Hombrecitos

Capítulo 11

EL TÍO LAURIE

Los hermosos días del verano volvían más difícil y penosa la quietud impuesta a Dan por el doctor. Fue inmensa su felicidad una mañana cuando le escuchó decir a la señora Bhaer:

—Esto ha mejorado antes de lo que se suponía. Facilítele una muleta y que ande muy poco; le hará bien.

Nat corrió con la noticia y pronto fueron todos los chicos a animarlo en su recuperación. Intentaban ayudarlo en el uso de las muletas cuando el ruido de un coche que se detenía les llamó la atención. Vieron una mano que los saludaba y de inmediato a coro gritaron:

—¡Tío Teddy! ¡Tío Laurie!

Al ver a Jo, el amable tío Teddy saltó ágilmente del coche, comentando orgulloso:

—¡¿Qué tal mi carroza?! ¿Eh?

La señora Bhaer se rió y lo invitó a pasar a la casa. Y el tío Teddy, que sin duda estaba informado de todo lo referente a Dan, le tendió familiarmente la mano diciéndole:

—¡Hola, amiguito! ¿Cómo va el pie?

—Mejorando... Aunque estoy bastante aburrido.

—¿Qué tal si fuéramos a pasear un rato en el coche? —preguntó tío Teddy, persuadiendo al muchacho.

—¡Magnífico! Pero le pediré permiso a la tía Jo.

—Ya lo tienes, hijo —replicó el tío, después de lo cual Dan se encontró instalado en el asiento del coche.

De un salto, Demi se ubicó a lado del cochero. Nat acompañó a Dan en el asiento grande, y el tío Laurie se instaló frente a ambos.

—Observen lo que traigo —dijo Laurie, y, con ademán picaresco, extrajo un libro, añadiendo—: espero que les gus­te —mientras al hojearlo dejaba ver, en brillantes páginas, mariposas y pájaros de vistosos colores.

—¡Eso sí que es bueno! —exclamó Dan, tomando el libro para verlo con Nat.

Y ante la sorpresa de los chicos, Laurie mostró un rimero de cuentas que los indios ocupaban como dinero y que llamaban "wampum", así como una punta de flecha auténtica.

—Cuéntanos algo de los indios, tío —pidió Demi.

—Dan sabe bastante de ellos —dijo Nat.

—¿Para qué se usa un "wampum"? —inquirió Demi.

Después de una especie de interrogatorio sobre las costumbres de los indios, tío Laurie comentó:

—Pienso que deberían organizar un museo.

—Pero... ¿cómo lo haremos? —preguntó Demi, interesado.

—Podrían instalarse en la vieja cochera. El sábado volveré, y con mi ayudante la dejaremos impecable. Allí tendría cada uno un lugar para clasificar sus piezas de museo.

Dan estaba muy emocionado con la idea. De pronto, la voz del cochero los sorprendió: habían llegado.

Cuando Laurie le informó a Jo del propósito que tenía de fundar la institución, ésta manifestó su complacencia, proponiendo su nombre para aquélla.

—La llamaremos "Museo Laurie". ¿De acuerdo, niños? —dijo.

—¡Sí!... ¡Sí! —fue la respuesta general.

Durante la semana siguiente reinó gran animación en torno a la cochera, donde tío Teddy ya trabajaba. El techo fue reparado, y las paredes, pintadas de blanco, habilitándose una ventana que daba al arroyo y por la que penetraba el tibio sol. En letras rojas de imprenta, se leía:

"MUSEO LAURENCE"

Muy temprano el sábado, tío Teddy llegó con un acua­rio, cosa que provocó gran entusiasmo entre los chicos. Las horas siguientes las destinaron a la instalación del museo y, por la tarde, las "señoras" fueron invitadas a su inauguración.

El local tenía muy buen aspecto. Las ventanas estaban adornadas con plantas y a cada lado se extendían anaqueles destinados a las curiosidades. En el centro, el acuario mostra­ba sus peces dorados y sus plantas acuáticas. Los muros ofrecían un aspecto extraño por su decoración: nidos de avispas, arcos y flechas indios, huevos de pájaros, pieles de serpientes, murciélagos disecados, infinidad de piedras y muchas otras cosas más, incluso un gato embalsamado, cuyos ojos de cristal brillaban tanto, al igual que sus dientes, que hicieron estremecerse al pequeño Teddy.

—¡Qué interesante y lindo está todo! —exclamaron los chicos.

—¡Atención! Va a hablar Laurie —expreso Jo.

El tío Teddy se resistió en un comienzo, riendo, pero, ante la insistencia de Jo, y sentado sobre la mesa, dijo:

—Esto está muy bonito, niños, pero será necesario que estudien acerca del cuidado de los museos y sobre todos estos elementos tan bellos que lo conforman. De esta manera, unirán lo bello a lo útil.

—¡Muy bien! —exclamó el profesor, añadiendo—: Ofrezco la biblioteca.

Laurie, observando el libro que le había regalado a Dan, se lo pidió, estampando el nombre del chico en la primera página. Después lo colocó en el anaquel, agregando:

—Con este volumen se inicia la biblioteca, luego les daré otros —y dirigiéndose a Jo, dijo—: ¿Recuerdas aquellos libros tan interesantes que hablaban sobre las abejas, las hor­migas, los grillos...?

—Sí, aún los tengo. Los traeré. Les permitirá entender una serie de procesos biológicos por los que pasan los insectos.

El comentario sirvió para animar a los niños y los temas de aquellos "procesos" empezaron a ser discutidos. Se fijó los miércoles por la tarde para dichos actos, que fueron llamados "conferencias", prometiendo la tía Jo asistir a ellas.

Cuando concluyó la reunión y los chicos se retiraron, Jo, agradecida, le dijo a Laurie:

—Me alientas, Laurie. Dime ahora, ¿qué es lo que te mueve a ser tan generoso con estos niños?

Visiblemente conmovido, Laurie le respondió:

—¡No puedo olvidar que fui huérfano de madre y que en esta casa encontré cariño y un hogar maravilloso! Ah..., pero nunca podré retribuirles de la manera que quisiera por su gran obra.

Cuando terminó, la buena Jo tenía los ojos llenos de lágrimas.

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