Mujercitas |
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Capítulo XV Ahora volvamos a la casa. Es muy difícil describir la inmensa alegría que produjo el encuentro entre la señora March y sus hijas. La casa desbordaba felicidad y la ilusión de Meg se cristalizó, pues cuando Beth despertó de aquel reposo obligado lo primero que vio fue la rosita y el rostro de su madre. Sonrió y se refugió en sus brazos, sintiendo realizado su deseo. Luego se durmió, mientras sus hermanas oían el relato acerca del estado de salud de su padre, de cómo el señor Brooke se había ofrecido a cuidarle, cómo la tormenta había atrasado el viaje y cuánto le había dado valor Laurie. ¡Qué día tan raro y agradable fue aquél! Afuera, toda la gente había salido a admirar la primera nevada; mientras en casa todas dormían, cansadas por la vigilia. Meg y Jo, con la venturosa sensación de haberse liberado de una carga, cerraron los fatigados ojos y descansaron. La señora March no quiso separarse del lado de Beth y se recostó en el sillón, mirándola y cuidándola como un avaro que hubiera recobrado su tesoro. Entretanto, Laurie confortaba a Amy, que secó prontamente sus lágrimas, y que había progresado tanto, que ni siquiera pensó en el anillo de turquesa cuando la tía March estuvo de acuerdo con Laurie en que la niña se había portado "como una verdadera mujer". Cuando su madre fue a verla, no hubo en toda la ciudad una criatura más feliz que ella. Al despedirse, la señora March advirtió el anillo de piedra azul. —Iba a decírtelo —contó Amy—. Me lo regaló tía March; me besó, diciéndome que yo era un orgullo para ella y que hubiera querido tenerme siempre consigo. —Es muy hermoso, Amy, pero creo que eres demasiado joven para usarlo. —No es que me guste sólo porque es bonito; quiero tenerlo para que me recuerde que no debo ser egoísta. Creo qué ése es mí peor defecto, mi carga más pesada. Si llevo algo que me lo recuerde, mejoraré cada vez más. ¿Puedo probar? —Usa tu anillo, querida, y esfuérzate por mejorar; creo que lo conseguirás, porque ya has ganado la mitad de la batalla con la sinceridad de tu intención. Pronto estarás en casa, hijita. Hasta mañana. Esa tarde, mientras Meg escribía a su padre para anunciarle el feliz arribo de la señora, Jo halló a su madre junto a Beth, que dormía. Se quedó indecisa, enrulando el corto pelo con los dedos, y luego se animó. —Quiero decirte algo, mamá. Aunque no tiene mucha importancia, me inquieta. En el verano —comenzó Jo, sentándose a los pies de su madre—, Meg se dejó un par de guantes en casa de los Laurence, y sólo recobró uno. Nos olvidamos de ese asunto; pero Laurie me dijo luego que el señor Brooke lo tenía en el bolsillo de su chaleco. Cuando lo vio le gastó unas bromas y el señor Brooke admitió que le gustaba Meg, pero que no se atrevía a decírselo porque ella era muy joven y él muy pobre. ¿No te parece algo horrible? —¿Crees que Meg se interesa por él? —¡Por favor! ¡Yo no sé nada de amor ni de todas esas tonterías! —exclamó Jo, con una cómica mezcla de interés y desprecio—. En las novelas, las jóvenes demuestran que están enamoradas porque se desmayan, adelgazan y se conducen como estúpidas. Meg no ha hecho nada de eso: come, bebe y duerme como una criatura muy cuerda y me mira sin cohibirse cuando le hablo de ese hombre. —¿Entonces, tú crees que Meg no está interesada en John? —¿En quién? —se asombró Jo, alerta. —En el señor Brooke; ahora le llamo John. Nos acostumbramos en el hospital. —¿Ah, sí? ¡Te pones de su parte! Fue tan bueno con papá, que tú dejarás que se case con Meg. ¡Si será ruin! Cuidar a papá y atenderte a ti para conseguir tu favor... —Mi querida, no te enojes, y te contaré todo lo que pasó. John fue conmigo a pedido del señor Laurence, y se portó tan bien con tu pobre padre que él no pudo menos que cobrarle afecto. Procedió de una manera muy correcta con respecto a Meg, porque nos dijo que la amaba, pero que quería tener una posición antes de pedirla en matrimonio. Sólo deseaba nuestro permiso para cortejarla y conseguir hacerse querer por ella. Es un hombre excelente y no pudimos negarnos a escucharlo; pero no permitiré que Meg se comprometa tan joven. Jo, confío en ti y espero que no le cuentes nada todavía. Cuando John vuelva y los vea juntos, podré juzgar mejor acerca de sus sentimientos hacia él. —Entiendo, mamá, pero estoy muy decepcionada con Meg. Yo tenía proyectado que algún día se casara con Laurie y viviera toda su vida en medio del lujo. ¿No sería lindo? —preguntó Jo, levantando los ojos, con el rostro más animado—. Es rico, generoso, bueno y nos quiere; es una lástima que mi proyecto se haya echado a perder. En ese momento entró Meg con su carta terminada, para que la señora March la leyese. —Perfecta, Meg, y muy bien escrita; te ruego que añadas mis afectos para John. —¿Le llamas "John"? —preguntó Meg, fijando sus ojos inocentes en los de su madre. —Sí, ha sido como un hijo para nosotros, y lo queremos mucho —replicó la señora March, mirándola con penetrante atención. —Me alegro mucho. ¡Vive tan solo! Buenas noches, querida mamá. Resulta tan reconfortante tenerte aquí... —fue la serena respuesta de Meg. El beso de su madre fue muy tierno; y cuando salió de la habitación, la señora March se dijo: —Todavía no lo ama, pero pronto aprenderá. Ir a Capitulo XVI |