Jack y Jill

Capítulo IX

El secreto de Jack

—¿Qué tienes? ¿Te duele la cabeza? —preguntó una tarde de marzo Jill a Jack, que estaba sentado con la cabeza entre las manos.

—No, pero estoy disgustado, necesito dinero y no veo cómo podría ganarlo —contestó el joven.

—¿Cuánto necesitas? —inquirió Jill, llevando su mano al bolsillo, donde guardaba su pequeño bolso, que se hallaba bastante bien provisto en ese momento, debido a los obsequios que le habían hecho en los últimos tiempos.

—Dos dólares y setenta y cinco centavos. No, gracias, no quiero pedir nada prestado.

—¿Y para que los necesitas?

—No puedo decírtelo.

—¿Y por qué? Creí que me contabas todo a mí.

—S í , pero esta vez es imposible. No te preocupes, ya encontraré alguna solución.

—¿No podría ayudarte tu madre?

—No quiero pedírselo.

—¿Cómo? ¿Ella tampoco puede saberlo?

—No; nadie.

—¡Qué raro!... ¿Se trata de algún lío? —preguntó curiosa.

—Lo será si no consigo el dinero esta semana.

—No veo cómo podría ayudarte sino sé de qué se trata —dijo Jill, algo resentida.

—Es mejor que no trates de averiguar nada. Tengo un dólar pero necesito el resto —y Jack parecía inquieto, mientras jugueteaba con el pequeño peso de oro que colgaba de la cadena de su reloj.

—¡No pensarás vender ese peso de oro!

—Sí; un hombre debe pagar sus deudas, aunque para ello deba vender todo lo que posea —contestó Jack, muy severo.

—Dios mío..; debe ser algo serio observó Jill.

—¿No puedes ganar algo cortando leña? —preguntó después de un rato la niña, ansiosa por ayudar a su amigo.

—Está toda cortada.

—¿No podrías hacer algo con tu imprenta? Podrías hacerme algunas tarjetas, y luego les diré a las otras niñas que encarguen también ellas.

—¡Buena idea! ¡Qué tonto fui al no pensar en eso! ¡Prepararé la prensa en seguida! —y subió al desván a buscar la prensa, que instaló al lado del sofá de Jill y comenzó a limpiarla, aceitarla y prepararla.

Pronto había impreso ya un docena de tarjetas y Jill insistió en pagarle seis centavos. Luego imprimió cuatro docenas de rótulos para su mamá a seis centavos la docena.

Esa tarde Jack y compañía trabajaron con empeño, porque llegó Frank y encargó unas tarjetas rosadas para Annette.

—¿Sabes por qué trabaja con tanta energía? —susurró Jill al oído de Frank.

—¡Quién sabe!..., pero supongo que no se tratará de un lío grande, de lo contrario lo sabría. Déjalo tranquilo y ya nos dirá su secreto contestó Frank.

Pero, esta vez, Frank se equivocó; el misterio no se reveló, y Jack trabajó toda esa semana, porque los pedidos de tarjetas se multiplicaron en cuanto Jill y Annette mostraron las suyas a sus amigas.

—Te estoy muy agradecido —le dijo Jack al terminar su último pedido y contaba las monedas de cinco y diez centavos acumuladas en el cajón de su prensa:

—Me encanta ayudarte, Jack, pero me habría gustado saber para qué trabajabas —repuso la niña.

—Quisiera poder decírtelo, pero no puedo, porque prometí no — hacerlo.

—¿No me lo dirás nunca?

—Nunca —contestó Jack con firmeza.

—Entonces trataré de descubrirlo por mi cuenta.

—No podrás.

—¡Ya lo veremos! Te puedo sonsacar cualquier cosa cuando me lo propongo –—exclamó riendo Jill.

—No lo hagas, ¡te le ruego! Me sentiría desleal.

Jack parecía tan desesperado que Jill prometió no insistir, a pesar de que se consideraba con la libertad para descubrirlo por otros medios.

El viernes Jack partió al colegio, aliviado y optimista con su dinero. Ese día estuvo bastante distraído en clase, llegó tarde después del recreo y en cuanto terminaron las clases se puso sus botas y dijo que iba a dar un paseo. No volvieron a verlo hasta después de la hora del té. Llegó cojeando, cansado y sucio pero con la expresión del que se ha sacado un peso de encima.

—¿Adónde fuiste? —preguntó Jill—. Pareces tan cansado.

—Tenía que hacerlo. Cuatro o cinco kilómetros no son muchos pero la pierna me molesta aún —repuso Jack, acostándose sobre la alfombra, y dando un enorme bostezo se acomodó como para dormir.

—Pareces realmente cansado, no te molestaré más —dijo Jill y comenzó a canturrear suavemente.

No alcanzó a terminar su primera canción, cuando Jack ya estaba profundamente dormido. Ella tomó su tejido y se puso a trabajar en silencio, preguntándose cuál sería aquel secreto. De pronto, Jack comenzó a moverse y a murmurar algo en medio de su sueño. Jill no prestó atención hasta que pronunció un nombre.

—Parece que está hablando de su secreto. Ahora lo descubriré... y será él mismo quien me lo haya dicho.

Entusiasmada, se inclinó para escuchar mejor, pero sin lograr dar sentido a las palabras "botas pesadas"... "Está bien"... "Jerry partió"... "Bob".. y "la tinta está demasiado espesa".

Un portazo despertó a Jack, quien comenzó a estirarse de nuevo diciendo que creía haberse quedado dormido.

—Sí, y me gustaría que volvieras a dormirte —replicó Jill.

—El piso es demasiado duro para mis huesos. Me voy a mi cama —balbuceó el joven.

Sin detenerse a pensar en el futuro que le esperaba, tomó un baño caliente y se metió a su cama, no tardando en quedarse dormido.

*

—Tengo que decirles algunas palabras antes de que se retiren —dijo el señor Acton el lunes a la salida de clases.

Todos los muchachos quedaron expectantes.

—El invierno pasado se prohibió a los muchachos que fueran al café y al pueblo durante el recreo —comenzó diciendo el señor Acton, quien, además de ser un excelente profesor, ayudaba a los padres a mantener a sus hijos alejados de las tentaciones que había en el pueblo. Cierta tienda donde vendían dulces, artículos deportivos, libros y otras cosas, atraía como imán a los muchachos. Pero aquella tienda era vecina del café, que tenía un salón de billares. La prohibición era muy oportuna, porque algunos de los muchachos para sentirse "hombres" traspasaban su puerta, donde había un ambiente pernicioso para ellos.

Un murmullo recorrió la sala después de las palabras del profesor, luego prosiguió:

—Todos saben que esa regla ha sido violada varias veces, y que prometí que el próximo infractor sería reprendido públicamente, ya que los castigos en privado no tienen efecto.

—Debe ser Joe —murmuró Gus a Frank.

—El alumno que faltó al reglamento el viernes pasado deberá acercarse a mi mesa ahora para hablar conmigo —dijo el señor Acton con su voz solemne.

Si en ese instante hubiera caído un rayo, no habría causado tanto efecto: Jack Minot se acercaba lentamente al profesor, mientras lanzaba una mirada llena de ira sobre Joe.

—Bien, Minot, terminemos con esto lo más pronto posible. Me dijeron que usted fue a esa tienda el viernes ¿es cierto eso? —preguntó el señor Acton con suavidad.

—Sí, señor —respondió Jack, alzando la cabeza, orgulloso de demostrar que no temía decir la verdad.

—¿Fuiste a comprar algo?

—No, señor.

—¿A encontrarte con alguien?

—Sí, señor.

—¿Con Jerry Shannon?

Jack no contestó, apretó los puños y lanzó otra mirada hacia Joe, cuyo rostro estaba más rojo que nunca.

—Me dijeron que era con él, y también los vieron entrar al café. ¿Entraste al café? —y el señor Acton parecía tan seguro de haberse equivocado, que costó mucho a Jack responder:

—Sí, señor.

Esta confesión causó verdadero estremecimiento entre los alumnos, porque Jerry era un muchacho a quien todos rehuían, porque era muy mal considerado relacionarse con él.

—¿Jugaste al billar?

—No, señor, no sé jugar.

—¿Tomaste cerveza?

—Pertenezco a la Logia de la Templanza —contestó Jack.

—Estaba seguro de ello. Entonces, ¿a qué fuiste alli, hijo mío?

La pregunta era tan bondadosa que, por un instante, Jack se sintió desarmado y dijo:

—Para pagarle un dinero, señor.

—¿Cuánto?

—Dos dólares y setenta y cinco centavos —replicó Jack, rojo de rabia por revelar el secreto.

—Es demasiado para un muchacho como tú... ¿cómo sucedió? —preguntó el señor Acton, preocupado.

Jack abrió la boca para hablar, pero volvió a cerrarla y permaneció con la mirada baja y los labios temblorosos, lo que demostraba cuánto le costaba permanecer en silencio.

—¿Alguien, aparte de Jerry, sabe de esto?

—Sí, señor, otro muchacho —contestó Jack, tras una breve pausa.

—Sí, comprendo —dijo el señor Acton, mirando hacia Joe, que parecía querer decirle: "Cállate".

Una extraña sonrisa se dibujó en el rostro de Joe, porque el otro muchacho no era él, y sabía muy poco sobre su visita al café, mientras efectuaba un encargo para el señor Acton, el viernes.

—Me agradaría que explicaras el asunto, Jack, porque estoy seguro de que no es tan malo como parece, y sería muy doloroso para mí castigarte sin merecerlo.

—Pero lo merezco, señor; he violado el reglamento y debo ser castigado —dijo Jack.

—¿Y no puedes explicarte o decir que lo lamentas y que te avergüenzas de lo sucedido? —preguntó el señor Acton.

—No, señor. No me avergüenzo ni lo lamento, y volvería a hacerlo mañana si fuera necesario —exclamó, perdiendo la paciencia.

—Piénsalo hasta mañana, y talvez cambies de parecer. Recuerda que ésta es la última semana del mes, y que las notas se darán el viernes —dijo el señor Acton, presionándolo.

El pobre Jack se puso rojo y se mordió los labios, porque había olvidado por completo las calificaciones.

—No es tan malo como parece, señor; pero no puedo decirle nada más. No debe culpar a nadie más que a mí; y me vi obligado a quebrantar el reglamento, porque Jerry se iba de la ciudad y sólo tenía ese momento del recreo para pagarle.

—Muy bien, no tendrás recreo durante una semana, y este mes, por primera vez, tus notas de conducta no serán las más altas, como de costumbre. Ahora puedes irte —terminó de decirle.

Tocó la campana y los niños salieron, dejando solo a Jack, que arreglaba sus libros y trataba de ocultar algunas lágrimas.

Frank consideró que era su deber sermonear a Jack, mientras regresaban a su casa, y tratar de conocer la verdad por la fuerza. Pero al niño le hubiera caído mucho mejor una palabra de ánimo, y al oír a su hermano se cerró en un silencio absoluto, a pesar de la amenaza de Frank de no hablarle durante una semana, si no le decía la verdad.

A la hora del té, ambos muchachos estaban silenciosos. Su madre, adivinó que algo andaba mal, pero se hizo la desentendida, esperando que la nube se disipara sola, como ocurría a menudo. Pero no fue así. En cuanto terminaron de tomar el té, Jack se retiró a su cuarto y Frank contó a su madre todo lo sucedido.

—Hablaré con él, y a mí me lo contará —dijo la madre.

—No te dirá nada. A menudo me llamas obstinado, pero él es más terco que una mula; Joe sólo sabe lo que vio, y Jerry se fue de la ciudad, de lo contrario lo hubiera obligado a decírmelo. ¡Parece imposible que Jack sea tan tonto! —terminó diciendo Frank, muy enojado.

—Hijo, todos los muchachos hacen tonterías a veces, no seas tan duro con tu hermano. Además se ganó el dinero para pagar su error, cualquiera que sea éste.

La señora Minot salió del comedor y Frank recordó su costosa escapada con la locomotora y cómo su madre y su hermano Jack lo habían ayudado en tan dura prueba. Con algunos remordimientos, salió para conversar con Gus del asunto, dejando a Jill llena de curiosidad, porque Merry y Molly ya le habían contado a Jill el escándalo.

—Lo único que digo, Bola de Nieve —dijo Jill a su gato, cuando quedó sola con él—, ya que todo el mundo lo regaña, es que no le diré una sola palabra. Es cruel golpear al que está caído, y estoy segura de que no hizo nada de que tenga que avergonzarse.

Cuando Jack llegó, era evidente que le costaba mucho no contarle la verdad a su madre.

Jill no le preguntó nada; pero sus ojos le decían con toda claridad: "Jack, confío en ti", y esto era un gran consuelo para Jack.

Afortunadamente, en su casa, el muchacho podía estar tranquilo y divertirse, porque en el colegio lo pasaba bastante mal. Debía soportar la mirada seria del señor Acton y aguantar de buen humor las bromas de sus compañeros y las indirectas de las niñas, después de haber sido el compañero más querido.

A Jill le resultaba doloroso que sospecharan de Jack y lo creyeran capaz de hacer algo malo.

—Ed vendrá el sábado, y talvez logre descubrir algo, ya que Jack le cuenta todo a él —replicó la niña el jueves por la noche, después de que Frank le hubo contado una broma que le habían hecho a su hermano esa tarde.

—¡Bah!, no te preocupes, yo vigilo que no lo molesten demasiado. Es lo único que puedo hacer —añadió Frank.

—¿Regresó Jerry? —inquirió Jill.

—No, se fue por todo el verano. Creo que encontró empleo en algún lado. Espero que así dejará en paz a Bob.

—¿Y dónde está Bob, ahora? —preguntó Jill.

—En casa del capitán Skinner. Va al colegio del Cerro y trabaja en el campo —respondió Frank.

—¿Queda lejos la casa del capitán Skinner? —inquirió Jill.

—Unos cuatro kilómetros desde aquí —contestó el joven.

—¿Cuánto tiempo llevaría a un muchacho cojo para llegar hasta allí? —preguntó la niña.

—Depende como camine.

—¿Y si el terreno es fangoso? —inquirió Jill.

—En ese caso una, dos o tres horas —repuso Frank—. Pero, ¿por qué tantas preguntas?

Jill se reclinó sobre sus almohadas y comenzó a reír.

—¿De qué te ríes?

—Por ahora no puedo decírtelo, pero ya lo sabrás. ¿Serías capaz de echarme una carta en el correo, sin que nadie lo sepa?

—Por supuesto, ¿no te meterás en un lío? —preguntó Frank, mirándola con desconfianza.

—Márchate, hasta que yo haya terminado de escribir. Podrás ver el sobre, pero no conocer su contenido hasta que venga la respuesta. Jill comenzó a escribir:

"Señor Bob Walker:

Quiero saber si Jack Minot fue a visitarlo el viernes pasado. Ha tenido disgustos porque lo vieron con Jerry Shannon. Se sabe que le pagó cierta suma, pero Jack no ha querido decir nada, y el señor Acton lo reprendió ante toda su clase. Sentimos lo ocurrido porque todos estamos convencidos de que Jack no ha hecho nada malo. No sé si usted tiene algo que ver con esto, pero me pareció que sería bueno preguntárselo. Le ruego me conteste lo más pronto que le sea posible. Saluda muy atentamente,

Janey Pecq"

—¡Ya está! —dijo Jill a Frank—. Vete a echarla al correo, pero que no te vean...

Cuando el muchacho vio a quien iba dirigida, se rió diciendo:

—¿Son tan buenos amigos tú y Bob, que se escriben? ¿Qué diría Jack si lo supiera?

—No sé, ni me importa. Sé bueno y guárdame el secreto; ya te lo diré cuando me conteste —replicó Jill con tono suave.

—¿Y si no lo hace?

—Entonces te enviaré a verlo.

—Oye, ¿en qué te has metido...? Estoy por creer que... —Frank no pudo continuar, porque Jill, lanzando un pequeño grito, le rogó:

—¡No lo digas! Sí, creo que voy a descubrirlo.

—¿Y qué te hizo pensar en Bob?

—Acércate y te lo diré —dijo Jill.

Y sujetándolo por un botón de su chaleco, le murmuró algo al oído que lo hizo exclamar:

—¿De veras? ¡Eso no me extrañaría! ¡Sería muy capaz, ese malcriado!

—No lo pensé hasta que me dijiste donde estaba Bob, entonces de pronto todo me pareció claro —exclamó Jill.

Al día siguiente, ambos se sintieron culpables, pero disfrutaron el hecho de compartir un secreto. No esperaban respuesta para esa misma tarde, pero sí con el último correo de la noche. Cuando llegó, Jill no podía contener su alegría.

Como Bob no sabía cómo dirigirse a Jill, dejó de lado los formulismos y fue directo al grano:

"Jack vino el viernes a verme. Lamento que se haya metido en un lío. Él le pagó a Jerry en nombre mío, pero yo le devolveré el dinero. Lo hice prometer que guardaría el secreto. Jerry me había amenazado con venir a hacerme un escándalo si no le pagaba. Yo tenía miedo de perder mi puesto, porque el capitán es muy estricto. Si Jack no lo dice todo ahora, lo haré yo. No soy ningún sinvergüenza. Me alegro de que me haya escrito.

B.W."

—¡Viva! —exclamó Jill. ¡Llama a todo el mundo y léela en voz alta! —añadió, mientras Frank le arrebataba el papel y corría en busca de su madre.

Jill temía hablar antes de la llegada de los demás, por lo que comenzó a cantar, mientras Jack la miraba asombrado.

Cinco minutos después, se abrió la puerta y apareció la mamá, que abrazó a Jack, exclamando:

—¡Mi buen y generoso hijo. ¡Ya sabía yo que no eras culpable de nada!

Frank le estrechó la mano, diciéndole:

—¡Eres un gran muchacho, Jack! ¡Me siento orgulloso de ti!

—¡Te dije que lo descubriría! —gritó Jill desde el sofá.

—¿A qué viene todo esto? ¿Qué sucede? ¡ Déjenme respirar, por favor! —dijo Jack, asombrado.

Una vez que Jack leyó la carta, dijo con enojo:

—¿Quién obligó a Bob a hacer esto? ¡Nadie tenía que meterse en nuestras cosas!... De todos modos Bob ha sido muy leal.

—¡Fui yo! —exclamó Jill, contenta.

—¿Y quién te dijo que él estaba metido en este lío? —preguntó Jack.

—¡Tú! —repuso Jill con picardía.

—¡Jamás! ¿Cuándo? ¿Dónde? ¡Estás bromeando!

—Fuiste tú, sin embargo —replicó Jill, mostrando la alfombra—. Cuando regresaste de aquella larga caminata, te recostaste a dormir, y en tu sueño dijiste algo de "Bob" y "está bien", y otras cosas sin sentido. En ese momento no les puse atención, pero cuando supe que Bob vivía en el Cerro, pensé que talvez supiera algo, y anoche le escribí para preguntárselo, y ésa es su respuesta, ¡y ahora todo se aclaró! ¡Qué feliz estoy y qué buen muchacho eres!

—¡Nunca más dormiré delante de la gente! —dijo Jack, riendo.

—Yo misma se lo diré al señor Acton y también al capitán, porque no voy a permitir que se sospeche de mi hijo, cuando sólo trató de ayudar a un amigo —dijo la mamá.

—Te ruego, mamá, que no exageres nada, no soporto los elogios —repuso Jack con seriedad.

—Seré discreta, hijo, pero tengo que hacerlo... No te preocupes por Bob, te aseguro que no le ocurrirá nada malo. Yo misma me ocuparé de ello —dijo la señora Minot.

—¡Y ahora cuéntanos todo! —rogó Jill, que estaba ansiosa por conocer toda la historia.

—¡No hay mucho que contar! Prometimos a Ed ayudar a Bob, y lo ayudé en la mejor forma que pude cuando se presentó la oportunidad —contestó Jack.

—Pero cuéntanos más, Jack. Quiero saber todo lo referente a tu secreto —dijo Jill después de una breve pausa.

—Resulta que el domingo vi a Bob en la iglesia y me pareció que estaba muy preocupado; cuando salimos, le pregunté qué le ocurría. Me dijo que Jerry estaba molestándolo por un dinero que le había prestado cuando eran amigos, es decir, antes de que lo admitiéramos en nuestro grupo. Me dijo que no cobraría sueldo durante algún tiempo. El capitán le da poco dinero a propósito, creo, y no le permite venir al pueblo más que los domingos. No quería que nadie se enterara por temor a perder su empleo, por lo tanto le prometí no decir nada. Luego, temiendo que Jerry fuera a armarle un escándalo, me ofrecí para ir a pagarle en su lugar. Así fue que me vi apurado para reunir esa suma, que por suerte conseguí —terminó diciendo Jack.

—¿Y no podías entrevistarte con Jerry en otro lugar y fuera de las horas del colegio? —añadió Frank—. Eso fue lo que te perjudicó... gracias a Joe. Le di una buena paliza, Jill... ¿Lo sabías?

—No pude reunir todo el dinero hasta el viernes por la mañana, y sabía que Jerry partía esa misma noche. Lo busqué antes de entrar al colegio, pero no lo encontré; por lo tanto, la única oportunidad de verlo era durante el recreo. Tuve pues que salir, a pesar de no tener intención de infringir el reglamento. Vi a Jerry que entraba al café y lo seguí, y como era un asunto particular el que trataría, entramos en la sala de billar. Te aseguro que nunca me sentí más aliviado como cuando le entregué el dinero y me aseguró que no molestaría más a Bob.

—Debiste contarrne y... —comenzó diciendo Frank.

—Y te hubieras reído de mí... No gracias —interrumpió Jack.

—O a mí —dijo su madre—. Nos hubiera ahorrado muchos dolores de cabeza.

—Lo pensé, pero como Bob no quería que se enteraran los muchachos, imaginé que tampoco le agradaría que lo supieran las personas mayores —añadió Jack.

—Bien, felizmente todo ha pasado —agregó Frank, orgulloso de su hermano.

—La idea de que no había hecho nada malo fue lo que me mantuvo firme —repuso Jack, mirando a su madre con tal ansiedad, que ella decidió ir a ver al profesor esa misma noche.

—Eso es lo que más deseas, ¿verdad? —preguntó Jill.

—Hay algo que me gustaría más, y es contarle a Ed que traté de ayudar a Bob.

—Estoy segura de que no estará más feliz que alguien que yo sé, y que te defendió desde el principio y puso todo su ingenio para aclarar el misterio —dijo la señora Minot mirando a Jill, que resplandecía.

Jack comprendió y tomó las manos de Jill, y no encontrando palabras suficientes para dar gracias, se inclinó hacia ella y la besó, emocionado, en la frente.

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