Mujercitas |
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Capítulo XII La virtud esparcida en la antigua casa, en los primeros días, hubiera podido surtir a todo el vecindario. Todas parecían tener una disposición de ánimo celestial y la generosidad era perfecta. Pasada la angustia respecto a su padre, las chicas fueron volviendo a sus maneras habituales. No olvidaron su señal, pero esperar y mantenerse siempre ocupadas se fue haciendo cada vez más difícil. Por no proteger su cabeza Jo cogió un resfriado y tuvo que permanecer en casa hasta sanar. Amy descubrió que las labores de casa y el arte no coordinaban muy bien, volviendo a sus modelos de arcilla. Meg todos los días iba donde los King y en su casa ella cosía o imaginaba hacerlo, pero destinaba gran parte de su tiempo a escribir extensas cartas a su madre o a leer una y otra vez los despachos de Washington. Beth perseveraba, rara vez caía en la holgazanería o en lamentos; efectuaba sus pequeñas labores y a veces muchas de las que sus hermanas descuidaban. Cuando sentía nostalgia iba a un ropero y, entre los pliegues de un vestido viejo, escondía la cabeza vertiendo sus lágrimas y orando sola y tranquila. —Meg, me gustaría que fueras a ver a los Hummel. Mamá nos pidió no los desatendiéramos —dijo Beth, diez días después de la partida de su madre. —Estoy muy cansada para ir —respondió Meg mientras cosía. —Jo, ¿Quieres ir tú? —El tiempo no está bueno para mi resfrío. —Creía que casi había desaparecido. —Lo justo para salir con Laurie, pero no lo suficiente para ir a la casa de los Hummel —exclamó riendo Jo, un poco avergonzada de su inconsecuencia. —¿Por qué no vas tú? —preguntó Meg. —Todos los días he ido; pero no sé qué hacer por el niño que está enfermo. Pienso que Hannah o tú debes ir. Beth hablaba muy seria y Meg prometió ir al otro día. —Pídele a Hannah te dé algo para llevárselo, Beth —agregó Jo, para disculparse— yo iría, pero quiero concluir una historia. Con una cesta con cosas para los niños y una expresión triste, Beth salió al aire frío. Cuando regresó se fue al dormitorio de su madre. Al rato después, Jo fue a buscar algo y encontró a Beth sentada con una expresión grave, con los ojos enrojecidos y un frasco de alcohol en la mano. —¿Qué te sucede? —exclamó Jo, mientras Beth hacía un gesto con la mano para que no se acercara, y le decía: —Has tenido la fiebre escarlatina, ¿no es cierto? ¡Oh, Jo, el niño ha muerto! —¿Cuál niño? —El de la señora Hummel. El niño murió en mi falda, antes que su madre regresara a casa; fue terrible. Noté que estaba más enfermo, entonces Lotchen me contó que su madre había ido a buscar al médico. Tomé al niño en brazos para que Lotchen descansara un poco. Él parecía que estaba durmiendo, de pronto gritó, tembló y luego se quedó tranquilo. Intenté calentarle los pies y Lotchen quiso darle leche, pero no se movió y comprendí que había muerto. Seguí sentada y lo tuve hasta que llegó la señora Hummel. El médico dijo que había muerto, observó a Heinrich y a Minna que tenían dolor de garganta y exclamó enojado: "La fiebre escarlatina", señora; debió llamarme antes". La señora le dijo que era humilde y había tratado sanar al niño por sus medios. El médico sonrió, habló en forma más amable y me dijo que me viniera y tomara belladona para evitar que me diera fiebre. —¡Oh, no, Beth, si te enfermas no me perdonaré nunca! —No te asustes. Leí en el libro de mamá que comienza con dolor de cabeza y de garganta, y sensaciones raras, tomé belladona y ahora me siento mejor —dijo Beth, aparentando que se encontraba bien. —Llamaré a Hannah, ella sabe bastante de enfermedades —dijo Jo. —No dejes que venga Amy, sentiría mucho contagiarla, ella no la ha tenido nunca. Luego llegó Hannah para hacerse cargo de la situación afirmando a Jo que no había por qué inquietarse. —El doctor Bangs vendrá a visitarte querida, luego Amy irá a casa de la tía March por algunos días, entretanto una de ustedes dos se quedará en casa para entretener a Beth. ¿Cuál de tus hermanas prefieres que permanezca junto a tí? —añadió Hannah. —Jo, si lo desea —contestó Beth, apoyando la cabeza contra su hermana. —Yo iré a comunicárselo a Amy —dijo Meg, algo molesta, pero al mismo tiempo aliviada, porque no le agradaba, como a Jo, cuidar enfermos. Amy se negó con firmeza y dijo que prefería tener la fiebre antes que irse a casa de la tía. Meg pensó, rogó y mandó..., sin resultado. Amy afirmó que no iría... Meg la dejó para pedir consejo a Hannah. Antes de que volviera, Laurie entró en la sala y Amy, llorando le contó lo que sucedía, con la seguridad de ser consolada. Pero Laurie se puso a pasear por el cuarto, silbando, con las cejas levantadas. Luego dijo: —Haz lo que te dicen. No llores; pon atención al plan que he ideado. Irás a casa de la tía; yo iré a verte todos los días para dar un paseo en coche o a pie y nos divertiremos mucho. ¿Te parece buena la idea? —No me agrada que me envíen allá como si molestara —dijo Amy con tono herido. —Tienes que ir, a lo mejor un poco de cuidados y un cambio de aire te mantendrán bien, o, por lo menos, contraerás la fiebre con menos peligro. Te recomiendo que te vayas lo antes posible, porque la fiebre escarlatina no es broma. —Bueno..., pienso que lo haré —respondió con lentitud Amy. —Entonces, llama a Meg y cuéntale que aceptas —dijo Laurie, haciéndole cariños. Meg y Jo entraron corriendo para observar el milagro, y Amy sintiéndose importante, aseguró irse si el médico así lo disponía. —¿Cómo está la pequeña? —exclamó Laurie, pues Beth era su predilecta y estaba más inquieto por ella de lo que aparentaba. —Está acostada en la cama de mamá y mucho mejor. La muerte del chico la inquietó, pero quizás es sólo un resfrío; eso piensa Hannah —exclamó Meg. —Bueno, acomódate la peluca Jo, si puedo telegrafiar a tu madre, o ayudar en algo —dijo Laurie. —Eso me inquieta —exclamó Meg —. Pienso que debemos comunicarle a mamá si Beth está verdaderamente enferma; pero Hannah no quiere, porque mamá no puede dejar a papá solo y la preocuparíamos. —Jo, anda a buscar al médico de inmediato —ordenó Meg. —Quédate ahí, Jo, yo soy el mensajero —exclamó Laurie mientras tomaba su gorra para salir apresuradamente. Al rato llegó el médico, dijo que Beth tenia síntomas de fiebre, ordenó que apartaran a Amy y recetó algunas medicinas. Luego Amy se fue acompañada de Laurie y Jo. La tía March los recibió con su habitual hospitalidad. —¿Qué quieren ahora? —preguntó observando por encima de sus anteojos. Laurie se retiró a la ventana y Jo contó lo sucedido. —No me asombra en absoluto, si les permiten visitar a los indigentes; Amy puede quedarse, pero no dudo de que se enfermará..., porque ya lo parece. No llores, no me agrada oír lloriquear a la gente. Amy estaba a punto de llorar, pero Laurie a escondidas le tiró la cola al loro que estaba parado en el respaldo de la silla, lo cual lo hizo gritar: "Vaya botas" de una forma tan divertida que se puso a reír en vez de llorar. —¿Qué noticias tienes de tu mamá? —preguntó repentinamente la señora. —Papá está mejor —contestó Jo. —¿Verdad? No durará mucho; March nunca tuvo mucha correa. "No creo poder soportarlo, pero lo trataré", pensó Amy cuando quedó sola con la tía. Ir a Capítulo XIII |