Tala: América | 
    
A don Eduardo Santos
I
SOL DEL TRÓPICO
   Sol de los Incas, sol de los Mayas,
   
   maduro sol americano,
   
   sol en que mayas y quichés
   
   reconocieron y adoraron,
   
   y en el que viejos aimaraes
   
   como el ámbar fueron quemados.
   
   Faisán rojo cuando levantas
   
   y cuando medias, faisán blanco,
   
   sol pintador y tatuador
   
   de casta de hombre y de leopardo.
   
   
   Sol de montañas y de valles,
   
   de los abismos y los llanos,
   
   Rafael de las marchas nuestras,
   
   lebrel de oro de nuestros pasos,
   
   por toda tierra y todo mar
   
   santo y seña de mis hermanos.
   
   Si nos perdemos, que nos busquen
   
   en unos limos abrasados,
   
   donde existe el árbol del pan
   
   y padece el árbol del bálsamo (1).
   
   
   Sol del Cuzco, blanco en la puna,
   
   Sol de México, canto dorado,
   
   canto rodado sobre el Mayab (2),
   
   maíz de fuego no comulgado,
   
   por el que gimen las gargantas
   
   levantadas a tu viático;
   
   corriendo vas por los azules
   
   estrictos o jesucristianos,
   
   ciervo blanco o enrojecido,
   
   siempre herido, nunca cazado...
   
   
   Sol de los Andes, cifra nuestra,
   
   veedor de hombres americanos,
   
   pastor ardiendo de grey ardiendo
   
   y tierra ardiendo en su milagro,
   
   que ni se funde ni nos funde,
   
   que no devora ni es devorado;
   
   quetzal de fuego emblanquecido
   
   que cría y nutre pueblos mágicos;
   
   llama pasmado en rutas blancas
   
   guiando llamas alucinados...
   
   
   Raíz del cielo, curador
   
   de los indios alanceados;
   
   brazo santo cuando los salvas,
   
   cuando los matas, amor santo.
   
   Quetzalcóatl, padre de oficios
   
   de la casta de ojo almendrado,
   
   el moledor de los añiles,
   
   el tejedor de algodón cándido.
   
   Los telares indios enhebras
   
   con colibríes alocados
   
   y das las grecas pintureadas
   
   al mujerío de Tacámbaro.
   
   ¡Pájaro Roc (3), plumón que empolla
   
   dos orientes desenfrenados!
   
   
   Llegas piadoso y absoluto
   
   según los dioses no llegaron,
   
   tórtolas blancas en bandada,
   
   maná que baja sin doblarnos.
   
   No sabemos qué es lo que hicimos
   
   para vivir transfigurados.
   
   En especies solares nuestros
   
   Viracochas se confesaron,
   
   y sus cuerpos los recogimos
   
   en sacramento calcinado.
  
   A tu llama fié a los míos,
   
   en parva de ascuas acostados.
   
   Sobre tendal de salamandras
   
   duermen y sueñan sus cuerpos santos.
   
   O caminan contra el crepúsculo,
   
   encendidos como retamos,
   
   azafranes sobre el poniente,
   
   medio Adanes, medio topacios...
  
   Desnuda mírame y reconóceme,
   
   si no me viste en cuarenta años,
   
   con Pirámide de tu nombre (4),
   
   con pitahayas y con mangos,
   
   con los flamencos de la aurora
   
   y los lagartos tornasolados.
  
   ¡Como el maguey, como la yuca,
   
   como el cántaro del peruano,
   
   como la jícara de Uruápan,
   
   como la quena de mil años,
   
   a ti me vuelvo, a ti me entrego,
   
   en ti me abro, en ti me baño!
   
   Tómame como los tomaste,
   
   el poro al poro, el gajo al gajo,
   
   y ponme entre ellos a vivir,
   
   pasmada dentro de tu pasmo.
  
   Pisé los cuarzos extranjeros,
   
   comí sus frutos mercenarios;
   
   en mesa dura y vaso sordo
   
   bebí hidromieles que eran lánguidos;
   
   recé oraciones mortecinas
   
   y me canté los himnos bárbaros (5),
   
   y dormí donde son dragones
   
   rotos y muertos los Zodíacos.
  
   Te devuelvo por mis mayores
   
   formas y bulto en que me alzaron.
   
   Riégame así con rojo riego;
   
   dame el hervir vuelta tu caldo.
   
   Emblanquéceme u oscuréceme
   
   en tus lejías y tus cáusticos.
  
   ¡Quémame tú los torpes miedos,
   
   sécame lodos, avienta engaños;
   
   tuéstame habla, árdeme ojos,
   
   sollama boca, resuello y canto,
   
   límpiame oídos, lávame vistas,
   
   purifica manos y tactos!
  
   Hazme las sangres y las leches,
   
   y los tuétanos, y los llantos.
   
   Mis sudores y mis heridas
   
   sécame en lomos y en costados.
   
   Y otra vez íntegra incorpórame
   
   a los coros que te danzaron,
   
   los coros mágicos, mecidos
   
   sobre Palenque y Tihuanaco.
  
   Gentes quechuas y gentes mayas
   
   te juramos lo que jurábamos.
   
   De ti rodamos hacia el Tiempo
   
   y subiremos a tu regazo;
   
   de ti caímos en grumos de oro,
   
   en vellón de oro desgajado,
   
   y a ti entraremos rectamente
   
   según dijeron Incas Magos.
  
   ¡Como racimos al lagar
   
   volveremos los que bajamos,
   
   como el cardumen de oro sube
   
   a flor de mar arrebatado
   
   y van las grandes anacondas
   
   subiendo al silbo del llamado!
  
Notas
   
    (1) El llamado “bálsamo del Perú”.
    
    (2) Nombre indígena de Yucatán.
    
    (3) Castellanizo la palabra ajena Rock.
    
    (4) La Pirámide del Sol en México.
    
    (5) Bárbaros, en su recto sentido de ajenos, de extraños.
   
  
II
CORDILLERA
   ¡Cordillera de los Andes,
   
   Madre yacente y Madre que anda,
   
   que de niños nos enloquece
   
   y hace morir cuando nos falta;
   
   que en los metales y el amianto
   
   nos aupaste las entrañas;
   
   hallazgo de los primogénitos,
   
   de Mama Ocllo y Manco Cápac,
   
   tremendo amor y alzado cuerno
   
   del hidromiel de la esperanza!
   
   
   Jadeadora del Zodíaco,
   
   sobre la esfera galopada;
   
   corredora de meridianos,
   
   piedra Mazzepa que no se cansa,
   
   Atalanta que en la carrera
   
   es el camino y es la marcha,
   
   y nos lleva, pecho con pecho,
   
   a lo madre y lo marejada,
   
   a maná blanco y peán rojo
   
   de nuestra bienaventuranza.
  
   Caminas, madre, sin rodillas,
   
   dura de ímpetu y confianza;
   
   con tus siete pueblos caminas
   
   en tus faldas acigüeñadas;
   
   caminas la noche y el día,
   
   desde mi Estrecho a Santa Marta,
   
   y subes de las aguas últimas
   
   la cornamenta del Aconcagua.
   
   Pasas el valle de mis leches,
   
   amoratando la higuerada;
   
   cruzas el cíngulo de fuego
   
   y los ríos Dioscuros lanzas (1);
   
   pruebas Sargassos de salmuera
   
   y desciendes alucinada...
  
   Viboreas de las señales
   
   del camino del Inca Huayna,
   
   veteada de ingenierías
   
   y tropeles de alpaca y llama,
   
   de la hebra del indio atónito
   
   y del ¡ay! de la quena mágica.
   
   Donde son valles, son dulzuras;
   
   donde repechas, das el ansia;
   
   donde azurea el altiplano
   
   es la anchura de la alabanza.
  
   Extendida como una amante
   
   y en los soles reverberada,
   
   punzas al indio y al venado
   
   con el jengibre y con la salvia;
   
   en las carnes vivas te oyes
   
   lento hormiguero, sorda vizcacha;
   
   oyes al puma ayuntamiento
   
   y a la nevera, despeñada,
   
   y te escuchas el propio amor
   
   en tumbo y tumbo de tu lava.
   
   Bajan de ti, bajan cantando,
   
   como de nupcias consumadas,
   
   tumbadores de las caobas
   
   y rompedor de araucarias.
  
   Aleluya por el tenerte
   
   para cosecha de las fábulas,
   
   alto ciervo que vio San Jorge
   
   de cornamenta aureolada
   
   y el fantasma del Viracocha,
   
   vaho de niebla y vaho de habla.
   
   ¡Por las noches nos acordamos
   
   de bestia negra y plateada,
   
   leona que era nuestra madre
   
   y de pie nos amamantaba!
  
   En los umbrales de mis casas,
   
   tengo tu sombra amoratada.
   
   Hago, sonámbulo, mis rutas,
   
   en seguimiento de tu espalda,
   
   o devanándome en tu niebla,
   
   o tanteando un flanco de arca;
   
   y la tarde me cae al pecho
   
   en una madre desollada.
   
   ¡Ancha pasión, por la pasión
   
   de hombros de hijos jadeada!
  
   ¡Carne de piedra de la América,
   
   halalí de piedras rodadas,
   
   sueño de piedra que soñamos,
   
   piedras del mundo pastoreadas;
   
   enderezarse de las piedras
   
   para juntarse con sus almas!
   
   ¡En el cerco del valle de Elqui
   
   bajo la luna de fantasma,
   
   no sabemos si somos hombres
   
   o somos peñas aprobadas
  
   Vuelven los tiempos en sordo río
   
   y se les oye la arribada
   
   a la meseta de los Cuzcos
   
   que es la peana de la gracia.
   
   Silbaste el silbo subterráneo
   
   a la gente color del ámbar;
   
   no desatamos el mensaje
   
   enrollado de salamandra;
   
   y de tus tajos recogemos
   
   nuestro destino en bocanada.
  
   ¡Anduvimos como los hijos
   
   que perdieron signo y palabra,
   
   como beduino o ismaelita,
   
   como las peñas hondeadas,
   
   vagabundos envilecidos,
   
   gajos pisados de vid santa,
   
   vagabundos envilecidos,
   
   como amantes que se encontraran!
  
   Otra vez somos los que fuimos,
   
   cinta de hombres, anillo que anda,
   
   viejo tropel, larga costumbre
   
   en derechura a la peana,
   
   donde quedó la madre augur
   
   que desde cuatro siglos llama,
   
   en toda noche de los Andes
   
   y con el grito que es lanzada.
  
   Otra vez suben nuestros coros
   
   y el roto anillo de la danza,
   
   por caminos que eran de chasquis (2)
   
   y en pespunte de llamaradas.
   
   Son otra vez adoratorios
   
   jaloneando la montaña
   
   y la espiral en que columpian
   
   mirra-copal, mirra-copaiba,
   
   ¡para tu gozo y nuestro gozo
   
   balsámica y embalsamada!
  
   El fueguino sube al Caribe
   
   por tus punas espejeadas;
   
   a criaturas de salares
   
   y de pinar lleva a las palmas.
   
   Nos devuelves al Quetzalcóatl
   
   acarreándonos al maya,
   
   y en las mesetas cansa-cielos,
   
   donde es la luz transfigurada,
   
   braceadora, ata tus pueblos
   
   como juncales de sabana.
  
   ¡Suelde el caldo de tus metales
   
   los pueblos rotos de tus abras;
   
   cose tus ríos vagabundos,
   
   tus vertientes acainadas.
   
   Puño de hielo, palma de fuego,
   
   a hielo y fuego purifícanos!
   
   Te llamemos en aleluya
   
   y en letanía arrebatada.
   
   
    ¡Especie eterna y suspendida,
    
    Alta-ciudad -Torres-doradas,
    
    Pascual Arribo de tu gente,
    
    Arca tendida de tu Alianza!
   
  
Notas
   
    (1) El Cauca y el Magdalena.
    
    (2) "Chasquis", correos quechuas.
   
  
Anexo de "Dos himnos"
Después de la trompa épica, más elefantina que metálica de nuestros románticos, que recogieron la gesticulación de los Quintana y los Gallegos, vino en nuestra generación una repugnancia exagerada hacia el himno largo y ancho, hacia el tono mayor. Llegaron las flautas y los carrizos, ya no sólo de maíz, sino de arroz y cebada... El tono menor fue el bienvenido, y dejó sus primores, entre los que se cuentan nuestras canciones más íntimas y acaso las más puras. Pero ya vamos tocando al fondo mísero de la joyería y de la creación en acónitos. Suele echarse de menos, cuando se mira a los monumentos indígenas o la Cordillera, una voz entera que tenga el valor de allegarse a esos materiales formidables.
Nuestro cumplimiento con la tierra de América ha comenzado por sus cogollos. Parece que tenemos contados todos los caracoles, los colibríes y las orquídeas nuestros, y que siguen en vacancia cerros y soles, como quien dice la peana y el nimbo de la Walkiria Terrestre que se llama América.
Lo mismo que cuando hice unas Rondas de niños y unas Canciones de Cuna, balbuceo el tema por vocear su presencia a los mozos, es decir, a los que vienen mejor dotados que nosotros y "con la estrella de la fortuna" a mitad de la frente. Puede que, como en el caso anterior, el que entendió la señal siga la ruta y alcance el logro. Yo sé muy bien que doy un puro balbuceo del asunto. Igual que otras veces, afronto el ridículo con la sonrisa de la mujer rural cuando se le malogra el frutillar o el arrope en el fuego...
El que discuta la necesidad de hacer de tarde en tarde el himno en tono mayor, sepa a lo menos que vamos sintiendo un empalago de lo mínimo y de lo blando, del "mucígalo de linaza..."
Si nuestro Rubén, después de la Marcha Triunfal (que es griega o romana) y del Canto a Roosevelt que es ya americano, hubiese querido dejar los Parises y los Madriles y venir a perderse en la naturaleza americana por unos largos años -era el caso de perderse a las buenas- ya no tendríamos estos temas en la cantera; estaríamos devastados y andarían entonando el alma del mocerío. Llega el escuadrón de mozos sin mucho gusto que digamos del "Aire Suave" o de la Marquesa Eulalia. Tiene razón: el aire del mundo se ha vuelto un puelche(1) violento y el mar de jacintos se muda de pronto en el otro mar que los marinos llaman, acarnerado.
(1) Puelche viento de la Patagonia.
I
   El maíz del Anáhuac,
   
   el maíz de olas fieles,
   
   cuerpo de los mexitlis,
   
   a mi cuerpo se viene.
   
   En el viento me huye,
   
   jugando a que lo encuentre,
   
   y que me cubre y me baña
   
   el Quetzalcóatl (1) verde
   
   de las colas trabadas
   
   que lamen y que hieren.
   
   Braceo en la oleada
   
   como el que nade siempre;
   
   a puñados recojo
   
   las pechugas huyentes,
   
   riendo risa india
   
   que mofa y que consiente,
   
   y voy ciega en marea
   
   verde resplandeciente,
   
   braceándole la vida,
   
   braceándole la muerte!
  
II
   El Anáhuac lo ensanchan
   
   maizales que crecen.
   
   La tierra, por divina,
   
   parece que la vuelen.
   
   En la luz sólo existen
   
   eternidades verdes,
   
   remada de esplendores
   
   que bajan y que ascienden.
   
   Las Sierras Madres pasa
   
   su pasión vehemente.
   
   El indio que los cruza
   
   
    “como que no parece”.
    
   
   Maizal hasta donde
   
   lo postrero emblanquece,
   
   y México se acaba
   
   donde el maíz se muere.
  
III
   Por bocado de Xóchitl,
   
   madre de las mujeres,
   
   porque el umbral en hijos
   
   y en danza reverbere,
   
   se matan los mexitlis
   
   como Tlálocs (2) que jueguen
   
   y la piel del Anáhuac
   
   de escamas resplandece.
   
   Xóchitl va caminando
   
   filos y filos verdes.
   
   Su hombre halló tendido
   
   en caña de la muerte.
   
   La besa con el beso
   
   que a la nada desciende
   
   y le siembra la carne
   
   en el Anáhuac leve,
   
   en donde llama un cuerno
   
   por el que todo vuelve...
  
IV
   Mazorca del aire (3)
   
   y mazorcal terrestre,
   
   el tendal de los muertos
   
   y el Quetzatcóatl verde,
   
   se están como uno solo
   
   mitad frío y ardiente,
   
   y la mano en la mano,
   
   se velan y se tienen.
   
   Están en turno y pausa
   
   que el Anáhuac comprende,
   
   hasta que el silbo largo
   
   por los maíces suene
   
   de que las cañas rotas
   
   dancen y desperecen:
   
   ¡eternidad que va
   
   y eternidad que viene!
  
V
   Las mesas del maíz
   
   quieren que yo me acuerde.
   
   El corro está mirándome
   
   fugaz y eternamente.
   
   Los sentados son órganos (4),
   
   las sentadas magueyes.
   
   Delante de mi pecho
   
   la mazorcada tienden.
   
   
   De la voz y los modos
   
   gracia tolteca llueve.
   
   La casta come lento,
   
   como el venado bebe.
   
   Dorados son el hombre,
   
   el bocado, el aceite,
   
   y en sesgo de ave pasan
   
   las jícaras alegres.
   
   Otra vez me tuvieron
   
   éstos que aquí me tienen,
   
   y el corro, de lo eterno,
   
   parece que espejee...
  
VI
   El santo maíz sube
   
   en un ímpetu verde,
   
   y dormido se llena
   
   de tórtolas ardientes.
   
   El secreto maíz
   
   en vaina fresca hierve
   
   y hierve de unos crótalos
   
   y de unos hidromieles.
   
   El dios que lo consuma,
   
   es dios que lo enceguece:
   
   le da forma de ofrenda
   
   por dársela ferviente;
   
   en voladores hálitos
   
   su entrega se disuelve.
   
   Y México se acaba
   
   donde la milpa (5) muere.
  
VII
   El pecho del maíz
   
   su fervor lo retiene.
   
   El ojo del maíz
   
   tiene el abismo breve.
   
   El habla del maíz
   
   en valva y valva envuelve.
   
   Ley vieja del maíz,
   
   caída no perece,
   
   y el hombre del maíz
   
   se juega, no se pierde.
   
   Ahora es en Anáhuac
   
   y ya fue en el Oriente:
   
   ¡eternidades van
   
   y eternidades vienen!
  
VIII
   Molinos rompe-cielos
   
   mis ojos no los quieren.
   
   El maizal no aman
   
   y      su harina no muelen:
   
   no come grano santo
   
   la hiperbórea gente.
   
   Cuando mecen sus hijos
   
   de otra mecida mecen,
   
   en vez de los niveles
   
   de balanceadas frentes.
   
   A costas del maíz
   
   mejor que no naveguen:
   
   maíz de nuestra boca
   
   lo coma quien lo rece.
   
   El cuerno mexicano
   
   de maizal se vierte
   
   y así tiemblan los pulsos
   
   en trance de cogerle
   
   y así canta la sangre
   
    
   
   con el arcángel verde,
   
   porque el mágico Anáhuac
   
   se ama perdidamente...
  
IX
   Hace
    años que el maíz
   
   no me canta en las sienes
   
   ni corre por mis ojos
   
   su crinada serpiente.
   
   Me faltan los maíces
   
   y me sobran las mieses.
   
   Y al sueño, en vez de Anáhuac,
   
   le dejo que me suelte
   
   su mazorca infinita
   
   que me aplaca y me duerme.
   
   Y grano rojo y negro (6)
   
   y dorado y en cierne,
   
   el sueño sin Anáhuac
   
   me cuenta hasta mi muerte.
  
Notas
   
    (1) Quetzalcóatl, la serpiente emplumada dc los aztecas.
    
    (2) Espíritus juguetones del agua.
    
    (3) Alusión al fresco del maíz de Diego Rivera llamado "Fecundación".
    
    (4) Cactus cirial simple.
    
    (5) "Milpa", el maizal en lengua indígena.
    
    (6) Especies coloreadas del maíz
   
  
A E. Ribera Chevremont
   Isla de Puerto Rico,
   
   isla de palmas,
   
   apenas cuerpo, apenas,
   
   como la Santa,
   
   apenas posadura
   
   sobre las aguas;
   
   del millar de palmeras
   
   como más alta,
   
   y en las dos mil colinas
   
   como llamada.
  
   La que como María
   
   funde al nombrarla
   
   y que, como paloma,
   
   vuela nombrada.
  
   Isla en amaneceres
   
   de mí gozada,
   
   sin cuerpo acongojado,
   
   trémula de alma;
   
   de sus constelaciones
   
   amamantada,
   
   en la siesta de fuego
   
   punzada de hablas,
   
   y otra vez en el alba,
   
   adoncellada.
  
   Isla en caña y cafés
   
   apasionada;
   
   tan dulce de decir
   
   como una infancia;
   
   bendita de cantar
   
   como un ¡hosanna!
   
   sirena sin canción
   
   sobre las aguas,
   
   ofendida de mar
   
   en marejada:
   
   ¡Cordelia de las olas,
   
   Cordelia amarga!
  
   Seas salvada como
   
   la corza blanca
   
   y como el llama nuevo
   
   del Pachacámac (1),
   
   y como el huevo de oro
   
   de la nidada,
   
   y como la Ifigenia,
   
   viva en la llama.
  
   Te salven los Arcángeles
   
   de nuestra raza:
   
   Miguel castigador,
   
   Rafael que marcha,
   
   y Gabriel que conduce
   
   la hora colmada.
  
   Antes que en mí se acaben
   
   marcha y mirada;
   
   antes de que mi carne
   
   sea una fábula
   
   y antes que mis rodillas
   
   vuelen en ráfagas...
  
Día de la liberación de Filipinas.
   
   
    Nota
   
  
(1) Dios máximo de los quechuas.
A Méndez Pereira
   
    Panameño, panameño,
    
    panameño de mi vida,
    
    yo quiero que tú me lleves
    
    al tambor de la alegría.
   
  
   De una parte mar de espejos,
   
   de la otra serranía,
   
   y partiéndonos la noche
   
   
    el tambor de la alegría
   
   .
  
   Donde es bosque de quebracho,
   
   panamá y especiería,
   
   apuñala de pasión
   
   
    el tambor de la alegría.
   
  
   Emboscado silbador,
   
   cebo de la hechicería,
   
   guiño de la medianoche,
   
   panameña idolatría...
  
   Los muñones son caoba
   
   y la piel venadería,
   
   y más loco a cada tumbo
   
   
    el tambor de la alegría.
   
  
   Jadeante como pecho
   
   que las sierras subiría
   
   ¡Y la noche que se funde
   
   
    el tambor de la alegría!
   
  
   Vamos donde tú nos quieres,
   
   que era donde nos querías,
   
   vamos de las greñas,
   
   tamborito de alegría.
  
   Danza de la gente roja,
   
   fiebre de panamería,
   
   vamos como quien se acuerda
   
   
    al tambor de la alegría.
   
  
   Como el niño que en el sueño
   
   a su madre encontraría,
   
   vamos a la leche roja
   
   
    del tambor de la alegría.
   
  
   Mar pirata, mar fenicio,
   
   nos robó a la paganía,
   
   y nos roba al robador
   
   el
   
    tambor de la alegría.
   
  
   ¡Vamos por ningún sendero,
   
   que el sendero sobraría,
   
   por el tumbo y el jadeo
   
   del tambor de la alegría!