos de la época, corriente 110 y corriente 220, agua directa... Esta era una ciudad. No daban ni ganas de ir a Iquique. Aquí había fútbol, básquetbol, natación, béisbol. Ninguna oficina tenía béisbol en la pampa y nosotros sí –recuerda. —¿Pero también existían las famosas “camas calientes", donde se levantaba un obrero y se acostaba otro?
—No, eso era más antiguamente. Pero sí existían las famosas camas patas de oso. Supongamos que llegaba yo a esta oficina y me daban una orden para saco, donde se echaba salitre, pero nuevo, de cáñamo. Nos daban esta casa. Entraban los chiquillos, catre no había. Habían puros ponchos, entonces íbamos a buscar unas calaminas y tarros parafineros de veinte litros. Se llenaban los tarros con tierra y se ponía la calamina encima, después los sacos, y encima se tapaba uno. Esas eran las patas de oso... ¡El desierto conserva todo, yo soy un ejemplo viviente! Dicen que en las noches de luna llena todavía se oyen valses y mandolinas. Un enamorado sentimental escribió en el estrado de la orquesta: "Aquí bailé en 1948 al compás de los Estudiantes Rítmicos. Hoy dejo una lágrima de nostalgia en el lugar donde fui feliz". Toda la población flotante ha entrado al teatro. La Corporación Museo del Salitre entregará a la Comisión Regional de Enajenaciones y Concesiones el anteproyecto con el que postulan a la concesión de los terrenos de Humberstone y Santa Laura. La voz del locutor tiene eco. En el mismo escenario donde cantaron y encantaron, con voces recias y sedosas, Lucho Gatica y Lucho Barrios, el intendente de la región afirma: "Esta oficina está cerrando un capítulo de su historia de fantasmas. Porque la real historia está hecha de las pequeñas historias que nos toca narrar". El biministro Claudio Orrego dice: "Este lugar es nuestra historia, es nuestra identidad, este lugar somos nosotros". Y el senador Sergio Bitar, creador de la Corporación Museo del Salitre (que integra el Consejo de Monumentos Nacionales, el Ministerio de Bienes Nacionales, asociaciones gremiales, empresarios y representantes de la Universidad Arturo Prat, de Iquique), habla con pasión sobre el destino de estas oficinas abandonadas: "Tenemos la misión patriótica de restaurar Humberstone y Santa Laura como símbolos de la historia del Chile salitrero". |