Locas mujeres

LA ABANDONADA

A Emma Godoy

Ahora voy a aprenderme
el país de la acedía,
y a desaprender tu amor
que era la sola lengua mía,
como río que olvidase
lecho, corriente y orillas.

¿Por qué trajiste tesoros
si el olvido no acarrearías?
Todo me sobra y yo me sobro
como traje de fiesta para fiesta no habida;
¡tanto, Dios mío, que me sobra
mi vida desde el primer día!

Denme ahora las palabras
que no me dio la nodriza.
Las balbucearé demente
de la sílaba a la sílaba:
palabra "expolio", palabra "nada",
y palabra "postrimería",
¡aunque se tuerzan en mi boca
como las víboras mordidas!

Me he sentado a mitad de la Tierra,
amor mío, a mitad de la vida,
a abrir mis venas y mi pecho,
a mondarme en granada viva,
y a romper la caoba roja
de mis huesos que te querían.

Estoy quemando lo que tuvimos:
los anchos muros, las altas vigas,
descuajando una por una
las doce puertas que abrías
y cegando a golpes de hacha
el aljibe de la alegría.

Voy a esparcir, voleada,
la cosecha ayer cogida,
a vaciar odres de vino
y a soltar aves cautivas;
a romper como mi cuerpo
los miembros de la "masía"
y a medir con brazos altos
la parva de las cenizas.

¡Cómo duele, cómo cuesta,
cómo eran las cosas divinas,
y no quieren morir, y se quejan muriendo,
y abren sus entrañas vívidas!
Los leños entienden y hablan,
el vino empinándose mira
y la banda de pájaros sube
torpe y rota como neblina.

Venga el viento, arda mi casa
mejor que bosque de resinas;
caigan rojos y sesgados
el molino y la torre madrina.
¡Mi noche, apurada del fuego,
mi pobre noche no llegue al día!

LA ANSIOSA

Antes que él eche a andar, está quedado
el viento Norte, hay una luz enferma,
el camino blanquea en brazo muerto
y, sin gracia de amor, pesa la tierra.

Y cuando viene, lo sé por el aire
que me lo dice, alácrito y agudo;
y abre mi grito en la venteada un tubo
que le mima y le cela los cabellos,
y le guarda los ojos del pedrisco.

Vilano o junco ebrio parecía;
apenas era y ya no voltijea;
viene más puro que el disco lanzado,
más recto, más que el albatrós sediento,
y ahora ya la punta de mis brazos
afirman su cintura en la carrera...

Pero ya saben mi cuerpo y mi alma
que viene caminando por la raya
amoratada de mi largo grito,
sin enredarse en el fresno glorioso
ni relajarse en los bancos de arena.

¿Cómo no ha de llegar si me lo traen
los elementos a los que fui dada?
El agua me lo alumbra en los hondones,
el fuego me lo urge en el poniente
y el viento Norte aguija sus costados.

Mi grito vivo no se le relaja;
ciego y exacto lo alcanza en los riscos.
Avanza abriendo el matorral espeso
y al acercarse ya suelta su espalda,
libre lo deja y se apaga en mi puerta.

Y ya no hay voz cuando cae a mis brazos
porque toda ella quedó consumida,
y este silencio es más fuerte que el grito
si así nos deja con los rostros blancos.

LA BAILARINA

La bailarina ahora está danzando
la danza del perder cuanto tenía.
Deja caer todo lo que ella había,
padres y hermanos, huertos y campiñas,
el rumor de su río, los caminos,
el cuento de su hogar, su propio rostro
y su nombre, y los juegos de su infancia
como quien deja todo lo que tuvo
caer de cuello y de seno y de alma.

En el filo del día y el solsticio
baila riendo su cabal despojo.
Lo que avientan sus brazos es el mundo
que ama y detesta, que sonríe y mata,
la tierra puesta a vendimia de sangre,
la noche de los hartos que ni duermen
y la dentera del que no ha posada.

Sin nombre, raza ni credo, desnuda
de todo y de sí misma, da su entrega,
hermosa y pura, de pies voladores.
Sacudida como árbol y en el centro
de la tornada, vuelta testimonio.

No está danzando el vuelo de albatroses
salpicados de sal y juegos de olas;
tampoco el alzamiento y la derrota
de los cañaverales fustigados.
Tampoco el viento agitador de velas,
ni la sonrisa de las altas hierbas.

El nombre no le den de su bautismo.
Se soltó de su casta y de su carne
sumió la canturia de su sangre
y la balada de su adolescencia.

Sin saberlo le echamos nuestras vidas
como una roja veste envenenada
y baila así mordida de serpientes
que alácritas y libres le repechan
y la dejan caer en estandarte
vencido o en guirnalda hecha pedazos.

Sonámbula, mudada en lo que odia,
sigue danzando sin saberse ajena
sus muecas aventando y recogiendo
jadeadora de nuestro jadeo,
cortando el aire que no la refresca
única y torbellino, vil y pura.

Somos nosotros su jadeado pecho,
su palidez exangüe, el loco grito
tirado hacia el poniente y el levante
la roja calentura de sus venas,
el olvido del Dios de sus infancias.

LA DESASIDA

En el sueño yo no tenía
padre ni madre, gozos ni duelos,
no era mío ni el tesoro
que he de velar hasta el alba,
edad ni nombre llevaba,
ni mi triunfo ni mi derrota.

Mi enemigo podía injuriarme
o negarme Pedro, mi amigo,
que de haber ido tan lejos
no me alcanzaban las flechas:
para la mujer dormida
lo mismo daba este mundo
que los otros no nacidos...

Donde estuve nada dolía:
estaciones, sol ni lunas,
no punzaban ni la sangre
ni el cardenillo del Tiempo;
ni los altos silos subían
ni rondaba el hambre los silos.
Y yo decía como ebria:
¡Patria mía, Patria, la Patria!

Pero un hilo tibio retuve,
-pobre mujer- en la boca,
vilano que iba y venía
por la nonada del soplo,
no más que un hilo de araña
o que un repunte de arenas.

Pude no volver y he vuelto.
De nuevo hay muro a mi espalda,
y he de oír y responder
y, voceando pregones,
ser otra vez buhonera.

Tengo mi cubo de piedra
y el puñado de herramientas.
Mi voluntad la recojo
como ropa abandonada,
desperezo mi costumbre
y otra vez retomo el mundo.

Pero me iré cualquier día
sin llantos y sin abrazos,
barca que parte de noche
sin que la sigan las otras,
la ojeen los faros rojos
ni se la oigan sus costas...

LA DESVELADA

En cuanto engruesa la noche
y lo erguido se recuesta,
y se endereza lo rendido,
le oigo subir las escaleras
Nada importa que no le oigan
y solamente yo lo sienta.
¡A qué había de escucharlo
el desvelo de otra sierva!

En un aliento mío sube
y yo padezco hasta que llega
-cascada loca que su destino
una vez baja y otras repecha
y loco espino calenturiento
castañeteando contra mi puerta-.

No me alzo, no abro los ojos,
y sigo su forma entera.
Un instante, como precitos,
bajo la noche tenemos tregua;
pero le oigo bajar de nuevo
como en una marea eterna.

El va y viene toda la noche
dádiva absurda, dada y devuelta,
medusa en olas levantada
que ya se ve, que ya se acerca.
Desde mi lecho yo lo ayudo
con el aliento que me queda,
por que no busque tanteando
y se haga daño en las tinieblas.

Los peldaños de sordo leño
como cristales me resuenan.
Yo sé en cuáles se descansa,
y se interroga, y se contesta.
Oigo donde los leños fieles
igual que mi alma, se le quejan,
y sé el paso maduro y último
que iba a llegar y nunca llega...

Mi casa padece su cuerpo
como llama que la retuesta.
Siento el calor que da su cara
-ladrillo ardiendo- contra mi puerta.
Pruebo una dicha que no sabía:
sufro de viva, muero de alerta,
¡y en este trance de agonía
se van mis fuerzas con sus fuerzas!

Al otro día repaso en vano
con mis mejillas y mi lengua,
rastreando la empuñadura
en el espejo de la escalera.
Y unas horas sosiega mi alma
hasta que cae la noche ciega.

El vagabundo que lo cruza
como fábula me lo cuenta.
Apenas él lleva su carne,
apenas es de tanto que era,
y la mirada de sus ojos
una vez hiela y otras quema.

No le interrogue quien lo cruce;
sólo le digan que no vuelva,
que no repeche su memoria,
para que él duerma y que yo duerma.
Mate el nombre que como viento
en sus rutas turbillonea
¡y no vea la puerta mía,
recta y roja como una hoguera.

LA DICHOSA

A Paulina Brook

Nos tenemos por la gracia
de haberlo dejado todo;
ahora vivimos libres
del tiempo de ojos celosos;
y a la luz le parecemos
algodón del mismo copo.

El Universo trocamos
por un muro y un coloquio.
País tuvimos y gentes
y unos pesados tesoros,
y todo lo dio el amor
loco y ebrio de despojo.

Quiso el amor soledades
como el lobo silencioso.
Se vino a cavar su casa
en el valle más angosto
y la huella le seguimos
sin demandarle retorno...

Para ser cabal y justa
como es en la copa el sorbo,
y no robarle el instante,
y no malgastarle el soplo,
me perdí en la casa tuya
como la espada en el forro.

Nos sobran todas las cosas
que teníamos por gozos:
los labrantíos, las costas,
las anchas dunas de hinojos.
El asombro del amor
acabó con los asombros.

Nuestra dicha se parece
al panal que cela su oro;
pesa en el pecho la miel
de su peso capitoso,
y ligera voy, o grave,
y me sé y me desconozco.

Ya ni recuerdo cómo era
cuando viví con los otros.
Quemé toda mi memoria
como hogar menesteroso.
Los tejados de mi aldea
si vuelvo, no los conozco,
y el hermano de mis leches
no me conoce tampoco.

Y no quiero que me hallen
donde me escondí de todos;
antes hallen en el hielo
el rastro huido del oso.
El muro es negro de tiempo
el liquen del umbral, sordo,
y se cansa quien nos llame
por el nombre de nosotros.

Atravesaré de muerta
el patio de hongos morosos.
El me cargará en sus brazos
en chopo talado y mondo.
Yo miraré todavía
el remate de sus hombros.
La aldea que no me vio
me verá cruzar sin rostro,
y sólo me tendrá el polvo
volador, que no es esposo.

LA FERVOROSA

En todos los lugares he encendido
con mi brazo y mi aliento el viejo fuego;
en toda tierra me vieron velando
el faisán que cayó desde los cielos,
y tengo ciencia de hacer la nidada
de las brasas juntando sus polluelos.

Dulce es callando en tendido rescoldo,
tierno cuando en pajuelas lo comienzo.
Malicias sé para soplar sus chispas
hasta que él sube en alocados miembros.
Costó, sin viento, prenderlo, atizarlo:
era o el humo o el chisporroteo;
pero ya sube en cerrada columna
recta, viva, leal y en gran silencio.

No hay gacela que salte los torrentes
y el carrascal como mi loco ciervo;
en redes, peces de oro no brincaron
con rojez de cardumen tan violento.
He cantado y bailado en torno suyo
con reyes, versolaris y cabreros,
y cuando en sus pavesas él moría
yo le supe arrojar mi propio cuerpo.

Cruzarían los hombres con antorchas
mi aldea, cuando fue mi nacimiento
o mi madre se iría por las cuestas
encendiendo las matas por el cuello.
Espino, algarrobillo y zarza negra,
sobre mi único Valle están ardiendo,
soltando sus torcidas salamandras,
aventando fragancias cerro a cerro.

Mi vieja antorcha, mi jadeada antorcha
va despertando majadas y oteros;
a nadie ciega y va dejando atrás
la noche abierta a rasgones bermejos.
La gracia pido de matarla antes
de que ella mate el Arcángel que llevo.

(Yo no sé si lo llevo o si él me lleva;
pero sé que me llamo su alimento,
y me sé que le sirvo y no le falto
y no lo doy a los titiriteros).

Corro, echando a la hoguera cuanto es mío.
Porque todo lo di, ya nada llevo,
y caigo yo, pero él no me agoniza
y sé que hasta sin brazos lo sostengo.
O me lo salva alguno de los míos,
hostigando a la noche y su esperpento,
hasta el último hondón, para quemarla
en su cogollo más alto y señero.

Traje la llama desde la otra orilla,
de donde vine y adonde me vuelvo.
Allá nadie la atiza y ella crece
y va volando en albatros bermejo.
He de volver a mi hornaza dejando
caer en su regazo el santo préstamo.

¡Padre, madre y hermana adelantados,
y mi Dios vivo que guarda a mis muertos:
corriendo voy por la canal abierta
de vuestra santa Maratón de fuego!

LA FUGITIVA

Árbol de fiesta, brazos anchos,
cascada suelta, frescor vivo
a mi espalda despeñados:
¿quién os dijo de pararme
y silabear mi nombre?

Bajo un árbol yo tan sólo
lavaba mis pies de marchas
con mi sombra como ruta
y con el polvo por saya.

¡Qué hermoso que echas tus ramas
y que abajas tu cabeza,
sin entender que no tengo
diez años para aprenderme
tu verde cruz que es sin sangre
y el disco de tu peana!

Atísbame, pino-cedro,
con tus ojos verticales,
y no muevas ni descuajes
los pies de tu terrón vivo:
que no pueden tus pies nuevos
con rasgones de los cactus
y encías de las risqueras.

Y hay como un desasosiego,
como un siseo que corre
desde el hervor del zodíaco
a las hierbas erizadas.
Viva está toda la noche
de negaciones y afirmaciones,
las del Ángel que te manda
y el mío que con él lucha.

Y un azoro de mujer
llora a su cedro de Líbano
caído y cubierto de noche,
que va a marchar desde el alba
sin saber ruta ni polvo
y sin volver a ver más
su ronda de dos mil pinos.

¡Ay, árbol mío, insensato
entregado a la ventisca
a canícula y a bestia
al azar de la borrasca.
Pino errante sobre la Tierra!

LA GRANJERA

Para nadie planta la lila
o poda las azaleas
y carga el agua para nadie
en baldes que la espejean.

Vuelta a uno que no da sombra
y sobrepasa su cabeza,
estira un helecho mojado
y a darlo y a hurtárselo juega.

Abre las rejas sin que llamen,
sin que entre nadie, las cierra
y se cansa para el sueño
que la toma, la suelta y la deja.

Desvíen el agua de la vertiente
que la halla gateando ciega,
espolvoreen sal donde siembre,
entierren sus herramientas.

Háganla dormir, pónganla a dormir
como al armiño o la civeta.
Cuando duerma bajen su brazo
y avienten el sueño que sueña.

La muerte anda desvariada,
borracha camina la Tierra,
trueca rutas, tuerce dichas,
en la esfera tamborilea.

Viento y Arcángel de su nombre
trajeron hasta su puerta
la muerte de todos sus vivos
sin traer la muerte de ella.

Las fichas vivas de los hombres
en la carrera le tintinean.
¡Trocaría, perdería
la pobre muerte de la granjera!

MARTA Y MARÍA

Al doctor Cruz Coke

Nacieron juntas, vivían juntas,
comían juntas Marta y María.
Cerraban las mismas puertas,
al mismo aljibe bebían,
el mismo soto las miraba,
y la misma luz las vestía.

Sonaban las lozas de Marta,
borbolleaban sus marmitas.
El gallinero hervía en tórtolas,
en gallos rojos y ave-frías,
y, saliendo y entrando, Marta
en plumazos se perdía.

Rasgaba el aire, gobernaba
alimentos y lencerías,
el lagar y las colmenas
y el minuto, la hora y el día...

Y a ella todo le voceaba
a grito herido por donde iba:
vajillas, puertas, cerrojos,
como a la oveja con esquila;
y a la otra se le callaban,
hilado llanto y Ave-Marías.

Mientras que en ángulos encalado,
sin alzar mano, aunque tejía,
María, en azul mayólica,
algo en el aire quieto hacía:
¿Qué era aquello que no se acababa,
ni era mudado ni le cundía?

Y un mediodía ojidorado,
cuando es que Marta rehacía
a diez manos la vieja Judea,
sin voz ni gesto pasó María.

Sólo se hizo más dejada,
sólo embebió sus mejillas,
y se quedó en santo y seña
de su espalda, en la cal fría,
un helecho tembloroso
una lenta estalactita,
y no más que un gran silencio
que rayo ni grito rompían.

Cuando Marta envejeció,
sosegaron horno y cocina;
la casa ganó su sueño,
quedó la escalera supina,
y en adormeciendo Marta,
y pasando de roja a salina,
fue a sentarse acurrucada
en el ángulo de María,
donde con pasmo y silencio
apenas su boca movía...

Hacia María pedía ir
y hacia ella se iba, se iba,
diciendo: "¡María!", sólo eso,
y volviendo a decir: "¡María!"
Y con tanto fervor llamaba
que, sin saberlo ella partía,
soltando la hebra del hábito
que su pecho no defendía.
Ya iba los aires subiendo,
ya "no era" y no lo sabía ...

MUJER DE PRISIONERO

A Victoria Kent

Yo tengo en esa hoguera de ladrillos,
yo tengo al hombre mío prisionero.
Por corredores de filos amargos
y en esta luz sesgada de murciélago,
tanteando como el buzo por la gruta,
voy caminando hasta que me lo encuentro,
y hallo a mi cebra pintada de burla
en los anillos de su befa envuelto.

Me lo han dejado, como a barco roto,
con anclas de metal en los pies tiernos;
le han esquilado como a la vicuña
su gloria azafranada de cabellos.
Pero su Ángel-Custodio anda la celda
y si nunca lo ven es que están ciegos.
Entró con él al hoyo de cisterna;
tomó los grillos como obedeciendo;
se alzó a coger el vestido de cobra,
y se quedó sin el aire del cielo.

El Ángel gira moliendo y moliendo
la harina densa del más denso sueño;
le borra el mar de zarcos oleajes,
le sumerge una casa y un viñedo,
y le esconde mi ardor de carne en llamas,
y su esencia, y el nombre que dieron.

En la celda, las olas de bochorno
y frío, de los dos, yo me las siento,
y trueque y turno que hacen y deshacen
de queja y queja los dos prisioneros
¡y su guardián nocturno ni ve ni oye
que dos espaldas son y dos lamentos!

Al rematar el pobre día nuestro,
hace el Ángel dormir al prisionero,
dando y lloviendo olvido imponderable
a puñados de noche y de silencio.
Y yo desde mi casa que lo gime
hasta la suya, que es dedal ardiendo,
como quien no conoce otro camino,
en lanzadera viva voy y vengo,
y al fin se abren los muros y me dejan
pasar el hierro, la brea, el cemento...

En lo oscuro, mi amor que come moho
y telarañas, cuando es que yo llego,
entero ríe a lo blanquidorado;
a mi piel, a mi fruta y a mi cesto.
El canasto de frutas a hurtadillas
destapo, y uva a uva se lo entrego;
la sidra se la doy pausadamente,
por que el sorbo no mate a mi sediento,
y al moverse le siguen -pajarillos
de perdición- sus grillos cenicientos.

Vuestro hermano vivía con vosotros
hasta el día de cielo y umbral negro;
pero es hermano vuestro, mientras sea
la sal aguda y el agraz acedo,
hermano con su cifra y sin su cifra,
y libre o tanteando en su agujero,
y es bueno, sí, que hablemos de él, sentados
o caminando, y en vela o durmiendo,
si lo hemos de contar como una fábula
cuando nos haga responder su Dueño.

Y cuando rueda la nieve los tejados
o a sus espaldas cae el aguacero,
mi calor con su hielo se pelea
en el pecho de mi hombre friolento:
él ríe entero a mi nombre y mi rostro
y al cesto ardiendo con que lo festejo,
¡y puedo, calentando sus rodillas,
contar como David todos sus huesos!

Pero por más que le allegue mi hálito
y le funda su sangre pecho a pecho,
¡cómo con brazo arqueado de cuna
yo rompo cedro y pizarra de techos,
si en dos mil días los hombres sellaron
este panal cuya cera de infierno
más arde más, que aceite y resinas,
y que la pez, y arde mudo y sin tiempo!

LA QUE CAMINA

Aquel mismo arenal, ella camina
siempre hasta cuando ya duermen los otros;
y aunque para dormir caiga por tierra
ese mismo arenal sueña y camina.
La misma ruta, la que lleva al Este
es la que toma aunque la llama el Norte,
y aunque la luz del sol le da diez rutas
y se las sabe, camina la Única.
Al pie del mismo espino se detiene
y con el ademán mismo lo toma
y lo sujeta porque es su destino.

La misma arruga de la tierra ardiente
la conduce, la abrasa y la obedece
y cuando cae de soles rendida
la vuelve a alzar para seguir con ella.
Sea que ella la viva o que la muera
en el ciego arenal que todo pierde,
de cuanto tuvo dado por la suerte
esa sola palabra ha recogido
y de ella vive y de la misma muere.

Igual palabra, igual, es la que dice
y es todo lo que tuvo y lo que lleva
y por su sola sílaba de fuego
ella puede vivir hasta que quiera.
Otras palabras aprender no quiso
y la que lleva es su propio sustento
a más sola que va más la repite
pero no se la entienden sus caminos.

¿Cómo, si es tan pequeña la alimenta?
¿Y cómo si es tan breve la sostiene
y cómo si es la misma no la rinde
y a dónde va con ella hasta la muerte?
No le den soledad por que la mude,
ni palabra le den, que no responde.
Ninguna más le dieron, en naciendo,
y como es su gemela no la deja.

¿Por qué la madre no le dio sino ésta?
¿Y por qué cuando queda silenciosa
muda no está, que sigue balbuceándola?
Se va quedando sola como un árbol
o como arroyo de nadie sabido
así marchando entre un fin y un comienzo
y como sin edad o como en sueño.
Aquellos que la amaron no la encuentran,
el que la vio la cuenta por fábula
y su lengua olvidó todos los nombres
y sólo en su oración dice el del Único.

Yo que la cuento ignoro su camino
y su semblante de soles quemado,
no sé si la sombrean pino o cedro
ni en qué lengua ella mienta a los extraños.

Tanto quiso olvidar que le ha olvidado.
Tanto quiso mudar que ya no es ella,
tantos bosques y ríos se ha cruzado
que al mar la llevan ya para perderla,
y cuando me la pienso, yo la tengo,
y le voy sin descanso recitando
la letanía de todos los nombres
que me aprendí, como ella vagabunda;
pero el Ángel oscuro nunca, nunca,
quiso que yo la cruce en los senderos.

Y tanto se la ignoran los caminos
que suelo comprender, con largo llanto,
que ya duerme del sueño fabuloso,
mar sin traición y monte sin repecho,
ni dicha ni dolor, nomás olvido.

UNA PIADOSA

Quiero ver al hombre del faro,
quiero ir a la peña del risco,
probar en su boca la ola,
ver en sus ojos el abismo.
Yo quiero alcanzar, si vive,
al viejo salobre y salino.

Dicen que sólo mira al Este
-emparedado que está vivo-
y quiero, cortando sus olas
que me mire en vez del abismo.

Todo se sabe de la noche
que ahora es mi lecho y camino:
sabe resacas, pulpos, esponjas,
sabe un grito que mata el sentido.

Está escupido de marea
su pecho fiel y con castigo;
está silbado de gaviotas
y tan albo como el herido
¡y de inmóvil, y mudo y ausente,
ya no parece ni nacido!

Pero voy a la torre del faro,
subiéndome ruta de filos
por el hombre que va a contarme
lo terrestre y lo divino,
y en brazo y brazo le llevo
jarro de leche, sorbo de vino...

Y él sigue escuchando mares
que no aman sino a sí mismos.
Pero tal vez ya nada escuche,
de haber parado en sal y olvido.

UNA MUJER

Donde estaba su casa sigue
como si no hubiera ardido.
Habla sólo la lengua de su alma
con los que cruzan, ninguna.

Cuando dice "pino de Alepo"
no dice árbol que dice un niño
y cuando dice "regato"
y "espejo de oro", dice lo mismo,

Cuando llega la noche cuenta
los tizones de su casa
o enderezada su frente
ve erguido su pino de Alepo.
(El día vive por su noche
y la noche por su milagro).

En cada árbol endereza
al que acostaron en tierra
y en el fuego de su pecho
lo calienta, lo enrolla, lo estrecha.

LA HUMILLADA

Un pobre amor humillado
arde en la casa que miro.
En el espacio del mundo,
lleno de duros prodigios,
existe y pena este amor,
como ninguno ofendido.

Se cansa cuanto camina,
cuanto alienta, cuanto es vivo,
y no se rinde ese fuego,
de clavos altos y fijos.

Junto con los otros sueños,
el sueño suyo Dios hizo
y ella no quiere dormir
de aquel sueño recibido.

La Pobre llama demente
violento arde y no cansino,
sin tener el viento Oeste
sin alcanzar el marino,
y arde quieta, arde parada
aunque sea torbellino.

Mejor que caiga su casa
para que ella haga camino
y que marche hasta rodar
en el pastal o en los trigos.

Ella su casa la da
como se entrega un carrizo;
da su canción dolorida,
da su mesa y sus vestidos.

Pero ella no da su pecho
ni el brazo al fuego extendido,
ni la oración que le nace
como un hijo, con vagido,
ni el árbol de azufre y sangre
cada noche más crecido,
que ya la alcanza y la lame
tomándola para él mismo!

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