Cama

Para nadie es un misterio que las condiciones geográficas marcan la forma de vida del hombre. Esta tiene un desarrollo distinto si habita un clima frío o uno templado.

Cama de piedra, en visión artística

En los lugares nórdicos, el hombre antiguo abría zanjas en el suelo, que luego rellenaba con cenizas todavía calientes, con lo que se procuraba calor. Allí dormía: era su cama, con una piel sobre el cuerpo. Y los pueblos germánicos se echaban sobre una especie de yacija improvisada dentro de una caja que llenaban de musgo seco, de hojas o de heno.

Cama es una palabra prerromana, seguramente de origen celta, que en una primera etapa designaba precisamente "una yacija, un lecho en el suelo". San Isidoro fue el único que utilizó la palabra cama en sus escritos en latín (camis).

De seguro, la idea original, el concepto prehistórico de la cama, consistió en algo muy sencillo y elemental: amontonar un poco de paja en un rincón de una cueva, una choza o en el hueco del tronco de un árbol. Más adelante, la paja se introdujo en una bolsa de piel con la intención de realizar el primer colchón.

¿Dónde dormir?

Las peculiaridades en el uso de la cama, en cada región y periodo histórico, son los reflejos particulares de la pluralidad cultural en los cinco continentes. Por llo general, las civilizaciones antiguas diferenciaron entre varios tipos de  cama. Las había para dormir, para comer, o para velar a los difuntos.

La cama no occidental maravilla por la riqueza de sus usos, su creación y su carácter exótico: desde las camas austeras de la antigua China colocadas al ras del suelo y que en la dinastía Ming (entre 1368 y 1644) fueron cubiertas por traslúcidas cortinas de gasa, hasta los coloridos tálamos hindúes, pasando por los elaborados lechos de los sultanes del imperio otomano que eran confundidos con sus propio tronos por los viajeros europeos, y la precolombina simplicidad tropical de las hamacas americanas que rápidamente adoptaron los conquistadores para contemplar las estrellas y dormitar a pierna suelta.

Los egipcios, según lo confirman las imágenes de la estela del faraón Amehemhat (alrededor del 2000 antes de Cristo), sostenían largos coloquios y comían sobre la cama del anfitrión en turno.

También abundaron camas funerarias en el mundo egipcio, y la arqueología nos ha mostrado sus bastidores de madera sujetos por tiras de cuero entrecruzadas.

Cama palaciega
Tutankamon dormía bien

Sin embargo, la cama egipcia de uso diario era muy alta, por lo que se requería la ayuda de un taburete, e incluso de una escalera, para acceder a ella. Eran muebles recargados, decorados con efigies alusivas a motivos mitológicos propios de aquella cultura (leones, esfinges, toros). Las cubría una mosquitera que liberaba al durmiente de los molestos mosquitos y otros insectos. De todos modos, es la cama que más se parece a la actual. Nuestro lecho difiere poco de un modelo de cama encontrado entre  las pertenencias del faraón Tutankamon. Y es que tal vez no exista mueble más conservador.

Cama con adornos de oro
Hamaca ¿cama colgante?

También el pueblo hebreo hizo uso de la cama. En el libro del profeta Amos  hay referencias a los ricos de Jerusalén o de Samaria, descansando plácidamente recostados sobre los lechos mientras bebían vino y seguían las voluptuosas evoluciones de las danzarinas.

Cama estilo oriental

Homero, en lo que a los griegos se refiere, cuenta que entre su pueblo había una distinción entre la cama normal de uso nocturno, y la que se utilizaba para depositar al difunto antes del funeral. Los ricos disponían de cama fija, situada en un habitáculo de la casa. Estaban hechas de madera de haya o de arce, con patas torneadas, y todo el mueble enriquecido con incrustaciones de oro, plata o marfil.

Es de destacar la célebre cama de Ulises en su palacio de Ítaca, hecha sobre un tronco de olivo gigante, enraizado en la tierra. Tenía la cama del héroe de la Odisea riquísimos  adornos, correas de piel de toro teñida con púrpura y salpicada toda ella de incrustaciones de oro y marfil; sobre su somier, una especie de enredijo de cuerdas,  se extendía el colchón de plumas de ave.

También tenían camas portátiles para utilizar en viajes y excursiones, las demya, y una cama llamada chamadys, especie de camastro hecho con pieles, que se colocaba en la estancia principal para tumbarse en ella mientras se recibía a los amigos. Más que una cama era... un sofá cama.

El griego de pocos recursos económicos se conformaba con un armazón de madera a modo de caja sobre el que se echaba el jergón de paja; esta caja no tenía lugar de emplazamiento fijo en la casa, sino que a veces se depositaba en el hueco excavado en un ancho muro de carga.

En el Imperio persa, anterior a la era cristiana, la cama era objeto de una singular atención. Los ricos tenían varios esclavos cuya función estribaba en hacerse  cargo de su cuidado, hacerlas, adornarlas con ricos cojines de pluma de ganso, limpiar sus baldaquinos, disponer sobre ellas las finas sedas y tapices a modo de sábanas y mantas, y limpiarlas diariamente.

Cama real

Eran camas riquísimas, adornadas con detalles de metales preciosos, y elaboradas con ricas maderas como el ébano o el cerezo. Y en el palacio real de Susa, el armazón de las camas era de plata, cuando no de oro macizo.

También Roma utilizó este mueble de manera versátil. Sus camas fueron tan ricas como las griegas, y de parecida ostentación. El emperador Heliogábalo, famoso  por su glotonería, tenía el lecho rodeado de viandas. Comía en su rica cama de plata  maciza, recostado sobre un colchón de plumas que le cambiaban cada dos horas. La  civilización romana hizo camas incluso de marfil. Pero claro, esa era la tónica entre  la clase adinerada y aristocrática. El pueblo dormía sobre yacijas, en el suelo.

Sólo accedía a un lecho cuando estaba enfermo, o cuando moría. Eran las camas llamadas de “recuperación de la salud” o de los “difuntos”.

En general, las camas de la Antigüedad eran de gran riqueza ornamental, lo que a menudo   restaba comodidad. Sobre ellas se colocaba el “torus”, o colchón, que se asentaba sobre una base de tiras de piel entrecruzadas. La almohada era muy gruesa y alta, pues se dormía en una extraña posición de semi-reclinamiento. No había sábanas, pero sí mantas: las tapetia. Todo quedaba cubierto por la colcha de vivos colores. Al pie del lecho se extendía una alfombra o toral.

Cama bote, ¿inspiración yagán?

Los antiguos dormían con la cabecera de la cama mirando al norte, por la supersticiosa creencia de que así se lograba una vida más larga. Los griegos aseguraban que si los pies daban a la puerta de la habitación, o a la calle, el durmiente moriría pronto.

En la Antigüedad, 1a cama no sólo servía para dormir, si no que en ella se recibía, se comía. Pero la siesta, inventada por los griegos y retomada por los latinos, se  dormía en otro lugar: unos huecos excavados en los muros, y cerrados con cortinas de lino. Era aquí donde mejor se hacía el amor..., según refiere cierta documentación histórica al respecto de los usos amorosos del mundo mediterráneo antiguo.

Hasta el siglo XV las camas europeas no tuvieron cabezales, tal vez debido a la amplitud de las mismas. Eran unas estructuras fijas, de pesadísima armazón. Su uso se había extendido, y para aquellas fechas se había abandonado ya la costumbre de dormir desnudos, que había estado vigente a lo largo de toda la Edad Media.

La alcoba, pieza clave

El dormitorio, la alcoba, conoció entonces un lugar propio en el hogar: estaba adornado con tiras de lienzo a modo de cortinas, para proteger a los durmientes de insectos y de miradas curiosas. Estos pabellones adquirieron con el tiempo gran belleza: los famosos tapices, obras de arte que todavía podemos contemplar en los museos.

La cama pasó a ser pieza clave en el ajuar familiar, y en torno a ella giraba la vida, el matrimonio, la enfermedad y la muerte. La madera empezó a dejar sitio al hierro forjado, técnica en la que sobresalieron los artesanos españoles en toda Europa durante los siglos XVI y XVII.

Las damas del centro y el este de Europa, durante el siglo XVIII, recibían a sus visitas en su dormitorio, como si fuera una moderna sala y se recostaban sobre su parco o lujoso lecho dispuestas a conversar interminablemente.

Tanto la cama isabelina de madera con incrustaciones de nácar y remates de bronce (España, siglo XlX) como la victoriana despiertan hoy el mismo comentario ¡Pero qué cortas! ¿Cómo alguien podía dormir ahí? “Es que la gente era más baja y, además, en épocas sin antibióticos, el catarro, la bronquitis hacían que una persona, incluso para dormir, permaneciera sentada. Existía el miedo a morir ahogado.

Parece que recién en el siglo XlX, la cama comenzó a convertirse en taller y hasta en oficina. Hay quienes afirman que se puede cortar leña y hasta ordeñar una vaca desde la cama. Se cuenta que el compositor Rossini acostumbraba escribir semiacostado la mayoría de sus obras y que, en una ocasión, mientras finalizaba una pieza que debía estrenar esa misma noche, se le cayó el manuscrito. Escribió otra, con tal de no levantarse.

Para descansar y disfrutar
Moderna cama de hospital

Matisse dibujaba en las paredes. Los hippies bajaron la cama directamente al piso, cosa en la que les ganaron la partida los hindúes que reemplazaron la cama por una sucesión de almohadones, esteras y alfombras por las que se podía ir descalzo. Hoy un simple computador portátil, apoyado sobre las piernas y con mucho abrigo, cuando hace falta, conecta la cama al mundo.

De todos modos, pocas innovaciones ha admitido un mueble como la cama, sencillo en su concepción. Pero en 1851, en la Exposición Universal de Londres, las camas que se mostraron a la curiosidad de los asistentes eran ya un producto totalmente moderno. Sólo les faltaba una cosa: el colchón de resortes, que se inventaría veinte años después en los Estados Unidos.

Fuentes:

Páginas Internet e “Historia de las cosas”, Pancracio Celdrán

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