Tala: La ola muerta | 
    
   Día, día del encontrarnos,
   
   tiempo llamado Epifanía.
   
   Día tan fuerte que llegó
   
   color tuétano y ardentía,
   
   sin frenesí sobre los pulsos
   
   que eran tumulto y agonía,
   
   tan tranquilo como las leches
   
   de las vacadas con esquilas.
  
   Día nuestro, por qué camino,
   
   bulto sin pies, se allegaría,
   
   que no supimos, que no velamos,
   
   que cosa alguna lo decía,
   
   que no silbamos a los cerros
   
   y él sin pisada se venía.
  
   Parecían todos iguales,
   
   y de pronto maduró un Día.
   
   Era lo mismo que los otros,
   
   como son cañas y son olivas,
   
   y a ninguno de sus hermanos,
   
   como José, se parecía.
  
   Le sonriamos entre los otros.
   
   Tenga talla sobre los días,
   
   como es el buey de grande alzada
   
   y es el carro de las gavillas.
  
   Lo bendigan las estaciones,
   
   Nortes y Sures lo bendigan,
   
   y su padre, el año, lo escoja
   
   y lo haga mástil de la vida.
  
   No es un río ni es un país,
   
   ni es un metal: se llama un Día.
   
   Entre los días de las grúas,
   
   de las jarcias y de las trillas,
   
   entre aparejos y faenas,
   
   nadie lo nombra ni lo mira.
  
   Lo bailemos y lo digamos
   
   por galardón de Quien lo haría,
   
   por gratitud de suelo y aire,
   
   por su regato de agua viva,
   
   antes que caiga como pavesa
   
   y como cal que molerían
   
   y se vuelquen hacia lo Eterno
   
   sus especies de maravilla.
  
   ¡Lo cosamos en nuestra carne,
   
   en el pecho y en las rodillas,
   
   y nuestras manos lo repasen,
   
   y nuestros ojos lo distingan,
   
   y nos relumbre por la noche
   
   y nos conforte por el día,
   
   como el cáñamo de las velas
   
   y las puntadas de las heridas!
  
   En costa lejana
   
   y en mar de Pasión,
   
   dijimos adioses
   
   sin decir
   
    adiós.
    
   
   Y no fue verdad
   
   la alucinación.
   
   Ni tú la creíste
   
   ni la creo yo,
   
   "y es cierto y no es cierto"
   
   como en la canción.
  
   Que yendo hacia el Sur
   
   diciendo iba yo:
   
   -Vamos hacia el mar
   
   que devora al Sol.
  
   Y yendo hacia el Norte
   
   decía tu voz:
   
   -Vamos a ver juntos
   
   dónde se hace el Sol.
  
   Ni por juego digas
   
   o exageración
   
   que nos separaron
   
   tierra y mar, que son
   
   ella, sueño, y él
   
   alucinación.
  
   No te digas solo
   
   ni pida tu voz
   
   albergue para uno
   
   al albergador.
   
   Echarás la sombra
   
   que siempre se echó,
   
   morderás la duna
   
   con paso de dos...
  
   ¡Para que ninguno,
   
   ni hombre ni dios,
   
   nos llame partidos
   
   como luna y sol;
   
   para que ni roca
   
   ni viento errador,
   
   ni río con vado
   
   ni árbol sombreador,
   
   aprendan y digan
   
   mentira o error
   
   del Sur y del Norte,
   
   del uno y del dos!
  
   Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
   
   Se va mi cara en un óleo sordo;
   
   se van mis manos en azogue suelto;
   
   se van mis pies en dos tiempos de polvo.
  
   ¡Se te va todo, se nos va todo!
   
   Se va mi voz, que te hacía campana
   
   cerrada a cuanto no somos nosotros.
   
   Se van mis gestos que se devanaban
   
   en lanzaderas, debajo tus ojos.
   
   Y se te va la mirada que entrega,
   
   cuando te mira, el enebro y el olmo.
  
   Me voy de ti con tus mismos alientos:
   
   como humedad de tu cuerpo evaporo.
   
   Me voy de ti con vigilia y con sueño,
   
   y en tu recuerdo más fiel ya me borro.
   
   Y en tu memoria me vuelvo como esos
   
   que no nacieron en llanos ni en sotos.
  
   Sangre sería y me fuese en las palmas
   
   de tu labor, y en tu boca de mosto.
   
   Tu entraña fuese, y sería quemada
   
   en marchas tuyas que nunca más oigo,
   
   ¡y en tu pasión que retumba en la noche
   
   como demencia de mares solos!
  
¡Se nos va todo, se nos va todo!
   Muro fácil y extraordinario,
   
   muro sin peso y sin color:
   
   un poco de aire en el aire.
   
   Pasan los pájaros de un sesgo,
   
   pasa el columpio de la luz,
   
   pasa el filo de los inviernos
   
   como el resuello del verano;
   
   pasan las hojas en las ráfagas
   
   y las sombras incorporadas.
  
   ¡Pero no pasan los alientos,
   
   pero el brazo no va a los brazos
   
   y el pecho al pecho nunca alcanza!
  
   Tus cabellos ya son
   
   blancos también;
   
   miedo, la dura voz,
   
   la boca, «amén».
  
   Tarde se averiguó,
   
   tarde se ven
   
   ojos sin resplandor,
   
   sorda la sien.
  
   Tanto se padeció
   
   para aprender
   
   apagado el fogón,
   
   rancia la miel.
  
   Mucho amor y dolor
   
   para saber
   
   canoso a mi león,
   
   ¡viejos sus pies!»
  
   Vendrá del Dios alerta
   
   que cuenta lo fallido.
   
   Por diezmo no pagado,
   
   rehén me fue cogido.
   
   Por algún daño oscuro
   
   así me han afligido.
  
   Está dentro la noche
   
   ligero y desvalido
   
   como una corta fábula
   
   su cuerpo de vencido.
   
   Parece tan distante
   
   como el que no ha venido,
   
   el que me era cercano
   
   como aliento y vestido.
  
   Apenas late el pecho
   
   tan fuerte de latido.
   
   ¡Y cae si yo suelto
   
   su cuello y su sentido!
  
   Me sobra el cuerpo vano
   
   de madre recibido;
   
   y me sobra el aliento
   
   en vano retenido:
   
   me sobran nombre y forma
   
   junto al desposeído.
  
   Afuera dura un día
   
   de aire aborrecido.
   
   Juega como los ebrios
   
   el aire que lo ha herido.
   
   Juega a diamante y hielo
   
   con que cortó lo unido
   
   y oigo su voz cascada
   
   de destino perdido...