Las babuchas inservibles (Las babuchas fatídicas) |
Una de tantas ediciones con las famosas babuchas. |
Corría la noche 794, y luego de contar una de sus tantas historias, Schehrazada se calló. Y dijo el rey Schahriar : "¡Ciertamente, nadie puede rehuir su destino! ¡Pero cómo me ha entristecido esta historia!, ¡oh, Schehrazada!"
Y Schehrazada dijo: "Perdóneme el rey; pero por eso voy a contar en seguida la historia de Las babuchas inservibles , entresacada del Diván de los fáciles donaires y de la alegre sabiduría , del jeique Magid-Eddin Abu-Taher Mohammad. (¡Alah le cubra con su Misericordia y le tenga en Su Gracia!) ".
Y dijo Schehrazada:
El diván de los fáciles donaires y de la alegre sabiduría
Las Babuchas Inservibles (Las babuchas fatídicas)
Cuentan que había en El Cairo un droguero (boticario) llamado Abu-Kassim Et-Tamburi , que era muy célebre por su avaricia. Y he aquí que, aunque Alah le deparaba la riqueza y la prosperidad en sus negocios de venta y compra, vivía y vestía como el más pobre de los mendigos, y no llevaba encima más ropas que pingos y harapos; y estaba su turbante tan viejo y tan sucio, que ya no era posible distinguir su color.
Pero, de toda su indumentaria, lo que más resaltaba la sordidez del individuo eran sus babuchas , pues no solamente estaban claveteadas con enormes tachuelas y eran resistentes como máquina de guerra, con suelas más gordas que la cabeza del hipopótamo y recompuestas mil veces, sino que sus palas habían sido remendadas, durante veinte años, lo cual hacía que las babuchas eran babuchas, por los más hábiles zapateros remendones y zurradores de El Cairo, que agotaron su arte para unir los trozos dispersos de aquel calzado.
Las babuchas, ejemplificaban cualquier desastre. |
Y a consecuencia de todo eso, las babuchas de Abu-Kassim pesaban tanto ya, que desde hacía mucho tiempo se habían hecho proverbiales en todo el Egipto; porque cuando se quería expresar la pesadez de algo, se las tomaba siempre como término comparativo.
Así, cuando un invitado prolongaba demasiado su visita en casa de su huésped, se decía de él: "¡Tiene la sangre como las babuchas de Abu-Kassim!" Y cuando un maestro de escuela, de la especie de los maestros de escuela afligidos de pedantería, quería alardear de ingenio, se decía de él: "¡Alejado sea el Maligno! ¡Tiene el ingenio tan pesado como las babuchas de Abu-Kassim!" Y cuando un mandadero estaba abrumado por el peso de su carga, suspiraba, diciendo: "¡Alah maldiga al propietario de esta carga! ¡Pesa tanto como las babuchas de Abu-Kassim!"
Y cuando en algún harén una matrona vieja, de la especie maldita de las viejas gruñonas, quería impedir que se divirtieran entre sí las jóvenes esposas de su amo, se decía:"¡Haga Alah que se quede tuerta la calamitosa! ¡Es tan pesada como las babuchas de Abu-Kassim!". Y cuando un manjar demasiado indigesto obstruía los intestinos y producía una tempestad dentro del vientre, se decía: "¡Líbreme, Alah! ¡Este manjar maldito es tan pesado como las babuchas de Abu-Kassim!" Y así sucesivamente en cuantas circunstancias la pesadez hacía sentir su peso.
Un hammam, también conocido como baño árabe, baño turco o hamam, es una modalidad de baño de vapor que incluye limpiar el cuerpo y relajarse. Por extensión se denominan igualmente así, los edificios en los que estos se encontraban. |
Un día en que Abu-Kassim había hecho un negocio de compra y venta más ventajoso todavía que de costumbre, estaba de muy buen humor. Así es que, en vez de dar un festín grande o pequeño, como es uso entre los mercaderes a quienes Alah favorece con un éxito de mercado, le pareció más conveniente ir a tomar un baño en el hammam , en donde no tenía idea de haber puesto los pies nunca. Y tras de cerrar su tienda, se dirigió al hammam, cargándose las babuchas a la espalda en vez de ponérselas, porque lo hacía así desde mucho tiempo atrás para no destrozarlas. Y llegado que fue al hammam, dejó en el umbral sus babuchas con todos los pares de calzado que allí estaban puestos en fila, como es costumbre.
Y entró a tomar su baño.
Y he aquí que Abu-Kassim tenía tanta grasa infiltrada en la piel que a los frotadores y masajistas les costó un trabajo extremado cumplir su cometido; y no lo consiguieron más que al fin de la jornada, cuando ya se habían marchado todos los bañistas. Y por fin Abu-Kassim pudo salir del hammam, y buscó sus babuchas; pero ya no estaban allí, y en lugar de ellas había un hermoso par de pantuflas de cuero amarillo limón. Y Abu-Kassim se dijo: "Sin duda Alah me las envía, sabiendo que desde hace tiempo estoy pensando en comprarlas parecidas. ¡O acaso sean de alguien que las ha cambiado por las mías sin darse cuenta!". Y lleno de alegría por verse exento del disgusto de tener que comprar otras, las cogió y se marchó.
Pero las pantuflas de cuero amarillo limón pertenecían al kadí (juez) del lugar, que coincidentemente tomaba su baño y que aún se hallaba en el hammam. Y en cuanto a las babuchas de Abu-Kassim, al ver el hombre encargado de la custodia del calzado que aquel horror olía y apestaba la entrada del hammam, se apresuró a recogerlas y a esconderlas en un rincón. Luego, como había transcurrido la jornada y la hora de su guardia había pasado, se marchó, sin acordarse de volver a ponerlas en su sitio.
Walí, cargo existente en muchos lugares del mundo árabe e islámico que equivale al de gobernador. |
Así es que, cuando concluyó de bañarse el kadí, los servidores del hammam, que se desvivían por congraciarse con el juez, buscaron en vano sus pantuflas; y acabaron por encontrar en un rincón las fabulosas babuchas que al punto reconocieron como las de Abu-Kassim. Y lanzáronse en su persecución, y cuando le atraparon, le llevaron al hammam con el cuerpo del delito al hombro.
Y tras de coger lo que le pertenecía, el kadí hizo que devolvieran al otro sus babuchas, y a pesar de sus protestas, le envió a la cárcel. Y para no morirse en la cárcel, Abu-Kassim no tuvo más remedio, bien a pesar suyo, que mostrarse generoso en propinas con los guardias y oficiales de la policía; pues, como era sabido que estaba tan relleno de dinero como podrido de avaricia, no le costó poco recobrar su libertad.
Y de tal suerte pudo salir de la prisión Abu-Kassim; pero en extremo afligido y despechado, y atribuyendo a sus babuchas su desdicha, corrió a tirarlas al Nilo para desembarazarse de ellas.
Y he aquí que algunos días después, al retirar unos pescadores su red, que pesaba más que de costumbre, encontraron en ella las babuchas, reconociéndolas al punto como las de Abu-Kassim. Y observaron, llenos de furor, que las tachuelas con que estaban claveteadas habían estropeado las mallas de la red. Y corrieron a la tienda de Abu-Kassim y arrojaron con violencia las babuchas dentro de ella, maldiciendo a su propietario. Y como las babuchas habían sido arrojadas con ímpetu, dieron en los frascos de agua de rosas y otras aguas que había en las anaquelerías, y los derribaron, rompiéndolos en mil pedazos.
Arrojó sus babuchas en un canal cercano. |
Al ver aquello, el dolor de Abu-Kassim llegó a su límite extremo, y exclamó él: "¡Ah! ¡babuchas malditas, hijas de mi trasero, no me causáis más que estragos!". Y las cogió y se fue a su jardín y se puso a cavar un agujero para enterrarlas allí. Pero un vecino suyo, que estaba resentido con él, aprovechó la ocasión para vengarse, y corrió en seguida a advertir al walí (gobernador) que Abu-Kassim se hallaba desenterrando un tesoro en su jardín.
Y como el walí tenía conocimiento de la riqueza y la avaricia del droguero, no dudó de la realidad de aquella noticia, y al punto envió a los guardias para que se apoderaran de Abu-Kassim y le llevaran a su presencia. Y por más que el desgraciado Abu-Kassim juró que no se había encontrado ningún tesoro, sino que solamente había querido enterrar sus babuchas, el walí no se avino a creer cosa tan extraña y tan contraria a la avaricia legendaria del acusado, y como, fuese por lo que fuese, contaba éste con dinero, obligó al afligido Abu-Kassim a desembolsar una importante suma para obtener su libertad.
Y libre ya, después de aquella formalidad dolorosa, Abu-Kassim...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Luego, cuando llegó la noche 795
Las bababuchas trabaron las aspas del molino. |
Ella dijo:
"... Y libre ya, después de aquella formalidad dolorosa, Abu-Kassim empezó a mesarse las barbas con desesperación, y cogiendo sus babuchas, juró desembarazarse de ellas a toda costa. Y anduvo al azar mucho tiempo, reflexionando acerca del medio mejor de llevarlo a término, y acabó por decidirse a arrojarlas en un canal situado en el campo, muy lejos. Y supuso que ya no volvería a oír hablar de ellas.
Pero quiso la suerte que el agua del canal arrastrase las babuchas hasta la entrada de un molino cuyas ruedas eran movidas por aquel canal. Y las babuchas se engancharon en las ruedas y las hicieron saltar, alterando su marcha. Y acudieron a reparar el daño los dueños del molino, y observaron que todo ello obedecía a las enormes babuchas que encontraron enganchadas en el engranaje, y que al punto reconocieron como las babuchas de Abu-Kassim.
Y de nuevo encarcelaron al desgraciado droguero, y aquella vez le condenaron a pagar una fuerte indemnización a los propietarios del molino por el daño que les había ocasionado. Y además hubo de pagar crecida fianza para recobrar su libertad. Y al propio tiempo se le devolvieron sus babuchas.
Entonces, en el límite de la perplejidad, regresó a su casa, y subiendo a la terraza, se recostó en la baranda y se puso a reflexionar profundamente sobre lo que haría. Y había colocado en la terraza cerca de él las babuchas, pero les daba la espalda, con objeto de no verlas. Y en aquel momento, precisamente, un perro de los vecinos divisó las babuchas, y lanzándose desde la terraza de sus amos a la de Abu-Kassim, cogió con la boca una de las babuchas y se puso a jugar con ella.
El kadí, juez musulmán, lo mandó derechito a la cárcel. |
Y estando en lo mejor de su juego con la babucha, el perro la tiró lejos, y el Destino funesto la hizo caer de la terraza en la cabeza de una vieja que pasaba por la calle. Y el peso formidable de la babucha barbada de hierro aplastó a la vieja, dejándola más ancha que larga.
Y los parientes de la vieja reconocieron la babucha de Abu-Kassim, y fueron a querellarse al kadí, reclamando el precio de la sangre de su parienta o la muerte de Abu-Kassim. Y el infortunado se vio obligado a pagar el precio de la sangre, con arreglo a la ley. Y además, para librarse de la cárcel tuvo que pagar una gruesa fianza a los guardias y a los oficiales de policía.
Pero aquella vez había ya tomado su resolución. Regresó, pues, a su casa, cogió las dos babuchas fatales, y volviendo a casa del kadí, alzó las dos babuchas por encima de su cabeza, y exclamó con una vehemencia que hizo reír al kadí, a los testigos y a los circunstantes: "¡Oh, señor kadí, he aquí la causa de mis tribulaciones! Y pronto me voy a ver reducido a mendigar en el patio de las mezquitas. ¡Te suplico, pues, que te dignes dictar un decreto que declare que Abu-Kassim ya no es propietario de las babuchas, pues las lega a quien quisiera cogerlas, y que ya no es responsable de las desgracias que ocasionen en el porvenir!" Y tras de hablar así, tiró las babuchas en medio de la sala de los juicios, y huyó con los pies descalzos, mientras, a fuerza de reír, se caían de trasero todos los presentes. ¡Pero Alah es más sabio!