Tala: Gestos | 
    
   Yo he llevado una copa
   
   de una isla a otra isla sin despertar el agua.
   
   Si la vertía, una sed traicionaba;
   
   por una gota, el don era caduco;
   
   perdida toda, el dueño lloraría.
  
   No saludé las ciudades;
   
   no dije elogio a su vuelo de torres,
   
   no abrí los brazos en la gran Pirámide
   
   ni fundé casa con corro de hijos.
  
   Pero entregando la copa,
    yo dije
   
   con el sol nuevo sobre mi garganta:
   
   -"Mis brazos ya son libres como nubes sin dueño
   
   y mi cuello se mece en la colina,
   
   de la invitación de los valles."
  
   Mentira fue mi aleluya: miradme.
   
   Yo tengo la vista caída a mis palmas;
   
   camino lenta, sin diamante de agua;
   
   callada voy, y no llevo tesoro,
   
   ¡y me tumba en el pecho y los pulsos
   
   la sangre batida de angustia y de miedo!
  
   Fina, la medianoche.
   
   Oigo los nudos del rosal:
   
   la savia empuja subiendo a la rosa.
  
   Oigo
   
   las rayas quemadas del tigre
   
   real: no le dejan dormir.
  
   Oigo
   
   la estrofa de uno,
   
   y le crece en la noche
   
   como la duna.
  
   Oigo
   
   a mi madre dormida
   
   con dos alientos.
   
   (Duermo yo en ella,
   
   de cinco años.)
  
   Oigo el Ródano
   
   que baja y que me lleva como un padre
   
   ciego de espuma ciega.
  
   Y después nada oigo
   
   sino que voy cayendo
   
   en los muros de Arlès
   
   llenos de sol ...
  
   No tengo sólo un Ángel
   
   con ala estremecida:
   
   me mecen como al mar
   
   mecen las dos orillas
   
   el Ángel que da el gozo
   
   y el que da la agonía,
   
   el de alas tremolantes
   
   y el de las alas fijas.
  
   Yo sé, cuando amanece,
   
   cuál va a regirme el día,
   
   si el de color de llama
   
   o el color de ceniza,
   
   y me les doy como alga
   
   a la ola, contrita.
  
   Sólo una vez volaron
   
   con las alas unidas:
   
   el día del amor,
   
   el de la Epifanía.
  
   ¡Se
    juntaron en una
   
   sus alas enemigas
   
   y anudaron el nudo
   
   de la muerte y la vida!
  
   Lámina tendida de oro,
   
   y en el dorado aplanamiento,
   
   dos cuerpos como ovillos de oro;
  
   Un cuerpo glorioso que oye
   
   y un cuerpo glorioso que habla
   
   en el prado en que no habla nada;
  
   Un aliento que va al
    aliento
   
   y una cara que tiembla de él,
   
   en un prado en que nada tiembla.
  
   Acordarse del triste
    tiempo
   
   en que los dos tenían Tiempo
   
   y de él vivían afligidos,
  
   A la hora de clavo de oro
   
   en que el Tiempo quedó al umbral
   
   como los perros vagabundos...
  
A don Carlos Silva Vildósola
   Pasa por nuestra Tierra
   
   la vieja Cabalgata,
   
   partiéndose la noche
   
   en una pulpa clara
   
   y cayendo los montes
   
   en el pecho del alba.
  
   Con el vuelo remado
   
   de los petreles pasa,
   
   o en un silencio como
   
   de antorcha sofocada.
   
   Pasa en un dardo blanco
   
   la eterna Cabalgata...
  
   Pasa, única y legión,
   
   en cuchillada blanca,
   
   sobre la noche experta
   
   de carne desvelada.
   
   Pasa si no la ven,
   
   y si la esperan, pasa.
  
   Se leen las Eneidas,
   
   se cuentan Ramayanas,
   
   se llora el Viracocha
   
   y se remonta al Maya,
   
   y madura la vida
   
   mientras su río pasa.
  
   Las ciudades se secan
   
   como piel de alimaña
   
   y el bosque se nos dobla
   
   como avena majada,
   
   si olvida su camino
   
   la vieja Cabalgata...
  
   A veces por el aire
   
   o por la gran llanada,
   
   a veces por el tuétano
   
   de Ceres subterránea,
   
   a veces solamente
   
   por las crestas del alma,
   
   pasa, en caliente silbo,
   
   la santa Cabalgata...
  
   Como una vena abierta
   
   desde las solfataras,
   
   como un repecho de humo,
   
   como un despeño de aguas,
   
   pasa, cuando la noche
   
   se rompe en pulpas claras.
  
   Oír, oír, oír,
   
   la noche como valva,
   
   con ijar de lebrel
   
   o vista acornejada,
   
   y temblar y ser fiel,
   
   esperando hasta el alba.
  
   La noche ahora es fina,
   
   es estricta y delgada.
   
   El cielo agudo punza
   
   lo mismo que la daga
   
   y aguija a los dormidos
   
   la tensa Vía Láctea.
  
   Se viene por la noche
   
   como un comienzo de aria;
   
   se allegan unas vivas
   
   trabazones de alas.
   
   Me da en la cara un alto
   
   muro de marejada,
   
   y saltan, como un hijo,
   
   contentas, mis entrañas.
  
   Soy vieja;
   
   amé los héroes
   
   y nunca vi su cara;
   
   por hambre de su carne
   
   yo he comido las fábulas.
  
   Ahora despierto a un niño
   
   y destapo su cara,
   
   y lo saco desnudo
   
   a la noche delgada,
   
   y lo hondeo en el aire
   
   mientras el río pasa,
   
   porque lo tome y lleve
   
   la vieja Cabalgata...
  
A Amado Alonso.
   Pájara Pinta
   
   jaspeada,
   
   iba loca
   
   de pintureada,
   
   por el aire
   
   como llevada.
  
   En esta misma
   
   madrugada,
   
   pasó el río
   
   de una lanzada.
   
   La mañanita
   
   pura y rasada
   
   quedó linda
   
   de la venteada.
  
   Los que no vieron
   
   no saben nada;
   
   duermen a sábana
   
   pegada,
   
   y yo me alcé
   
   con lucerada;
   
   medio era noche,
   
   medio albada.
   
   Me crujió el aire
   
   a su pasada,
   
   y ella cruzó
   
   como rasgada,
   
   por cara y hombro
   
   mío azotada.
  
   Pareció lirio
   
   o pez-espada.
   
   Subió los aires
   
   hondeada,
   
   de cielo abierto
   
   devorada,
   
   y en un momento
   
   fue nonada.
   
   Quedé temblando
   
   en la quebrada.
   
   ¡Albricia mía *
   
   arrebatada!
  
Nota
* Albricia mía: En el juego de las Albricias que yo jugaba en mis niñeces del valle de Elqui, sea porque los chilenos nos evaporamos la s final, sea porque las albricias eran siempre cosa en singular -un objeto escondido que se buscaba- la palabra se volvía una especie de sustantivo colectivo. Tengo aún en el oído los gritos de las buscadoras y nunca más he dicho la preciosa palabra sino como la oí entonces a mis camaradas de juego.
La feliz criatura que inventó la expresión donosa y la soltó en el aire, vio el contenido de ella en pluralidad, como una especie de gajo de uvas o de puñado de algas, y en plural la dio, puesto que así la veía. El sentido de la palabra en la tierra mía es el de suerte, hallazgo o regalo. Yo corrí tras la albricia en mi valle de Elqui, gritándola y viéndola en unidad. Puedo corregir en mi seso y en mi lengua lo aprendido en las edades feas -adolescencia, juventud, madurez-, pero no puedo mudar de raíz las expresiones recibidas en la infancia. Aquí quedan, pues, esas albricias en singular...
   La riqueza del centro de la rosa
   
   es la riqueza de tu corazón.
  
   Desátala como ella:
   
   su ceñidura es toda tu aflicción.
  
   Desátala en un canto
   
   o en un tremendo amor.
  
   No defiendas la rosa:
   
   ¡te quemaría con el resplandor!