Jack y Jill

Capítulo III

El gran secreto, la gran sorpresa

En el pueblo de La Armonía había muchos clubes juveniles. Jack y Jill pertenecían a uno de teatro, dirigido por Ralph Evans, un joven de diecinueve años, muy querido por niños y niñas, que trabajaba para mantener a su abuela; era muy alegre y sabía sacar partido de todo. Todos lo conocían y lo apreciaban por su ingenio.

Como todos los años, tenían grandes proyectos para Navidad y Año Nuevo; pero con el accidente se interrumpió la carrera de dos de los mejores actores. Ralph iba a menudo a casa de los Minot y Jack se encariñó mucho con él durante su convalecencia porque lo entretenía con su charla sobre los últimos acontecimientos.

Después de que terminaron las bolsas y los collares, les tocó el turno a las flores de papel y luego florecieron en esos cuartos alegres guirnaldas y hermosos ramos.

Había un secreto que intrigaba a los muchachos: ciertas idas y venidas en casa de los Minot. Sólo Ralph y la señora Minot sabían de qué se trataba, encerrados en una gran habitación a la que nadie podía entrar.

—Van a dar una función teatral —dijo Molly Loo.

—A mí me parece que se trata de un baile —afirmó Merry.

—No darían un baile sin Jack y sin mí —repuso Jill.

—Todas están equivocadas, jamás descubrirán de qué se trata —dijo la señora Pecq, sonriendo.

Por su parte, Jack abandonó la esperanza de adivinar, después de haber sugerido varias ideas, como el arreglo de un nuevo comedor o un teatro donde representarían las comedias que tanto le gustaban.

—La usaremos para guardar algo que quieres mucho —le contestó la mamá, compadeciéndose de él.

—¿Patos? —preguntó, con expresión indefinida.

—No. Es algo que yo también quiero mucho —añadió la mamá—. Los animales en la casa me molestan.

—¡Ya sé! ¡Pondrás en ese cuarto más enfermos! ¿Verdad? —exclamó Jack, orgulloso de su sagacidad.

—No me sería posible atender a otros pacientes —repuso la madre, con extraña sonrisa, como si temiera ser descubierta—: Eso me recuerda una Navidad que pasé entre hospitales y asilos. ¡Hace tanta falta que alguien lleve un poco de alegría ese día!

*

—¿Hace lindo día? —preguntó Jill, al despertar aquella mañana de Navidad.

—Sí, querida, espléndido. Y ahora come algo, y luego te arreglaré para que estés bonita todo el día. Espero que no te canses demasiado —repuso la señora Pecq, feliz, porque Jill iba a ser trasladada a casa de los Minot.

La niña esperaba ansiosa la visita del médido, porque él quería presenciar el traslado de su enferma. Por fin llegó, y con la ayuda de Frank, llevaron a Jill en su sofacama hasta la casa vecina, y en pocos minutos la instalaron en la "Cueva de los muchachos". La señora Minot le dio la bienvenida, pero la jovencita no se encontraba en condiciones de contestar, tanta era su sorpresa.

La gran habitación estaba completamente cambiada, ahora presentaba el aspecto de un jardín. Habían pintado celeste el techo; las paredes estaban cubiertas de un papel que semejaba un enrejado, por el cual trepaban enredaderas en flor. Pájaros y mariposas volaban entre las flores. En las ventanas se veían maceteros con plantas y flores naturales, el suelo tenía una alfombra verde, que simulaba césped. Por toda la habitación había sillas rústicas de jardín y en medio, un hermoso abeto con lindos adornos. Sobre la chimenea, en la que ardía un buen fuego, se leían las palabras: "¡Feliz Navidad!", escritas en grandes letras brillantes.

—¿Te gusta, Jill? —preguntó la señora Minot.

—¡Es maravilloso! —contestó la niña asombrada y besó repetidas veces a la señora.

—¿Crees que le falta algo más a esta habitación? —preguntó la buena señora.

—Jack —dijo Jill, riendo llena de alegría.

—Tienes razón. Lo traeremos en seguida, de lo contrario sería capaz de venir saltando en una pierna —repuso la madre del niño.

Jill tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para permanecer quieta en su sofacama, al oír acercarse el sillón de Jack empujado por Ralph y Frank, quien lanzaba gritos de alegría.

—¡Esto sí que es lindo! —exclamó Jack, recorriendo con sus ojos la habitación. Y luego dio un salto al descubrir que Jill estaba allí.

—¡Aquí estoy! ¡Ven pronto! —gritó Jill, llena de emoción.

Los acercaron y ambos amigos, separados tanto tiempo, exclamaron a la vez:

—¡Qué alegría volver a verte!

En efecto, la alegría reinaba en ese cuarto, Ralph y Frank bailaban alrededor del árbol, mientras el doctor Whiting y ambas madres los miraban riendo. Jack y Jill aplaudían y daban gritos de felicidad:

—¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!

Cuando se calmaron y los que tenían ocupaciones se fueron, dejaron solos a los jóvenes enfermos para que conversaran.

—¡Qué bien estás! —dijo Jill.

—Y tú también —repuso Jack, galantemente.

Ambos estaban muy bien, porque la felicidad los hermoseaba. Jill llevaba un chal rojo y collares al cuello. Su cabello negro estaba recogido con una cinta roja, y tenía lindas zapatillas del mismo color. La vestimenta de Jack no era tan alegre, pero sí muy elegante. Tenía puesta una bata gris con cuello y puños celestes, que contrastaban con su pelo rubio, una camisa blanca y una corbata azul.

—¡Estoy tan contento de volver a verte! —dijo él, sonriendo—. Creo que ya hemos pasado lo peor. ¿No te parece magnifico que pasemos el día juntos?

—Sí, ¡pero un día pasa tan pronto!... Me sentiré tan triste cuando vuelva a casa esta noche —suspiró Jill.

—¡Pero si no volverás a tu casa! ¡Te quedarás aquí indefinidamente! ¿No te lo dijo mamá?

—¡Qué suerte! ¿Y dónde voy a dormir? ¿Y mamá? —preguntó Jill.

—Se quedará también en esa habitación. Conseguí que Frank me lo contara todo.

Este magnífico arreglo dejó a Jill sin aliento, y antes de que se recuperara llegaron Frank y Ralph con dos enormes canastos con cosas para colgar en el árbol. Mientras lo adornaban, los niños les hacían miles de preguntas.

—¿Quién arregló todo esto?

—La idea fue de mamá, pero lo decoramos Ralph y yo —contestó Frank.

—Tu madre dice que podríamos llamarla la "Habitación de los pájaros" —añadió Ralph, lanzando a Jill un bombón en forma de pájaro.

—Lo guardaremos en esta preciosa jaula, hasta que los dos podamos salir volando juntos. A propósito, Jill, ¿no te parece que estaremos muy atrasados en los estudios cuando volvamos al colegio? —repuso Jack.

—Seremos los últimos si no estudiamos un poco. El médico me dijo que pronto podré comenzar a estudiar algo; Molly me trajo mis libros, y Merry me prometió venir todos los días para darme las tareas —dijo Jill, decidida.

—Frank me ayudará con el latín. Podríamos empezar a estudiar después de Año Nuevo —propuso Jack.

—¡Cuánto echo de menos el colegio! —suspiró Jill.

—¡Allí llega mamá con más cosas para el árbol —exclamó Jack—. ¡Qué lindos!

—¡Jamás vi un árbol más bonito! Me alegro de haber podido ayudar en algo, a pesar de estar enferma —repuso Jill.

—Falta una cosa —dijo la señora Minot, sacando de una caja un hermoso Niño Jesús de cera.

—Es el Niño Dios. Hoy festejamos su nacimiento. Compré el más lindo que encontré, porque me gusta más tenerlo a Él, que al viejo Santa Claus... aunque también podríamos tenerlo —explicó la mamá.

—Parece un bebé de verdad —comentó Jack, tocándolo, delicadamente.

—Es a Él a quien los niños deben rezarle, amarlo e imitarlo, porque jamás los olvidó y siempre los bendijo y les dio ejemplo —comentó la señora Minot.

Cuando los dos niños quedaron solos de nuevo, Jack dijo con seriedad a Jill:

—Creo que deberíamos portarnos bien; todos son muy buenos con nosotros, y nos estamos mejorando tan bien, y nos esperan días felices; así podremos demostrarles nuestro agradecimiento.

—No es fácil ser buena cuando una está enferma —contesto Jill, pensativa—. Cualquier cosa me molesta, ¡y estoy tan cansada de permanecer inmóvil...! A veces quisiera gritar, pero no lo hago porque mamá se asustaría, entonces me pongo a llorar. ¿Tú lloras, Jack?

—No lloro porque soy hombre, pero maldigo y me desquito diciendo: ¡Al diablo!, y doy puñetes a Frank, quien ni siquiera protesta.

—Creo que en esta hermosa habitación nos será fácil portarnos bien —comentó Jill

—¡Si supieras el hambre que tengo, Jill! Hoy casi no desayuné porque estaba tan ansioso por verte y conocer todos los secretos. Frank se divertía por mi nerviosismo, así es que le tiré un huevo que se estrelló en la pared.

Jack y Jill se rieron a carcajadas, y la señora Minot, que llegaba en ese momento, se sintió contenta de ver tan felices a los niños.

—La nueva medicina parece hacer milagros, vecina —dijo a la señora Pecq, que la seguía con una bandeja para los enfermos.

—Así es, señora. Yo misma estoy completamente cambiada.

—No coman demasiado, porque no podrán disfrutar de la próxima sorpresa —añadió la madre de Jack.

—¡Más sorpresas! ¡Qué alegría! —exclamó Jill.

Se enteraron por fin cuando los empleados entraron a preparar la mesa para que toda la familia almorzara con ellos en la "Habitación de los pájaros". Las madres se preocuparon especialmente de sus enfermos, y todos comieron con mucho apetito.

—Las chicas me decían que esta Navidad iba a ser un fracaso a causa de nosotros; pero me parece que cuando vean esta hermosa habitación cambiarán de opinión —comentó Jill.

—Podríamos decir que nuestro accidente nos dio esta hermosa Navidad. Jamás había pasado una igual —repuso Jack.

—Si no hubiera sido por tu madre, niños, esta Navidad habría sido triste para todos. Permítame agradecerle desde el fondo del corazón, señora —dijo la señora Pecq.

—Propongo un brindis por nuestras madres —propuso Frank, poniéndose de pie con un vaso de agua en la mano.

—¡Viva! —exclamó Jack con entusiasmo, volcando parte de su vaso al hacer un gesto espontáneo hacia su madre, quien lo miraba con lágrimas de felicidad.

Luego la señora Minot propuso un descanso, porque no tardarían en llegar los invitados para lo mejor de la fiesta.

—Espero que a las chicas les gusten sus regalos. Yo ayudé a elegirlos y todos son lindos.

—No sé qué recibiré yo y estoy ansiosa por saberlo—expresó Jill.

—Te diré que te elegí una cosa que te gustará mucho...

—¿Cuántos regalos tendré?

—Veo siete paquetes para ti —repuso Jack.

—Tú también tienes muchos —añadió Jill, mostrando un paquetito que contenía los mitones azules que ella le había tejido.

—¡Qué espera tan larga! —exclamó el muchacho.

—Aquel perro que parece estar ladrando es para Boo y además ese trineo amarillo. Así Molly lo podrá llevar al colegio.

—¡No me hables de trineos, por favor! ¡No quiero verlos más! —exclamó Jack dando una patada con la pierna sana.

—Estoy segura de que a ti no te dolió ni la mitad de lo que me dolió a mí —protestó Jill.

—No dirías eso, si hubieras soportado lo que pasé yo cuando me colocaron los huesos en su sitio —exclamó Jack.

—Pero tú no te desmayaste como yo, cuando el doctor revisó mis vértebras —añadió la niña.

—¡Bah! Las niñas se desmayan por nada. Los hombres somos más valientes, y a pesar del dolor no perdí el sentido.

—Pero gritaste. Frank me lo contó. El médico dijo que yo era una niña muy valiente. Además, tendrás que andar durante bastante tiempo con una muleta; lo sé.

—Y tú tendrás que usarlas durante dos años. Oí que el doctor se lo decía a mamá. Dijo que yo me levantaría mucho antes que tú.

Los dos niños se habían acalorado y la discusión hubiera terminado mal, si no hubiera llegado Ralph.

—Y bien, jóvenes, ¿cómo les va?, ¿se han entretenido? —preguntó el profesor.

—Sí —contestó Jill, con voz apenas audible. Jack no contestó.

En ese momento se oyeron la campana y el ruido de voces alegres, y Jill se vio obligada a reírse, a pesar suyo, al oír la voz de Molly Loo. Jack, por su parte, tuvo que hacer lo mismo al escuchar la marcha que Ed tocaba al piano, mientras Frank y Gus lo dirigían.

—¡Listo! —exclamó la señora Minot, y abrió la puerta de la "Habitación de los pájaros". Los recién llegados quedaron maravillados con el espectáculo que había allí: el Niño Dios y Santa Claus de pie al lado del árbol, luciendo éste su larga y blanca barba.

Ralph era un buen actor, distribuyó los regalos con frases cómicas y chistes apropiados para cada uno. Sería imposible describir la alegría que allí se vivía. Jack sonreía ante un hermoso álbum para sellos que deseaba de todo corazón, y Jill se sentía como una millonaria con un anillo que tenía una pequeña turquesa azul, de parte de Jack. La niña hubiera querido decir a su amigo: "siento haberme enojado", pero en ese momento era imposible.

Jugaron, cantaron y bailaron hasta las nueve de la noche, hora en que terminó la fiesta y se retiraron los invitados.

Llevaron a Jack a su dormitorio y a Jill al que debía compartir con su madre.

—Dije que no me portaría mal en la "Habitación de los pájaros", y, sin embargo, me enojé y fui desagradecida después de todo lo que hicieron por mi madre y por mí. Jack estuvo más lastimado que yo, y se portó valientemente, a pesar de que gritó. ¡Cuánto me gustaría poder decírselo! ¡Qué tonta he sido, arruiné el día!

Un sollozo ahogó sus palabras, y la niña estaba a punto de ocultar su cara entre las manos y echarse a llorar cuando vio que Frank entraba en la habitación contigua con un alambre largo en cuyo extremo tenía un pequeño tarro. Tal vez sea una broma —pensó Jill, pero estaba lejos de adivinar la última sorpresa.

Al cabo de un rato oyó una voz que murmuraba:

—Jill..., ¿estás despierta?

—Sí.

—¿Hay alguien contigo? Toma esto, entonces. Colócalo junto al oído y escucha.

Jill, con cierta vacilación, obedeció las indicaciones de Frank. Pero su sorpresa no tuvo límite cuando escuchó la voz de Jack que decía:

—Siento haberme enojado. Perdóname y olvídalo. No volverá a suceder, Jill.

—Yo también lo siento. No volveré a portarme así. Ahora me siento mucho mejor. Buenas noches, Jack.

Frank, satisfecho con el éxito de su teléfono, se fue dejando a Jill con la mejilla apoyada sobre la mano que lucía su anillo.

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