DE LA TIERRA A LA LUNA

CAPÍTULO VI

Excavar es la consigna

Esa tarde, Barbicane y sus compañeros regresaron a Tampa, y el ingeniero Murchisson embarcó en el "Tampico" para Nueva Orléans. Tenía que contratar un ejército de trabajadores y recoger la mayor parte del material. Los miembros del Club del Cañón se quedaron en Tampa a fin de organizar los primeros trabajos con la ayuda de la gente de la zona.

Una semana después de su partida, el "Tampico" regresaba a la Bahía del Espíritu Santo con una flotilla de buques de vapor.

Murchisson había reunido quinientos trabajadores. En los malos tiempos de la esclavitud le hubiera sido imposible. Pero desde que América, la tierra de la libertad, no abrigaba en su seno más que hombres libres, éstos acudían donde quiera que les llamaba un trabajo generosamente retribuido. Y el Club del Cañón no carecía de dinero, y ofrecía a sus trabajadores un buen salario con gratificaciones considerables y proporcionadas.

El operario reclutado para Florida podía contar, concluidos los trabajos, con un capital depositado a su nombre en el Banco de Baltimore. Murchisson tuvo, pues, donde escoger; y pudo manifestarse severo respecto de la inteligencia y habilidad de sus trabajadores. Es de creer que formó su laboriosa legión con la flor y nata de los maquinistas, fogoneros, fundidores, mineros, albañiles y artesanos de todo género, negros o blancos, sin distinción de razas. Muchos partieron con sus familias. Aquello era una verdadera emigración.

A las diez de la mañana, la legión del 31 de octubre desembarcó en los muelles de Tampa, y fácilmente se comprende el movimiento y actividad que reinarían en aquella pequeña ciudad cuya población se duplicaba en un día. En efecto, Tampa debía ganar mucho con aquella iniciativa del Club del Cañon, no precisamente por el número de trabajadores que se dirigieron inmediatamente a Stone's Hill, sino por la afluencia de curiosos que convergieron poco a poco desde todos los puntos del globo hacia la península.

Se ocuparon los primeros días en descargar los utensilios que transportaba la flotilla, las máquinas, los víveres, e igualmente un gran número de casas compuestas de piezas metálicas desmontadas y numeradas. Al mismo tiempo, Barbicane trazaba un ferrocarril de veintidós kilómetros para poner en comunicación a Stone's Hill con Tampa, cuya construcción no requirió mucho tiempo ni tampoco mucho dinero.

Barbicane era el alma de aquella muchedumbre que acudió a su llamado. Él la alentaba, la animaba y le comunicaba su energía y su entusiasmo. Se hallaba en todas partes, como si hubiese estado dotado del don de la ubicuidad, seguido siempre de J. T. Maston, su mosca zumbadora. Con él no había obstáculos ni dificultades, ni contratiempo; era minero, albañil y maquinista tanto como artillero, teniendo respuestas para todas las preguntas y soluciones para todos los problemas. Estaba en correspondencia constante con el Club del Cañón y con la fábrica de Goldspring, y día y noche, con las calderas encendidas, con el vapor en presión, el "Tampico" aguardaba sus órdenes en la rada de Hillisboro.

El 1 de noviembre, Barbicane salió de Tampa con un destacamento de trabajadores, y al día siguiente se había levantado alrededor de Stone's Hill una ciudad de casas metálicas que se cercó de empalizadas, la cual, por su movimiento, por su actividad, poco o nada tenía que envidiar a las mayores ciudades de la Unión. Se reglamentó cuidadosamente el régimen de vida y empezaron las obras.

Cortaduras escrupulosamente practicadas permitieron reconocer la naturaleza del terreno y la excavación empezó el 4 de noviembre.

Aquel día, Barbicane reunió a los jefes de los talleres y les dijo:

—Todos conocen, amigos míos, el objetivo por el cual los he reunido en esta parte salvaje de Florida. Trataremos de fundir un cañón de tres metros de diámetro interior; un metro con 830 centímetros de grueso en sus paredes y diecinueve y medio de revestimiento de piedra. Es, pues, preciso abrir una zanja que tenga de ancho nueve metros. y una profundidad de novecientos. Esta obra considerable debe concluirse en ocho meses y, por consiguiente, tenemos que sacar, en doscientos cincuenta y cinco días millones de metros cúbicos de tierra. Esto, que no ofrecería ninguna dificultad a mil operarios que trabajasen con holgura, será más penoso en un espacio relativamente limitado. Sin embargo, puesto que es un trabajo que se ha de hacer; se hará, para lo cual cuento tanto con el ánimo como con la destreza de todos.

A las ocho de la mañana se dio el primer azadonazo en el terreno floridense, y desde entonces el poderoso instrumento no tuvo en manos de los mineros un solo momento de ocio. Los turnos de operarios se relevaban de seis en seis horas sin descanso.

Por colosal que fuese la empresa, no rebasaba el límite de las fuerzas humanas. ¡Cuántos trabajos más difíciles, en los que había sido necesario combatir directamente contra los elementos, se habían llevado felizmente a cabo! No había ni un peón, ni un oficial, ni un maestro, que dudase del éxito de la operación.

Una decisión importante, tomada por el ingeniero Murchisson, de acuerdo con el presidente Barbicane, había de acelerar más y más la marcha de los trabajos. Por un artículo del contrato, el ""Columbiad"" debía estar reforzado con zunchos o abrazaderas de hierro forjado. Estos zunchos eran un lujo de precauciones de las que el cañón podía prescindir sin ningún riesgo. Se suprimió, entonces, dicha cláusula, con lo que se economizaba mucho tiempo, porque se pudo emplear el nuevo sistema de perforación adoptado actualmente en la construcción de los pozos, en que la perforación y la obra de mampostería se hacen al mismo tiempo. Gracias a este sencillo procedimiento, no hay necesidad de apuntalar la tierra, pues la pared misma la contiene con un poder inquebrantable y desciende por su propio peso.

Esta maniobra se inició cuando el azadón alcanzó la parte sólida del terreno.

El 4 de noviembre, cincuenta trabajadores abrieron en el centro mismo del recinto cercado, es decir, en la parte superior de Stone's Hill, un agujero circular de noventa y tres metros de ancho.

Las picotas encontraron primero una especie de terreno negro, de casi dos metros de profundidad, sobre cuya resistencia se triunfó fácilmente. Sucedieron a este terreno unos sesenta centímetros de una arena fina, que se sacó y guardó cuidadosamente porque debía servir para la construcción del molde interior.

Apareció después de la arena una arcilla blanca bastante compacta, parecida a la marga de Inglaterra, que tenía un grosor de casi cuatro metros.

El hierro de los picos echó chispas bajo la capa dura de la tierra, que era una especie de roca formada de conchas petrificadas, muy seca y muy sólida, y con la cual tuvieron en lo sucesivo que luchar siempre los instrumentos. En aquel punto empezaron los trabajos de albañilería para proteger la totalidad de la obra.

Se construyó en el fondo de la excavación un torno de encina, una especie de disco muy asegurado con pernos y de una solidez a toda prueba. Tenía en su centro un agujero de un diámetro igual al que debía tener el "Columbiad" exteriormente. Sobre aquel aparato se asentaron las primeras hileras de piedras, unidas con inflexible tenacidad por un cemento de hormigón hidráulico. Los albañiles, después de haber trabajado de la circunferencia al centro, se hallaron dentro de un pozo que tenía seis metros de ancho.

Terminada esta obra, los mineros volvieron a coger el pico y el azadón para atacar la roca debajo del mismo disco, procurando sostenerlo con puntales de mucha solidez; estos puntales se quitaban sucesivamente a medida que se iba ahondando el agujero. Así, el disco iba bajando poco a poco, y con él la pared circular de mampostería, en cuya parte superior trabajaban incesantemente los albañiles, dejando respiraderos para que durante la fundición encontrase salida el gas.

Este tipo de trabajo exige en los obreros mucha habilidad y cuidado. Más de alguno, cavando bajo el disco, fue peligrosamente herido por los pedazos de piedra que saltaban y hasta hubo alguna muerte; pero estos percances del oficio no menguaban ni un solo minuto el ardor de los trabajadores. Trabajaban éstos durante el día, a la luz de un sol que algunos meses después daba a aquellas calcinadas llanuras un calor de 37 grados C.

Trabajaban durante la noche, envueltos en los resplandores de la luz eléctrica. El ruido de los picos rompiendo las rocas, el estampido de los barrenos, el chirrido de las máquinas, los torbellinos de humo agitándose en el aire, trazaban alrededor de Stone's Hill un círculo de terror que no se atrevían a romper las bestias salvajes ni las partidas de seminolas.

Los trabajos avanzaban regularmente. Grúas movidas por la fuerza del vapor activaban el traslado de los materiales, encontrando pocos obstáculos inesperados, pues todas las dificultades estaban previstas y había habilidad para allanarlas.

En un mes, el pozo había alcanzado la profundidad proyectada para este tiempo; o sea, casi quince metros. En diciembre, esta profundidad se duplicó, y se triplicó en enero. Al terminar febrero, los trabajadores tuvieron que combatir una capa de agua que apareció de improvisto, viéndose obligados a recurrir a poderosas bombas y aparatos de aire comprimido para agotarla y tapar los orificios, tal como se tapa una vía de agua a bordo de un buque.

Se controlaron aquellas corrientes, pero a consecuencia de la poca consistencia del terreno, el disco cedió algo, y hubo un derrumbamiento parcial. El accidente no podía dejar de ser terrible, y costó la vida a algunos trabajadores. Tres semanas se invirtieron en reparar la avería y en restablecer el disco, devolviéndole sus condiciones de solidez; pero gracias a la habilidad del ingeniero y a la potencia de las máquinas empleadas, la obra, en un instante en peligro, recobró su normalidad y la perforación siguió adelante.

Sin nuevos incidentes continuó la marcha de la operación, y el 10 de junio, veinte días antes de expirar el plazo fijado por Barbicane, el pozo, enteramente revestido con su muro de piedra, había alcanzado la profundidad de 297 metros. En el fondo, la mampostería descansaba sobre un cubo macizo que medía diez metros. de grueso, al paso que en su parte superior se hallaba al nivel del suelo.

Barbicane y los miembros del Club del Cañón felicitaron con efusión al ingeniero Murchisson, cuyo trabajo ciclópeo se había llevado a cabo con una rapidez asombrosa.

Por más de ocho meses que se invirtieron en dicho trabajo, Barbicane no se separó un instante de Stone's Hill, y al mismo tiempo vigilaba de cerca las operaciones de la excavación y no olvidaba un solo instante el bienestar y la salud de los trabajadores, siendo bastante afortunado para evitar las epidemias que suelen engendrarse en las grandes aglomeraciones de hombres, y que tantos desastres causan en las regiones del globo expuestas a todas las influencias tropicales.

Lamentablemente algunos trabajadores pagaron con la vida las imprudencias inherentes a trabajos tan peligrosos. Pero estas deplorables catástrofes son inevitables, y los americanos no hacen de ella una tragedia aún mayor. Se cuidan más de la humanidad en general que del individuo en particular. Sin embargo, Barbicane profesaba excepcionalmente los principios contrarios, y los aplicaba en todas las ocasiones. Así es que, gracias a su solicitud, a su inteligencia, a su útil intervención en los casos difíciles, a su prodigiosa y filantrópica sagacidad, el término medio de las catástrofes no excedió al de los países de Ultramar; reconocidos por su lujo de precauciones.

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