El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde

CAPÍTULO X

LA VERDAD DE HENRY JEKYLL

Después de leer el escrito de Lanyon, el abogado Utterson quedó perplejo. Pero ese mismo estado lo impulsó a conocer el contenido de la carta que le enviara el propio doctor Jekyll:

"Nací en el año 18... —empezaba ésta—, heredero de una gran fortuna. Inclinado por naturaleza al trabajo, gocé desde muy joven del respeto de los mejores y más sabios de mis semejantes. Todo me auguraba un porvenir brillante y honrado. Lo cierto es que la más grave de mis faltas no era más que una disposición alegre e impaciente, difícil de compaginar con el deseo imperioso de despertar la admiración de todos, y presentar, ante la sociedad, una apariencia grave. Por esta razón oculté mis placeres, y cuando alcancé una etapa de reflexión en que el hombre principia a mirar en torno a sí, y a evaluar sus progresos y la posición que ha logrado, yo estaba entregado a una profunda duplicidad en mi existencia. Muchos hombres podrían haberse jactado con las "irregularidades" que yo cometía, pero considerando la importante meta que me proponía conquistar, las escondí con una vergüenza casi morbosa.

"Fue, en consecuencia, la exageración de mis aspiraciones y no la magnitud de mis faltas, lo que me dividió interiormente, separando exageradamente los dos extremos del bien o del mal que componen la doble naturaleza del hombre.

"Sin embargo, a pesar de mi marcada dualidad, no era en ningún sentido hipócrita, y mis dos caras eran igualmente sinceras. Igualmente era yo, cuando abandonando todo freno me entregaba a actos que podrían llamarse deshonestos, que cuando me dedicaba a profundizar mis conocimientos y a aliviar el dolor ajeno. Y ocurrió que mis estudios científicos, que apuntaban a lo místico y lo trascendente, influyeron y arrojaron un rayo de luz potente sobre el entendimiento de la guerra perenne entre mis dos personalidades.

"Cada día, con la ayuda del aspecto moral y del aspecto intelectual de mi inteligencia, me acercaba más a la verdad cuyo descubrimiento me ha empujado a este terrible naufragio, y que consiste en que el ser humano no es sólo uno, sino dos. Y digo dos porque mis experiencias no han ido más allá. Otros vendrán más adelante, otros que me sobrepasarán en conocimientos, y me atrevo a predecir que, al fin, el hombre será reconocido como un conglomerado de personalidades diversas, independientes y discrepantes.

"Yo, por mi parte, avancé infaliblemente sólo en una dirección. Fue en el terreno moral, y en mí mismo, donde aprendí a conocer la primitiva dualidad del hombre. Vi que las dos naturalezas que contenía mi conciencia eran mías porque yo era radicalmente las dos, y me dediqué a pensar con placer, como quien acaricia un sueño, en la separación de estos dos elementos.

"Si cada uno, me decía, pudiera alojarse en una identidad distinta, la vida quedaría despojada de lo que ahora me resulta insoportable. El pecador podría seguir su camino, libre de los remordimientos y aspiraciones de su hermano estricto. El justo, por su parte, avanzaría fuerte y seguro por el camino de la perfección, complaciéndose en sus buenas obras, y sin exponerse a las desgracias que propiciaba el pérfido desconocido que arrastraba consigo. Era una maldición para la humanidad que esas dos ramas opuestas estuvieran unidas así, para siempre, en las entrañas de la conciencia, que esos dos gemelos enemigos batallaran sin descanso. ¿Cómo lograr disociarlos?

"Había llegado hasta aquí en mis reflexiones, cuando cierta luminosidad que partía de la mesa del laboratorio principió a aclarar débilmente el horizonte. De pronto comencé a percibir en forma mucho más nítida, la inmaterialidad temblorosa, la efímera inconsistencia de este cuerpo que es nuestra vestidura carnal, en apariencia tan sólido.

"Descubrí que ciertos agentes tenían la capacidad de alterar y hasta de arrancar esta vestidura, del mismo modo que el viento agita los cortinajes de un ventanal. No voy a adentrarme en el aspecto científico de mi confesión, por dos razones: la primera, porque he comprobado que cada hombre carga con su destino a lo largo de su vida y que, cuando trata de sacudírselo de los hombros, le vuelve a caer con mayor peso; la segunda, porque, como dejé en claro, mis descubrimientos son incompletos.

"Bastará con que diga que no sólo aprendí a distinguir mi cuerpo material de la emanación de algunos poderes que componen mi espíritu, sino que llegué a fabricar una pócima, por medio de la cual consegui despojar a estos poderes de su supremacía, y sustituir mi aspecto por una segunda apariencia, no menos natural para mí, puesto que constituía la expresión de los elementos más bajos de mi espíritu, y llevaba su sello.

"Dudé mucho antes de llevar a la práctica esta teoría. Sabía que corría peligro de muerte, ya que un medicamento que tenía el inmenso poder de conmover y controlar la identidad, podía aniquilar totalmente ese tabernáculo que yo pretendía alterar. Bastaría un simple error en la dosis, o las circunstancias en que la administrara. Al fin, la tentación de llevar a cabo el experimento venció todos mis temores. Hacía tiempo que había preparado gran parte de la droga, y compré en una firma de productos químicos bastante cantidad de una determinada sal, que era el último componente que faltaba. A una hora avanzada de una noche que maldigo, mezclé estos ingredientes, los vi bullir y humear en la probeta, y cuando el hervor se disipó, bebí la poción.

"Sentí unas sacudidas desgarradoras, el rechinar de todos mis huesos, una náusea profunda, y un horror que no podría sobrepasar el más hondo miedo a la muerte. Luego, la agonía principió a disiparse y recobré el conocimiento, sintiéndome como si saliera de una terrible enfermedad. Experimenté algo extraño en mis sensaciones, algo indescriptiblemente nuevo y, por lo mismo, extremadamente agradable.

"Era más joven, más ligero, más feliz físicamente, y, en mi interior, colmado de una fogosidad impetuosa. Por mi imaginación cruzó una sucesión de imágenes sensuales en una desenfrenada carrera, y entendí que se disolvían los vínculos con todas mis obligaciones. Una libertad desconocida, aunque no inocente, me invadió. Supe, al respirar esta vida nueva, que era perverso, vendido a mi mal original, y sólo pensarlo me deleitó como un vino exquisito. Pero al estirar los brazos, exultante, dichoso, comprobé que mi estatura se había reducido notablemente.

"En aquellos días no tenía un espejo en mi gabinete. El que hay a mi lado, mientras escribo, lo traje después, precisamente por causa de estas transformaciones. Entre tanto, la noche se había cambiado en madrugada, y esa madrugada estaba a punto de alumbrar el día. Los habitantes de mi casa se encontraban sumergidos en el sueño, y decidí, pleno de esperanzas y de triunfo, aventurarme, envuelto en mi nueva forma, hasta mi dormitorio.

"Crucé el jardín, donde las constelaciones me contemplaron, desde las alturas, con asombro. Era la primera criatura de esa especie que contemplaban, en su insomne vigilancia, desde el nacer de los tiempos. Recorrí los pasillos sintiéndome un extraño en mi propia casa y, al entrar en mi dormitorio, enfrenté, por primera vez, a Edward Hyde.

"El lado malo de mi naturaleza, al que le había otorgado el poder de aniquilar temporalmente al otro, era menos desarrollado. Esto era natural, considerando que en el curso de mi vida, dedicada casi en su totalidad al esfuerzo, a la virtud y a la renunciación, mi lado malo había estado reprimido, sin ejercitarlo, obligándolo por ello a crecer mucho menos. Por esa razón, Edward Hyde era mucho más bajo, delgado y joven, que Henry Jekyll, y del mismo modo que el bien iluminaba el semblante del uno, el mal se hallaba impreso en el rostro del otro. Ese mal marcaba aquel cuerpo con una huella de deformidad y degeneración.

"Sin embargo, cuando ese ídolo feo se reflejó en el espejo, no sentí repugnancia, sino una enorme alegría. Ése también era yo. Me pareció natural y humano, una imagen más fiel de mi espíritu, más directa y sencilla que ese aspecto que, hasta entonces, reconocía como mío.

"He observado que cuando tomo la apariencia de Hyde, nadie se acerca a mí sin sufrir un visible estremecimiento. Esto se debe, supongo, a que todos los seres humanos son una mezcla de bien y mal, y Edward Hyde, único entre los hombres, es solamente el mal.

"Me miré en el espejo un instante. Ahora debía intentar el experimento segundo y decisivo. Era necesario averiguar si había perdido mi identidad para siempre, y tendría que escapar de aquella casa que ya no me pertenecería. A toda prisa regresé al gabinete, preparé una vez más la droga, la bebí, sufrí otra vez la agonía de la disgregación, y volví en mí de nuevo, con la personalidad, la estatura, y el rostro de Henry Jekyll.

"Aquella noche llegué al fatal cruce de los caminos. Si un espíritu más noble me hubiera animado al enfrentarme con mi descubrimiento, si me hubiesen impulsado aspiraciones piadosas o generosas, todo sería distinto. De esas agonías de nacimiento y muerte podría haber surgido un ángel y no un demonio. Pero yo me limitaba a abrir las puertas de una prisión, y el que estaba encerrado, dentro de mí, huía al exterior. Bajo su influencia mi bondad se adormecía, mientras que mi maldad, mantenida alerta por mi ambición, aprovechaba la oportunidad, y Edward Hyde afloraba a la superficie.

"Así, aunque ahora tenía dos personalidades, con sus respectivas apariencias, una estaba formada íntegramente por la maldad, mientras que la otra continuaba siendo Henry Jekyll, una mezcla incongruente, en cuya reforma yo no tenía muchas esperanzas. En consecuencia, el paso que acababa de dar era en favor de lo peor que existía en mí.

"En esos días no había logrado dominar la aversión que me producía la vida de estudio y su tremenda aridez. Seguía teniendo una disposición alegre y desenfadada, y considerando que mis placeres eran poco dignos, y a mí se me conocía y respetaba en grado sumo, esta contradicción se me hacía día a día menos soportable. La agravaba el hecho de irme acercando a la madurez. Por este lado me tentó mi nuevo poder, hasta que me convirtió en su esclavo.

"No tenía más que beber la droga, para abandonar el cuerpo del respetable doctor Jekyll, y revestirme, como si se tratara de un grueso abrigo, con la personalidad y el aspecto de Edward Hyde. Lo preparé todo con el cuidado más meticuloso. Alquilé y amueblé la casa del Soho, y contraté como ama de llaves a una mujer discreta, aunque poco escrupulosa. Anuncié a mi servidumbre que Míster Hyde, a quién escribí, disfrutaría de plenos poderes y libertad en mi casa, y, para evitar contratiempos, me presenté con mi segundo aspecto, y me convertí en visitante asiduo.

"Después redacté el testamento, al que tantos reparos pusiste, de modo que si algo me ocurría encontrándome con la apariencia de Jekyll, podría refugiarme en la dc Hyde, sin tener que prescindir de mi fortuna. Creyéndome bien protegido, comencé a beneficiarme de la inmunidad que me ofrecía mi posición.

"Sabemos de hombres que contratan malhechores para que cometan crímenes por ellos, cuidando que su reputación no sufra menoscabo. Yo lo he hecho por puro placer. He sido el único que he podido presentarme a los ojos del público, cargado de dignidad, y, un instante más tarde, despojarme de esa vestidura, y lanzarme de cabeza a la libertad. Para mí, protegido con mi manto impenetrable, la seguridad era total. Sólo tenía que entrar en mi laboratorio, mezclar la poción que siempre tenía preparada, tomarla, y, no importa lo que hubiera hecho, Edward Hyde desaparecía como el aliento en un espejo. En su lugar se encontraba el doctor Henry Jekyll, un hombre que podía reírse de las sospechas.

"Como ya he dicho, los placeres que me apresuré a buscar eran indignos. No merecen un término más fuerte. Pero en manos de Hyde, pronto se volvieron monstruosos. Cuando volvía de mis excursiones nocturnas, me asustaba la perversidad de mi otro yo. Este ser que había levantado de las cavernas de mi propio espíritu, al que había enviado en busca del placer, era pérfido. Todos sus actos y sus pensamientos se centraban en sí mismo, bebía con bestial avidez el placer que le causaba la tortura de los otros, y era insensible, como una piedra.

"A veces, Henry Jekyll examinaba asustado los actos de Edward Hyde. No obstante, la situación se hallaba tan lejos de las leyes normales que, insidiosamente, relajaba el poder de la conciencia. A la postre, el culpable era Hyde, y sólo Hyde. Jekyll no era peor cuando se despertaba y recuperaba su bondad aparentemente incólume. Incluso, si era posible, me apresuraba a reparar el daño provocado por Hyde. Así, mi conciencia se fue adormeciendo.

"No quiero entrar en detalles de las infamias en las que "colaboré", ya que todavía me resisto a admitir que las haya cometido. Sólo me propongo consignar los avisos que precedieron a mi castigo, y los pasos sucesivos con que éste llegó hasta mí.

"Una noche ocurrió un incidente que, por no traerme consecuencias, no haré más que mencionar. Un acto de crueldad del que fue víctima una niña, atrajo sobre mí las iras de un caballero, al que reconocí, al otro día, como un amigo tuyo. El médico y familiares de la niña lo secundaron, y hubo momentos en que temí por mi vida. Finalmente, con el objetivo de aplacar la indignación de esta gente, Edward Hyde tuvo que darles un cheque de Henry Jekyll. Para que en el futuro no ocurriera nada semejante, abrí una cuenta en otro banco, a nombre de Hyde, y, variando mi caligrafía le proporcioné una firma. Hecho esto, pensé que me hallaba fuera del alcance del destino.

"Dos meses antes del asesinato de Sir Danvers Carew, regresé a casa una noche, bastante tarde, y al día siguiente desperté con una sensación extraña. Observé en torno a mí, y en vano reconocí mis muebles y el alto techo de mi dormitorio; en vano vi el dibujo de las cortinas de la cama, y la talla de las columnas de caoba. Algo me decía que no estaba donde debía estar, que no había despertado donde creía hallarme, sino en el pequeño cuarto del Soho, en el que solía dormir con la apariencia de Edward Hyde. Sonreí, y empecé a estudiar los diversos elementos que podían crear esta ilusión, hundiéndome en un suave sopor mientras lo hacía. Pero de pronto, mi mirada cayó sobre una de mis manos. Las de Henry Jekyll son las que caracterizan a un profesional de medicina: grandes, blancas, fuertes, bien proporcionadas. La mano que miraba, con toda la claridad dorada de la mañana, la mano que descansaba sobre la colcha, era nudosa, delgada, de una palidez cenicienta, y estaba cubierta de un vello espeso. Era la mano de Edward Hyde.

"Permanecí mucho rato estupefacto antes de que el terror despertara en mi pecho, tan súbito y violento como un golpe de martillo. Entonces salté de la cama y corrí al espejo. Ante lo que vieron mis ojos, mi sangre se convirtió en un líquido helado. ¡Sí, al acostarme yo era Henry Jekyll, y ahora era Edward Hyde!

"¿Qué explicación tiene esto?" me pregunté. Y luego, con un escalofrío de terror: "¿Cómo puedo remediarlo?" La mañana se encontraba ya bastante avanzada, la servidumbre se hallaba despierta, y todos mis medicamentos estaban guardados en el gabinete. Para llegar a éste, necesitaba bajar dos tramos de escaleras, recorrer un pasillo, cruzar el jardín, y atravesar el quirófano. Podía cubrirme el rostro, pero... ¿de qué me serviría, si no lograría ocultar la disminución de mi estatura? Sólo entonces recordé, con sensación de alivio, que los sirvientes se habían acostumbrado a las idas y venidas de mi segundo yo.

"Me vestí lo mejor que pude, considerando que el traje me quedaba exageradamente grande, y atravesé la casa entera, cruzándome con Bradshaw, que me miró y dio un paso atrás, sorprendido al ver a Míster Hyde a esa hora, y con un atavío tan raro. Diez minutos más tarde, el doctor Jekyll recuperó su apariencia normal, y se sentó a la mesa del comedor, dispuesto a fingir que desayunaba.

"No tenía apetito. Ese incidente inexplicable, esa inversión de mi anterior apariencia, me parecía un anuncio del castigo. Entonces comencé a reflexionar más seriamente que nunca sobre las posibilidades de mi doble existencia. Esa parte de mí mismo, que yo tenía el poder de proyectar, se había nutrido y ejercitado en grado sumo últimamente. Incluso me parecía que el cuerpo de Hyde ganaba en altura, y que cuando me revestía con su apariencia, mi sangre fluía más generosamente.

"De pronto me invadió la sospecha de estar corriendo el riesgo de que se alterara definitivamente el equilibrio de mi naturaleza y la capacidad de cambiar a mi voluntad, y me espantó pensar que la personalidad de Edward Hyde podía convertirse irrevocablemente en la mía.

"El poder de la droga ya no era siempre el mismo. Una vez, al comienzo de mis experimentos, me había fallado totalmente. A partir de esa oportunidad, me vi obligado, a veces, a doblar la dosis, y, en una ocasión, con riesgo de mi vida, a triplicarla. Esto había arrojado la única sombra de duda sobre lo que, hasta el momento, era un éxito total. Ahora, bruscamente, comprendía que, si antes lo difícil era liberarme del cuerpo de Jekyll, hoy el problema comenzaba a ser el opuesto. Todo parecía señalar que iba perdiendo poco a poco el control sobre mi personalidad original, la mejor, para incorporarme a la segunda, la peor.

"Me di cuenta de que debía escoger entre una de las dos. Ambas tenían en común la memoria, pero las otras facultades quedaban desigualmente repartidas. Jekyll planeaba y compartía, a veces con prudentes aprensiones, y otras con gusto desenfrenado, las aventuras de Hyde. En cambio, a Hyde le era indiferente Jekyll. A lo más le recordaba como recuerda el asaltante el escondite en que se oculta de sus perseguidores. Jekyll sentía un interés más que de padre por Hyde, mientras que Hyde manifestaba una lejanía mayor que la de un hijo por Jekyll.

"Unirme definitivamente a Jekyll, significaba renunciar a aquellos apetitos a los que secretamente me entregué antes, y que al fin había llegado a saciar. Elegir a Hyde equivalía a olvidarme de mis intereses y aspiraciones, verme definitivamente despreciado y sin amigos. Quizás la opción te parezca desigual, pero existía otra consideración que lanzar al platillo de la balanza: en tanto que Jekyll sufriría quemándose en el fuego de la abstinencia, Hyde no repararía en lo que había perdido.

"Por raras que fueran mis circunstancias, el planteamiento de esta elección es tan viejo como el hombre mismo. Idénticas tentaciones y similares temores son los que deciden la suerte de todo pecador, y así me ocurrió a mí. Me decidí por mi personalidad mejor, y luego me encontré sin fuerzas para acatar mi decisión.

"Sí, elegí al doctor maduro y descontento, rodeado de amigos y colmado de honestas esperanzas. Renuncié a la libertad, a la juventud, a los impulsos violentos, y a los múltiples y oscuros placeres que disfrutaba bajo el disfraz de Hyde. Sin embargo, creo que elegí con inconscientes reservas, porque no prescindí de la casa del Soho, ni destruí las ropas de Edward Hyde, que continuaron colgadas en el interior de su armario.

"Durante dos meses permanecí fiel a mi determinación. Llevé una vida más severa que nunca, y disfruté de las compensaciones que da una conciencia tranquila. No obstante, con el tiempo, empecé a olvidar los temores y me canse de las alabanzas que me dedicaba aquella conciencia satisfecha. Deseos y anhelos principiaron a torturarme, como si dentro de mí Hyde luchara por escapar. Finalmente, en un instante de debilidad, cedí. Mezclé e ingerí de nuevo la droga.

"El demonio que existía en mí había estado preso durante tanto tiempo, que surgió de su cárcel rugiendo. Mientras tomaba la poción, tuve la certeza de que su propensión al mal era aún más violenta, más enajenante. Supongo que fue eso lo que despertó la tempestad de impaciencia ante las corteses palabras de Sir Danvers Carew. Declaro, ante Dios, que ningún hombre moralmente sano podría cometer semejante crimen, y que asesté los golpes con la misma insensatez con que un niño enfermo puede romper un juguete. Voluntariamente me había despojado de todos los instintos que proporcionan un equilibrio, y gracias a los cuales se puede avanzar entre las tentaciones. En mi caso, por leve que fuera la tentación, significaba irremisiblemente la caída.

"El espíritu del mal despertó con una furia tan monstruosa, que en un transporte de alegría mutilé el cuerpo indefenso de la víctima, y sólo cuando comencé a fatigarme, en la culminación del delirio, me asaltó un súbito estremecimiento de terror. La niebla se disipó. Vislumbré mi existencia condenada al desastre, y huí, exaltado y tembloroso, con esa sed de maldad satisfecha y estimulada, y mi amor a la vida exacerbado.

"Corrí a mi casa del Soho, y para mayor seguridad destruí todos mis documentos. Volví a salir a las calles iluminadas por la luz de los faroles, con la misma dualidad de sensaciones: recreándome en el delito, y proyectando otros semejantes, y simultáneamente temeroso. Hyde mezcló la droga con la sonrisa en los labios, y, al tomarla, brindó por su víctima. Pero los dolores de la transformación no se disipaban aún, cuando Henry Jekyll, con lágrimas de remordimiento, caía de rodillas y elevaba sus manos a Dios.

"El velo de la tolerancia se había rasgado de arriba a abajo. Examiné mi vida en su totalidad, desde los días de mi infancia, cuando caminaba de la mano de mi padre; la seguí a través de los renunciamientos exigidos por mi profesión, para desembocar, una y otra vez, con aquella sensación de irrealidad, en los borrones de esa noche.

"Con llanto y oraciones, traté de borrar el cúmulo de imágenes y sonidos que mi memoria lanzaba sobre mí, y, en medio de mis súplicas, el espantoso rostro de mi iniquidad continuaba asomándose a mi espíritu. Sin embargo, lentamente, mis agudos remordimientos empezaron a decrecer, y fueron sustituidos por un sentimiento de alegría. Había resuelto el problema de mi conducta: Hyde debía desaparecer definitivamente. Desde ese momento, yo quedaría reducido a la parte limpia de mi existencia. ¡Con cuanta humildad abracé toda clase de restricciones! ¡Con qué sincera fortaleza cerré la puerta por la que tantas veces entró Hyde, y aplasté la llave bajo mi pie!

"Al día siguiente me llegó la noticia de que había un testigo del asesinato, y que la culpabilidad de Hyde podía comprobarse. Creo que me alegré de que mis impulsos, si reaparecían, quedaran definitivamente coartados y encadenados por el miedo a la horca; ya que con sólo un instante en que Edward Hyde se hiciera visible, las manos de todos los habitantes de Londres caerían sobre él.

"Decidí redimir el pasado con mi conducta, y puedo decir con absoluta sinceridad que mi determinación dio frutos. Tú sabes cómo trabajé durante los últimos meses del año pasado para aliviar el sufrimiento de mis semejantes, sabes todo lo que hice por el prójimo, y que disfruté de tranquilidad y, casi me atrevo a decir, de felicidad.

"Tampoco puedo afirmar que me aburriera esa existencia recta y caritativa, al contrario, gozaba de ella. Pero seguía sufriendo mi doble condición íntima, y en cuanto se aminoró aquel ímpetu de penitencia, Edward Hyde principió a rugir pidiendo licencia. No es que soñara con resucitarlo, no. La sola idea me inspiraba auténtico pavor. Fue Jekyll, con su propia identidad, como un pecador secreto, el que cayó ante los asaltos de la tentación.

"Pero todo tiene su fin, y esa breve condescendencia destruyó el equilibrio de mi espíritu. Sin embargo, entonces no me alarmé. La caída me pareció normal, como un regreso a los tiempos anteriores al experimento.

"Era un día de enero, limpio, claro, húmedo en los lugares en que se había derretido el hielo, con un cielo sin nubes. Regent's Park estaba inundado de pájaros invernales, pero en el aire flotaban aromas de primavera. Me senté en un banco, a tomar el sol. El monstruo, dentro de mí, roía los huesos de mi memoria, y el lado espiritual, un poco adormecido, seguía prometiendo penitencia. Pensé que, después de todo, yo era un hombre como los demás, y sonreí al compararme con mis semejantes, oponiendo mi actividad bienhechora a la indiferencia de su egoísmo.

"Fue en el mismo instante en que me vanagloriaba con estas reflexiones, cuando me sorprendió un brutal estremecimiento, me invadieron unas horribles náuseas, y luego el temblor más espantoso. Perdí el conocimiento, y al recobrarlo comprendí que acababa de operarse un cambio en mis pensamientos, que sentía mayor osadía, desprecio por el peligro, y un enorme desdén por los vínculos que representaba cualquier tipo de obligacion.

"Miré hacia abajo. El traje me caía informe sobre mis miembros empequeñecidos, y la mano sobre mi rodilla era velluda y nudosa. De nuevo me había convertido en Edward Hyde. Hasta hacía pocos minutos disfrutaba del respeto de la sociedad, era rico, estimado por mis amigos, y la mesa me esperaba dispuesta en el comedor de mi casa. Ahora, de pronto, me hallaba transformado en la hez de la humanidad: un ser perseguido, sin hogar, un asesino, carne de horca.

"Mi razón vaciló, aunque no me abandonó íntegramente. Al revestirme con mi segunda personalidad, mis facultades se agudizan, y mis energías adquieren mayor elasticidad. Así, donde Jekyll probablemente habría sucumbido, Hyde se mostró a la altura de las circunstancias. Los ingredientes que necesitaba se encontraban en uno de los armarios del gabinete. ¿Cómo podría conseguirlos? Ése era el problema que me propuse resolver. Había cerrado con llave la puerta del laboratorio, y si intentaba entrar en él, atravesando la casa, mi propia servidumbre me entregaría a la policía. Tenía que buscar otra solución, y pensé en Lanyon. ¿Cómo podía ponerme en contacto con él? ¿Cómo persuadirlo? ¿De qué modo lograría llegar a su presencia? Con mi apariencia de Hyde, jamás podría convencer al famoso médico de que allanara el estudio de su colega el doctor Jekyll. De pronto recordé que me quedaba un rasgo de Jekyll: podía escribir con su letra. Una vez que concebí la idea, el camino a seguir quedó iluminado en mi mente, del principio al fin.

"Me ajusté el traje lo mejor que pude, paré un coche, y le di al cochero la dirección de un hotel de la calle Portland, cuyo nombre recordé. El pobre hombre no pudo ocultar su risa al ver mi aspecto que, pese a la tragedia que ocultaba, era cómico, pero lo miré con tal gesto de furia endemoniada, que la sonrisa se borró de sus labios.

"Al entrar en el hotel, observé en torno a mí, y los empleados temblaron. No intercambiaron ninguna mirada en mi presencia, y obedecieron mis órdenes obsequiosamente; me condujeron a una habitación, y me trajeron papel para escribir.

"Hyde, enfrentado al peligro, era una criatura nueva para mí. Ardía con ira desordenada, estaba tenso hasta el límite del crimen y ansioso de provocar daño, pero antes que nada era astuto. Con gran esfuerzo de voluntad, dominó su ira, y escribió dos importantes misivas; una dirigida a Lanyon, y la otra a Poole. Para tener seguridad de que serían enviadas, ordenó a los criados que las certificaran. Después se sentó frente al espejo, y pasó el día entero junto a la chimenea de aquella habitación, mordiéndose las uñas de impotencia. Cenó allí, a solas con su miedo. Al caer la noche, se acomodó en el interior de un coche cerrado, y recorrió las calles de la ciudad. Hablo en tercera persona porque me es difícil decir yo. Hyde no abrigaba nada de humano; en él sólo latían el temor y el odio.

"Más tarde, para evitar que el cochero empezara a sospechar, despidió el carruaje y caminó, siendo objeto de burlas de los noctámbulos que transitaban a esas horas, y el miedo y el odio crecieron como una tempestad. Andaba rápido, como perseguido, hablando consigo mismo, contando los minutos que faltaban para la medianoche.

"Una mujer se le acercó para ofrecerle fósforos, y la apartó de un golpe en la cara; en seguida huyó.

"Cuando recobré mi personalidad de Jekyll, en la sala de consultas de Lanyon, el espanto que demostró nuestro amigo me afectó. En cualquier caso, ese dolor fue apenas una gota más en el mar de horror que fueron aquellas horas. Ya no era el miedo al patíbulo lo que me atormentaba, sino el pavor de convertirme en Hyde.

"Volví a mi casa y dormí con un sueño profundo, que ni las pesadillas que me torturaron durante la noche consiguieron desvelarme. Por la mañana me desperté conmovido y débil. Había descansado, pero temía a la bestia que dormía dentro de mí, y no olvidaba los terribles peligros del día anterior. Afortunadamente me hallaba en mi propia casa, cerca de la droga que necesitaba, y la gratitud que sentía por haber escapado del peligro era tan importante como la esperanza.

"Paseando por el patio, respirando tranquilamente la frescura del aire, me aguijonearon, repentinamente, las sensaciones que presagian el cambio. Tuve apenas el tiempo para correr hasta el gabinete, antes de que me asaltara la locura y la furia. En esta ocasión necesité mucho más que una doble dosis para que Hyde me abandonara, y regresar al estado de Jekyll. Seis horas después, tuve que recurrir nuevamente a la poción.

"En resumen, desde entonces, únicamente por medio de un increíble esfuerzo, y bajo el estímulo inmediato de la droga, logré conservar la apariencia de Jekyll. Durante todas las horas del día y de la noche me invadía ese temor premonitorio, y especialmente si me dormía, o si dormitaba por unos minutos en mi sillón, era siempre con la apariencia de Hyde como despertaba.

"A consecuencia de la tensión que provocaba este constante esfuerzo por permanecer despierto, y evitar la transformación, me convertí en un hombre dominado por la fiebre, extremadamente débil de cuerpo y alma, y obsesionado por un pensamiento: el miedo a mi otro yo. Sin embargo, en el minuto en que el sueño me doblegaba, o el poder de la droga era menos eficiente, saltaba, sin transición, a mi lugar de Hyde, a esa pesadilla cuajada de imágenes terribles, al espíritu que hervía en odios sin causa.

"Los poderes de Hyde aumentaban a expensas de la enfermedad de Jekyll, y el odio que los dividía ya era igual por ambas partes. En el caso de Jekyll era un instinto vital. Conocía toda la deformidad de esa criatura con la que repartía los fenómenos de su conciencia, y con la que debía compartir la muerte. Aparte de estos lazos de comunidad, que en sí eran lo fundamental de su desgracia, consideraba a Hyde, con toda su energía vital, un ser inorgánico, y eso era lo más terrible. Ese monstruo se hallaba enjaulado en su cuerpo, donde lo escuchaba gemir, y lo sentía batallar por renacer, y podía ser en un descuido en la vigilia, o cuando lo rendía el sueño, que se alzara y prevaleciera para siempre.

"Si no hubiera sido por su rechazo a la muerte, habría buscado su ruina para arrastrarme a ella. Pero su pasión y su amor por la vida son asombrosos, y al entender el poder que poseo, para aniquilarlo por medio del suicidio, se convierte en un esclavo.

"Es inútil prolongar esta descripción, y me falta tiempo para hacerlo. Sólo diré que nadie ha sufrido tantos tormentos. Y, sin embargo, sufrir me ha valido, sino un alivio, cierta benevolencia de la desesperación.

"Mi provisión de sales, que no había renovado desde el primer día del experimento, comenzó a agotarse. Pedí una nueva remesa, y preparé la mezcla. La ebullición tuvo lugar, y también el primer cambio de color, no así el segundo. Bebí la droga, y no tuvo ningún efecto. Por Poole sabrás cómo he buscado, en vano, esas sales, por todo Londres. Al fin, he llegado al convencimiento de que la primera remesa era la impura, y que fue, precisamente, esa impureza desconocida la que dio eficacia a la droga.

"Ha transcurrido aproximadamente una semana, y termino esta confesión bajo la influencia de la última dosis de las sales originales. Si no ocurre un milagro, ésta será la última vez en que Henry Jekyll exprese sus pensamientos y contemple su propio rostro en el espejo.

"No quiero demorarme más en terminar este escrito que, si hasta el momento ha logrado escapar a la destrucción, es por una combinación de suerte y cautela. Si la agonía de la transformación me atacara en el momento en que escribo, Hyde lo haría pedazos. Si logro que pase algún tiempo, desde que le dé fin hasta que se opere el cambio, su egoísmo y su capacidad para mantenerse en el presente, probablemente salvarán este documento de su furia.

"El destino aterrador que se cierne sobre nosotros le ha abatido. Dentro de media hora, cuando adopte de nuevo, y para siempre, esa odiada apariencia, sé que permaneceré sentado, tembloroso, y llorando en mi sillón, o que continuaré recorriendo, de arriba a abajo, esta habitación, oyendo todo ruido como una amenaza, impregnado de miedo.

"¿Morirá Hyde en el patíbulo? ¿Hallará el valor suficiente para librarse de sí, en el último momento? ¡Sólo Dios lo sabe!

"Ésta es, en verdad, la hora de mi muerte, y lo que en adelante ocurra, ya no me concierne a mí. Al sellar esta confesión, pongo fin a la vida del desventurado que fue el doctor

HENRY JEKYLL."

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