Jack y Jill

Capítulo XI

Merry y Molly también crecen

Después de concluir sus labores domésticas, Merry fue a casa de Molly, con quien pasó un momento muy agradable; luego fue a visitar a Jill y después hizo algunas compras en el pueblo; y cuando volvía a su casa se encontró con Ralph Evans, que traía en su cara una expresión increíble de felicidad.

—¿Tienes alguna buena noticia? —preguntó la joven.

—Sí. Precisamente iba a contárteta, porque estoy seguro de que te alegrarás

—Dime —pidió Merry interesada.

—Tal vez parta para Europa en el otoño.

—¡Qué suerte!

—¿Verdad? David German debe ir a pasar un año en Roma para terminar una escultura y quiere que lo acompañe. Mi abuela se quedará con mi prima María, que la invitó a pasar una larga temporada.

—¿Pero no es un viaje muy costoso? —inquirió Merry.

—Sí, y tendré que ganar el dinero. Pero lo conseguiré... Ya tengo algo ahorrado, y trabajaré mucho este verano. Me gustaría no tener que pedir prestado, aunque sé de alguien que me prestaría —añadió Ralph, seguro.

—Quisiera tener dinero para dártelo. ¡Debe ser tan maravilloso viajar! ¿No te sientes feliz pensando en todo lo hermoso que vas a ver? —exclamó la joven.

—Me siento... pero temo que ese viaje no llegue a realizarse. Si voy te escribiré. ¿Quieres? —inquirió Ralph, inseguro.

—¡Por supuesto que sí! ¡Me encantaría! —respondió la niña.

—¿Y contestarás mis cartas? —preguntó Ralph.

—¡Claro que sí! Aunque no tendré mucho que contarte —dijo Merry.

—Me hablarás de ti, de la demás gente que conozco de aquí.

—De mí no tendré gran cosa que contarte, ya que no hago lo mismo que tú, y creo que no te interesará que te cuente lo que sucede en el colegio o las cosas aburridas que hago en mi casa.

—No sabía que tuvieras preocupaciones, siempre tienes una sonrisa tan feliz y tantos a tu alrededor para mimarte, dinero y ninguna obligación odiosa que cumplir. Si supieras lo que es la pobreza y el verdadero trabajo, y el privarse de todo lo que a uno le agrada, como yo.

—Soportas tan bien tus dificultades que nadie adivina que las tienes, Ralph —repuso Merry tendiendo su mano para despedirse, pero el muchacho no parecía muy dispuesto a irse.

—Tendré que hacer muchos sacrificios aún, porque David dice que necesito quinientos dólares para vivir en Europa. Pero no me importa, con tal de que mi abuela no sufra. Esta tarde salió, de lo contrario no estaría aquí —añadió como justificándose.

—Ya que estás aquí, quédate a cenar con nosotros. Los muchachos estarán encantados de oír las novedades, y papá también. ¡ Quédate!

Le era imposible rehusar esa invitación que había deseado tanto, así es que aceptó al instante.

Merry puso un toque de elegancia en la mesa, colocó en el centro un jarrón con flores, que por supuesto sus hermanos volcaron en seguida. Pero como había un invitado, nadie dijo nada. Ralph devoró su cena con el apetito de un joven hambriento, mientras observaba a Merry que comía con tanta delicadeza.

Luego la juventud se reunió alrededor de la mesa a conversar. Entretanto los padres, sentados frente a la chimenea, observaban a Merry, cruzaron sus miradas y decían:

—Temo que pronto llegue el momento.

—No hay peligro, mientras ella no se dé cuenta.

A eso de las nueve los muchachos se fueron al granero y el granjero se levantó para dar cuerda al reloj, y la mamá fue a la cocina. Ralph tomó su sombrero para despedirse.

—¡Qué hermosa luz da esa lámpara! La veo todas las noches cuando regreso a casa, y cuando me siento cansado o triste saco fuerzas de ella para seguir luchando.

—Entonces me alegro de haberla puesto aquí —contestó Merry.

—Este comedor está cada vez más agradable. Y sin embargo no le encuentro ningún cambio, excepto las flores —añadió Ralph observando una que se inclinaba sobre la cabeza de la niña.

—¿Verdad que es linda? Traté de dibujarla, pero no pude —se quejó Merry.

—Yo puedo conservarla para ti. Quedaría muy bien en greda ¿Me permites? —inquirió Ralph.

—¡Sí! Me gustaría mucho. Llévate ésta como modelo...

El joven se despidió muy emocionado y estrechó largamente la mano de Merry, y mientras bajaba el cerro, más de una vez volvió la cabeza para contemplar aquella luz que brillaba en la ventana.

*

Ese mismo día, en su casa, Molly, antes de la visita de su amiga, descandaba y jugaba con sus gatos.

—Tengo algo que contarles, antes de servirles el almuerzo —dijo Molly a sus nueve gatos.

Los cuatro mayores eran: "Abuela", una vieja gata gris, era la madre y abuela de todos los demás; "Tobías", su hijo mayor; "Mortificación", su hermano, llamado así porque había perdido su cola en un accidente; y "Melaza", una gata amarilla, madre de los cinco gatitos, que se llamaban: "Pussy", "Señorita Muffet", "Harapos", "Bella" y "Bribón".

—Amigos míos: ha sucedido algo extraordinario: ¡La señorita Bat está limpiando la casa!

Los gatos no tuvieron ninguna reacción, excepto "Tobías", que se dirigió hacia el estante y comenzó a mirar hacia el tazón de leche y el plato de sobras.

—Muy bien, les daré su comida —replicó Molly, decepcionada. La niña no sabía qué había impulsado a la señorita Bat a preocuparse de la limpieza.

No podía saberlo, pues no estaba enterada de lo que sucedió una noche, cuando la señorita Bat, quien regresaba de la iglesia, había oído pronunciar su nombre a dos señoras y se propuso escuchar lo que decían:

"Yo siempre dije que la señorita Bat era una mujer –escuchó decir a una de ellas—, pero se está poniendo vieja, y cuidar a esos dos niños es una tarea pesada, además del trabajo de la casa y su reumatismo. Hubo un tiempo en que estaban descuidados, pero ahora, en cambio, siempre andan arreglados."

"Molly está muy cambiada —agregó la otra—. El otro día estuvo en casa con mis hijas, y llevó una bolsa de labores con unas camisas que estaba cosiendo para Boo, y le aseguro que estaban perfectas. Siempre fue una buena niña, pero descuidada."

"Le hace bien visitar la casa de la señora Minot y también a los Grant. Las niñas se acostumbran tan pronto al orden como al desorden, y más de una vez las descuidadas se convierten en cuidadosas" —respondió la otra dama.

"La señorita Bat tiene gran mérito, espero que el señor Bemis sepa reconocerlo. Es un hombre de dinero que puede hacerlo."

"Es muy bueno pero despreocupado, de lo contrario hubiera advertido cómo andaban las cosas en su hogar. Muchas veces tuve ganas de hablarle a la señorita Bat, pero no lo hice por temor a herir sus sentimientos."

"Lo que es ahora, acabas de hacerlo con claridad", pensó para sí la anciana señorita Bat al terminar de escuchar el diálogo y entrar en su casa.

La señorita Bat era una buena persona, pero necesitaba que la impulsaran a cumplir con su deber. Aquella conversación oída por casualidad la hizo pensar; porque ella no soportaba que la elogiaran sin merecerlo.

Cuando Molly se propuso ordenar la casa, la dejó, convencida de que la niña se cansaría; después, cuando vio que concentraba su atención en su arreglo personal y en el de Boo, le facilitó todo pero sin ayudarla. Para cualquier consejo, la niña recurría a la señora Pecq o a Merry. Ahora que la anciana descubría que todas las alabanzas recaían sobre ella, sin merecerlas, sintió que debía hacer algo para merecerlas al menos en parte.

"Molly no acepta ayuda para su arreglo y el del niño; por lo tanto es demasiado tarde —pensó la anciana—, pero podré hacer una limpieza a fondo de la casa".

"No comprendo lo que ocurre —pensaba Molly—. No le diré nada hasta que haya terminado, después la elogiaré para que se ponga contenta. ¡Es tan agradable que la alaben cuando una ha hecho algo!"

La niña tenía todo el derecho de decirlo, porque casi nunca había recibido alabanzas por sus esfuerzos. Recordaba una vez que de un abrigo viejo confeccionó unos pantalones para Boo, lo cortó mal y le puso demasiados botones. Esperó que nadie lo notara, pero el niño llegó llorando del colegio y diciendo que todos se habían reído de él. Cuando llegó el señor Bemis y vio los pantalones lanzó una carcajada, y decidió llevarlo para que le hicieran un traje a su medida.

Molly, entonces, decidió hacer unas camisas nuevas para el niño, dedicándose de lleno a la costura, a pesar de que su propia ropa dejaba mucho que desear.

—Voy a pedir consejos a la mamá de Merry para mis vestidos. No quiero que la señorita Bat vuelva a elegir lo que debo usar. Merry siempre está bonita y elegante.

La niña comenzaba a descubrir que la elección de los colores era importante para el arreglo de una persona. Siempre elegía una cinta azul para su traje gris y una rosada para el café, y guantes que hicieran juego con el color de las cintas de sus sombreros.

Todas estas ideas daban vuelta en la cabeza de Molly cuando decidió que ese verano se compraría un vestido de muselina rosada, con un sombrero que le hiciera juego.

Esa noche llovía, y el señor Bemis se quedó dormido al lado de la chimenea. Cuando despertó vio a Molly sentada en una mecedora con Boo en sus brazos. Era un cuadro hermoso, y el padre se quedó mirándolos, descubriendo por primera vez que sus hijos crecían.

"Molly es ya una mujercita y se parece mucho a su madre —pensó el padre—. La muerte de la mamá fue una pérdida irreparable para ellos, pero, por suerte, la señorita Bat los ha criado bien. Molly ha mejorado y el niño también. Después de todo la anciana es buena persona, ha sido una suerte tenerla con nosotros".

Cuando Molly volvió de acostar a Boo, se sentó nuevamente y tomó su costura. Se había atado una cinta roja en su pelo cuidadosamente trenzado.

"No sé cómo pudo la señorita Bat transformar a mi niña terrible en una criatura tan agradable", pensó su padre y, dando un bostezo, dijo en voz alta:

—¿Qué estás haciendo, Molly?

—Camisas para Boo, papá. Ya hice cuatro, ésta es la última.

—¿Sí? Creí que la señorita Bat se encargaba de la costura.

—No; sólo cuida de tu ropa. Yo me ocupo de las mías y de las de Boo. Es decir, estoy aprendiendo, la señora Pecq me enseña —explicó Molly.

—Supongo que es bueno que aprendas. Todas las mujeres saben zurcir y coser y veo que estás creciendo. Podrías coser algo para mí. La señorita Bat ya no ve como antes —reparó el señor Bemis, mirando el puño deshilachado de su camisa.

—¡Claro que lo haré! Ya sé zurcir guantes, Merry me enseñó, podría zurcírtelos, si es que tienes alguno roto —repuso Molly.

—Aquí tienes con qué empezar —contestó el señor arrojándole un par de guantes que tenía los dedos rotos.

Molly buscó en su costurero un hilo gris y comenzó en seguida el trabajo, deseosa de demostrar su habilidad.

—¿De qué te ríes? —preguntó el papá, al verla tan contenta.

—Pensaba en mi ropa de verano. Necesitaré comprarme unos vestidos y quisiera ir con la señora Grant, si no te opones.

—Creí que la señorita Bat te compraba lo que te hacía falta.

—Sí, pero me compra cosas feas, baratas y pasadas de moda. Creo que soy bastante grande para elegir lo que quiero usar y si voy con alguien que me aconseje sobre los precios y las telas, puedo hacerlo. Merry escoge sus propias cosas y tiene casi mi edad.

—¿Qué edad tienes, hija? —inquirió el padre.

—Cumpliré quince años en agosto —repuso Molly con orgullo.

—¡Dios mío! ¡Cómo pasa el tiempo! Bueno, puedes ir de compras con la señora Grant. Espero que la señorita Bat no se ofenda.

—Ella no se preocupa de mí —contestó la niña.

—Si ella no se preocupa por ti... ¿quién lo hace?

—Yo misma. Y también de Boo, ella se ocupa de ti. En cuanto a la casa, marcha como puede.

—¡Ya lo creo! Esta noche casi me mato al tropezar con un sofá, que estaba en la entrada! ¿Por qué lo puso allí?

—¡Ocurre algo increíble, papá! La señorita Bat ha decidido limpiar la casa a fondo. Creí que tú se lo habías ordenado.

—Nunca le digo nada, pero el otro día se me cayó el abrigo al suelo y cuando lo levanté estaba lleno de tierra.

—A mí me da vergüenza que venga gente. Hay hasta telarañas. ¡Y los vidrios! No se ve a través de ellos.

—¿Y por qué no limpias tú un poco? —sugirió el padre.

—Traté de hacerlo, pero la señorita Bat se molestó.

—¡Y yo que pensaba que debía recompensar a la anciana por haberte transformado en una joven hacendosa! La sorpresa es muy agradable.

—Recompénsala si quieres, papá. A mí me basta con que hayas notado mi progreso —replicó la joven.

—Me agrada y mucho, hija. Esperaré a que termine la limpieza, y la recompensaré. En cuanto a ti, puedes ir de compras con la señora Grant y comprar todo lo que te haga falta —dijo el señor Bemis.

—¡Gracias, papá! ¡Ojalá me vea tan bonita como Merry!

—A mí me pareces muy bonita ahora ¿No es lindo el vestido que llevas puesto?

—¿Éste? ¡Pero, papá, si lo usé todo el invierno! Hace un mes te pedí dinero para comprar otro y tú me dijiste que "ya te ocuparías del asunto" —dijo Molly, mostrando a su padre los remiendos.

—Lo siento. Puedes comprarte media docena de vestidos y te olvidarás del viejo —se rió su padre, realmente emocionado.

—¡Voy a tener seis vestidos nuevos! ¡Seré igual a las otras chicas! La señorita Bat sólo habla de hacer economía y tiene un gusto...

—Puedo darme el lujo de vestir a mi hija tan bien como Grant viste a la suya. Si quieres, puedes comprarte también un abrigo.

Luego se marchó a su escritorio, de donde regresó con un manojo de llaves.

—Molly, aquí tengo algo para ti, éstas son las llaves de los armarios de tu madre. Siempre pensé dártelas cuando estuvieras suficientemente crecida como para apreciar lo que significan todas esas cosas que se guardan allí. Hoy me doy cuenta de que eres una mujercita y esto te agradará más que cualquier cosa que pueda darte.

Algo en su garganta le impidió confinuar, Molly lo besó dulcemente y le dijo:

—Gracias, papá... Es lo que más quería en el mundo. Trataré de parecerme a ella porque sé que te gustará.

Mientras se desnudaba para acostarse, no pensaba en los vestidos que iba a comprarse, sino en esos otros que, aún sin usar, aguardaban que los desdoblaran. Cuando se durmió, con las llaves bajo la almohada, las lágrimas de felicidad que se deslizaban por sus mejillas indicaban que, tratando de cumplir con sus obligaciones, la tercera de las misioneras había logrado la más dulce de las recompensas.

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