El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde

CAPÍTULO VI

UNA INEXPLICABLE RUPTURA ENTRE AMIGOS

Pasó el tiempo. Se ofrecieron mil libras de recompensa a cambio de una información que pudiera conducir a la captura del asesino, ya que la muerte de Sir Danvers Carew se consideró una afrenta pública. Pero Míster Hyde había escapado del alcance de la policía como si nunca hubiera existido. Gran parte de su pasado abominable salió a flote. Surgieron a la luz historias de la crueldad de aquel hombre a la vez insensible y violento, de su vida infame, de sus dudosas amistades, del odio que, al parecer, lo rodeó siempre. No obstante, nada se averiguó sobre su paradero.

Desde aquella madrugada en que salió de su casa en el Soho, se evaporó, y, gradualmente, conforme pasaba el tiempo, Míster Utterson fue olvidando sus antiguos temores y recuperando la paz interior. Pensaba que la muerte de Sir Danvers se compensaba con la desaparición de Míster Hyde.

Además, una vez desvanecida aquella mala influencia, una vida nueva comenzó para el doctor Jekyll. Salió de su encierro, reanudó la amistad que le unía a sus viejos compañeros, fue una vez más huésped y anfitrión y, si siempre había sido famoso por sus obras de beneficencia, ahora principió a distinguirse también por su devoción. Su rostro parecía más fresco y su mirada más luminosa; interiormente se daba cuenta de que era útil, y durante dos meses vivió en paz.

El 8 de enero, Míster Utterson comió donde Jekyll con un pequeño grupo de invitados. El doctor Lanyon estuvo presente, y los ojos de su anfitrión iban del uno al otro, como en tiempos pasados, cuando los tres eran amigos inseparables. Pero el 13, y también el 14, al abogado no fue recibido por Henry Jekyll.

—El señor quiere estar solo —informó Poole—. No recibe a nadie.

El 15 se le negó nuevamente la entrada. Por haberse acostumbrado en los dos últimos meses a ver a Jekyll casi a diario, esta vuelta a la soledad lo entristeció. A la quinta noche invitó a cenar a Guest, y a la sexta fue a visitar a Lanyon.

Allí se le abrieron de inmediato las puertas, pero quedó atónito al ver el insólito cambio que se había producido en su amigo. En forma claramente legible parecía llevar impresa en su rostro una sentencia de muerte. El hombre antes arrebolado, se veía pálido, notoriamente mucho más delgado, más calvo, y visiblemente más envejecido. Sin embargo, no fueron estas repentinas muestras de decadencia física lo que atrajo especialmente la atención del abogado, sino la mirada de Lanyon, y algo en sus gestos que parecía revelar un terror profundo. Aunque era muy poco probable que el doctor Lanyon tuviera miedo a morir, fue lo que Míster Utterson se inclinó a sospechar.

"Él es médico", se dijo. "Habrá descubierto, de pronto, que sus días están contados, y esto es superior a sus fuerzas".

No obstante, cuando Utterson le hizo referencia de su mal aspecto, Lanyon declaró con gran entereza ser hombre condenado a muerte.

—He sufrido un golpe del que no me repondré jamás —confesó—. Es cuestión de semanas. La vida ha sido agradable, y yo he disfrutado viviendo. Pero a veces pienso que, si supiéramos todo, no nos importaría abandonar este mundo.

—Jekyll también está enfermo —observó Utterson—. ¿Lo has visto? Lanyon cambió de expresión, y levantó una mano temblorosa.

—¡No quiero verlo nunca más, ni volver a hablar de él! —afirmó con voz alta y entrecortada—. He terminado toda relación con esa persona, y te ruego que no vuelvas a mencionar su nombre en mi presencia. Por lo que a mí respecta, dejó de existir.

—¡Santo cielo! —exclamó Utterson. Y luego, tras una pausa, indagó—: ¿Puedo hacer algo por ti? Nos conocemos desde hace muchos años, Lanyon, y ya no estamos en edad de amistades nuevas...

—No puedes hacer nada —contestó Lanyon—. Pregúntale a él.

—No quiere verme...

—No me sorprende en lo más mínimo —fue la respuesta—. Algún día, Utterson, cuando yo no esté ya aquí, quizás llegues a saber la verdad de lo ocurrido. Ahora no puedo decírtelo. Pero, entre tanto, sí podemos hablar de otras cosas. ¡Por favor, quédate y conversemos! Ahora, si te empeñas en insistir en este maldito asunto, lamentándolo tendré que pedirte que te vayas; soy incapaz de soportarlo.

Tan pronto como llegó a su casa, Míster Utterson se sentó ante su escritorio, y le escribió una carta al doctor Jekyll. En ella se quejaba de su repentino distanciamiento, y le preguntaba la causa de su ruptura con Lanyon. Al día siguiente recibió una larga respuesta, redactada en términos a veces patéticos, y a veces oscuramente misteriosos. El final de la amistad con Lanyon era, al parecer, irreversible.

"No culpo a nuestro viejo amigo, pero comparto su opinión de que no debemos volver a vernos", explicaba Jekyll. "De hoy en adelante he decidido una vida de extremo aislamiento. No tienes que sorprenderte ni dudar de mi amistad si mi puerta se te cierra en algunas ocasiones. Debes permitir que siga mi camino. Si soy el mayor de los pecadores, también soy el mayor de los penitentes. No sospechaba que en la tierra hubiera lugar para tanto sufrimiento y tanto terror. Lo único que puedes hacer por mí, Utterson, es respetar mi silencio".

El abogado quedó perplejo. Desaparecida la malévola influencia de Hyde, el doctor Jekyll había vuelto a su antigua existencia. Hacía sólo una semana todo le sonreía con la promesa de una futura vejez alegre y respetada, y en un instante, de golpe, la amistad, la paz interior, su vida entera, estaban destruidas. Una transformación tan súbita y radical apuntaba a la locura. No obstante, recordando las palabras y la actitud de Lanyon, pensó que la causa era más profunda.

Ocho días más tarde, el doctor Lanyon cayó enfermo, y en menos de quince días falleció. Pocas horas después del entierro, Míster Utterson, extremadamente afectado por el suceso, se encerró en su despacho, y sacó un sobre escrito por el difunto amigo, lacrado con su sello, en el cual se leían las siguientes palabras: "Para G. J. Utterson. Personal. En caso de que él muera antes que yo, que sea destruido sin que nadie lo lea". El abogado temió fijar la vista en su contenido. "Vengo de enterrar a un amigo..." meditó. "¿Y si este documento me cuesta otro?"

Inmediatamente juzgó que sus temores eran deslealtad, y rompió el sello. Dentro del sobre, halló otro que llevaba la siguiente inscripción: "No abrir hasta después del fallecimiento o desaparición de Henry Jekyll". Utterson no daba crédito a sus ojos. Sí, decía "desaparición".

Aquí, como en el testamento, que hacía tiempo había devuelto a su autor, aparecían ligados el nombre del doctor Jekyll y la idea de "desaparición". Con la diferencia de que, en el testamento, ésta surgía a causa de la perversa influencia de ese hombre llamado Hyde, y la intención en aquel caso era clara y siniestra. En cambio, escrita por la mano de Lanyon ¿qué podía significar?

Una enorme curiosidad invadió al abogado; un deseo imperioso de desoír la prohibición, y hundirse en las profundidades de aquel misterio. Sin embargo, la ética profesional y la lealtad constituían deberes ineludibles, y volvió a relegar el documento en el interior de su caja fuerte.

Desde aquel día, Míster Utterson siguió pensando con afecto en el doctor Jekyll, aunque también con una mezcla de intranquilidad y temor. Iba a visitarlo, pero se alegraba cuando se le cerraba la puerta. En el fondo de su corazón, prefería hablar con Poole, en el umbral y al aire libre, rodeado de los ruidos de la ciudad, y no entrar en esa casa donde sería testigo de una reclusión voluntaria y se sentaría a conversar con un prisionero inescrutable.

Poole, por su parte, nunca tenía noticias agradables que comunicarle. Al parecer, el doctor se refugiaba en el gabinete del piso superior del laboratorio, e incluso dormía allí algunas noches. Estaba triste, se había vuelto muy callado y ya ni siquiera leía. Se veía hondamente preocupado. Utterson se acostumbró a recibir estas informaciones, a tomarlas como algo normal y, poco a poco, fueron escaseando sus visitas.

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